SIR JAMES DOUGLAS “THE GOOD” en el CASTILLO DE TEBA

Teba, recogida entre cuatro colinas, es una encrucijada de carreteras: hasta seis confluyen allí. Por cualquiera de las que el viajero llegue, desde muy lejos divisará, emergente, el castillo de la Estrella. Llegando por el norte es el primer accidente abrupto, tras las suaves ondulaciones del valle del Guadalquivir, antes de adentrarse en el intrincado laberinto de las montañas penibéticas que abren la puerta hacia Málaga.

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Varias percepciones se agolpan cuando el viajero sube al castillo: la amplitud de la superficie en que se asienta, capaz de cobijar nutrido ejército; el inusual perímetro de su adarve, levantado al borde del precipicio; el triste estado ruinoso de lo que tuvo que ser formidable fortaleza; en fin, el singular panorama que se ofrece a los ojos: verdes campos de cereal, el valle del Almargen, la Sierra de las Nieves, el embalse de Guadalteba, montes y montañas, la Peña de los Enamorados de Antequera… Aunque implacablemente despojado de sus mejores sillares, todavía quedan en pie venerables vestigios de su pasada firmeza. Sus murallas –más que muros–, confirmadas en catorce torres, fueron testigo de guerras e invasiones, algaradas y saqueos, triunfos y derrotas.

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En 1330 Alfonso XI conquistó el castillo tras largo y reñido asedio. Durante él tuvo lugar un casi desconocido suceso, apenas recogido por las crónicas hispanas: “E sobre aquel río (Guadalteba) ovieron un día muy grand contienda; e de la hueste del Rey fue muerto un conde extraño, que saliera de su tierra por fazer a Dios serviçio e provar su cuerpo contra los enemigos de la Cruz; e así lo fizo este conde esta vegada, como quiera que murió por su culpa, ca saliendo de las hazes de los cristianos, se fue cometer los moros a deshora e como non debía, e por esto fue muerto este conde, a quien Dios perdone. Mas después plugo a Dios que él fue bien vengado, e otrossí que un día fueron los moros vençidos e muertos a espadas”.

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¿Quién era este conde extraño (extranjero)? ¿Cuál su tierra? ¿Por qué tan imprudentemente salió de las filas cristianas a acometer a los moros como no debía? Las respuestas a todo las encontramos en las narraciones orales épicas de Escocia, algo así como nuestros cantares de gesta o nuestros romances. Se trata de una romántica historia, sólo posible en aquel mundo medieval de caballeros esforzados, guerras santas, lealtades inquebrantables y ‘fechos’ honrosos. Para mejor entenderla tenemos una buena referencia: la conocida película ‘Braveheart’, que ensalza la figura de William Wallace, un guerrero escocés que en los primeros años del siglo XIII se convirtió en el símbolo de la resistencia de su país frente a la dominación de los ingleses; traicionado por algunos de los suyos, cayó prisionero de sus enemigos y fue ejecutado. Justamente en ese marco de guerras feroces, praderas verdes y nieblas pegadas al suelo hemos de situar a nuestro personaje.

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Tras la muerte de Wallace, y bajo el auspicio de los ingleses, subió al trono Robert “The Bruce”, probablemente uno de los traidores; pero pronto también se levantó contra los ingleses, a quienes expulsó de Escocia. En su lecho de muerte mandó llamar a los nobles de su reino y les comunicó que, arrepentido de sus pecados (tal vez también de su traición a Wallace), quería ganarse el perdón de Dios. Quisiera ir a luchar contra los infieles, pero ante la imposibilidad de llevar a cabo su deseo, pidió que, una vez muerto, se escogiera a uno de sus caballeros para que llevara su corazón a hacer la guerra a los enemigos de la fe.

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Sir James Douglas, conocido con el sobrenombre de “The Good” (El Bueno), pidió al rey el honor de ser él quien llevara su corazón a la lucha, lo que el rey le agradeció sinceramente. Cuando al poco murió Robert, su corazón fue embalsamado y depositado en un pequeño estuche de plata esmaltada que Sir James Douglas colgó de su cuello. En la primavera de 1330, acompañado de otros treinta caballeros escoceses, embarcó James Douglas con el corazón de su rey con rumbo a Tierra Santa.
Entretanto en España el rey Alfonso XI andaba empeñado en la guerra contra los moros. Y James Douglas, que bordeaba en barco la Península, en Sevilla se unió a los ejércitos del rey castellano. Lo que entonces estaba en juego era el asalto a la Serranía de Ronda: Teba constituía, junto a los castillos de Ardales, Cañete la Real, Olvera y la torre de Cuevas del Becerro, la barrera defensiva de Ronda y su Serranía. Alfonso decide enfrentarse al ejército musulmán en las inmediaciones de Teba, junto al castillo de la Estrella. El 25 de agosto tiene lugar la batalla, en la que los moros simulan una retirada que conduce a Douglas y a sus caballeros a una emboscada. Al darse cuenta de la celada, El Bueno Douglas retrocede, pero viendo a varios de sus caballeros rodeados de enemigos y a punto de ser apresados, vuelve grupas para ayudar a sus compañeros. Dicen las crónicas que, viéndose perdido, embistió a sus enemigos, levantó la vista al cielo y, arrancando de su cuello el relicario que guardaba el corazón de Robert the Bruce, lo arrojó por delante de su caballo diciendo: "Ve tú ahora delante de nosotros, como tú hubieses deseado. Yo te seguiré y moriré contigo".

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El ejército castellano, no obstante, ganó la batalla y el cuerpo de Douglas fue recuperado, así como el cofrecillo con el corazón del rey. Los caballeros escoceses supervivientes llevaron los restos de Douglas hasta Escocia, y los enterraron en la iglesia de su pueblo natal; el estuche con el corazón de the Bruce fue depositado en la abadía de Melrose, en donde permanece hasta hoy.
En recuerdo de tan singulares y caballerescos sucesos las villas de Teba y Melrose se han hermanado, y en la plaza de la primera se levanta hoy un monumento conmemorativo.

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