El Sr. Rizzo, de 58 años de edad; un ciudadano de rutinas que trabajó por muchos años como guardia en la Estación de ferrocarril de la Villa Cabezón de La Sal. Le gustaba mantenerse en forma ejercitándose cada noche en un gimnasio que armó en su casa.
Estuvo saliendo por 6 años con una mujer de unos veinte años menor que él, llamada Luisana. Ella había tenido varias desdichas en el amor, hasta que quedó cautivada por los detalles y halagos del Sr. Rizzo.
Se casaron manifestando un amor genuino; proyectaban una gran mancomunión hasta la convivencia en el matrimonio donde empezaron los problemas. Luisana consideraba que Rizzo se mantenía estancado en esa Villa, ella deseaba salir y conocer nuevos horizontes.
Las discusiones cada día eran mayores hasta la celebración de su primer año de casados, donde todo concluyó de golpe.
Amaneció siendo un día soleado. Rizzo encendió su pequeño auto y de camino al trabajo, pasó antes comprando un nuevo teléfono celular para obsequiarlo a su mujer. Mientras disfrutaba de su almuerzo en la empresa, decidió ir actualizándolo por sí mismo; ya que siempre compartían sus claves, agregó de una vez varias redes sociales. Como dicen que la curiosidad mató al gato, al ver mensajes no leídos decidió echar un vistazo. Para su sorpresa, descubrió la infidelidad de su mujer.
Lo que había leído inmediatamente desencadenó una gran ira sobre él. Un trago amargo y un sentimiento grotesco; respiró profundamente intentando contener sus irritantes emociones y deseos de supresión hacia ella. Procuraba pensar en otra cosa pero su mente dio vueltas y vueltas desequilibrada de la realidad, sus ojos no miraban sino dominados hacia un vacío. Su instinto lo vencía, originando un desenfreno de ideas que no eran precisamente parte de sus principios.
Tomó su arma reglamentaria y se retiró de su trabajo sin aviso. Luisana lo esperaba en casa para salir a celebrar juntos.
El Sr. Rizzo no tuvo reserva, caminó con el arma en mano, indistintamente sabía que ese pequeño poblado tenía calles solitarias; no obstante, llegando a su casa se percató que fue fotografiado desde el balcón de una residencia estudiantil.
Pero eso no lo detuvo. Se escuchó un disparo: El asesinato de Luisana ocurrió tan rápido como un abrir y cerrar de ojos. Sin mediar palabras. Ya tenía toda la información que necesitaba para haber cometido tal crimen. Al poco tiempo salió de su domicilio, cegado de raciocinio para ocuparse de aquella curiosa fotógrafo y no dejar cabo suelto.
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