Nos estamos convirtiendo en nuestro propio malgaste de esperanzas, de sueños, de nuevas ilusiones.
Estamos empezando a dejar ir todo aquello que alguna vez hizo que olvidaramos nuestra falsa existencia para así empezar a vivir.
Nos estamos olvidando de que existe un mundo ahí afuera, uno que entre pelea y pelea, no se cansa de llorar.
Seguimos aferrados al pasado, a quien hace daño, a lo enfermizo, a lo irremediable del paso del tiempo que no volverá, a los recuerdos de aquellas mejores épocas.
Nos encontramos al borde del precipicio, esperando aquel error que justifique nuestro salto.
Nos adentramos en una rutina autoimpuesta, nos hacemos un daño irreparable esperando que el tiempo nos cure en lugar de hacerlo nosotros mismos. Se escapa de nuestras manos aquello que insistimos en llamar vida, porque nunca aprendimos a saber cómo sentirnos sin una máscara que lo cubra todo.
Sin embargo, hay algo en tu vida que nunca cambia, que se mantiene vivo, que alumbra la oscuridad que amenaza con invadir tus pensamientos.
Una sensación, unos minutos de paz, de tranquilidad, de colores cálidos naranjas y rojos.
Una promesa de que todo estará bien.
