-Abue... ¿y si me cuentas una historia?

-Mañana, mi pequeño cielo... hoy debo descansar.

El mañana había llegado y los ojos de la anciana se llenaron de lagrimas, pues sabía que su hora estaba cerca.

Morir no era el problema. Había vivido rica y plenamente hasta sus noventa y seis años de edad y sabía que no llegaría a más, pues su corazón estaba débil y su mente, cansada; Esperaba a la muerte como a una vieja conocida .

Lo que realmente la entristecía era el saber que más allá del velo de luz no tendría a su pequeño cielo, Jorge, el travieso y lleno de energía pequeño de seis años que cada noche le pedía un cuento mientras ella, en la cama de un hospital, debía negarselo con la promesa de que al próximo día, le contaría uno espectacular.

La madre de Jorge, Estela Fuentes, también participaba de la mentira. Sólo los adultos sacrifican las ilusiones de los pequeños en vista de la adversidad, un mal necesario, dada las circunstancias. Pero aquella tarde de cielos rojizos, mientras la maquina que monitoreaba los signos vitales de la señora Alma Fuentes marcaba con un molesto y apagado ¡beep! los latidos de su corazón, tuvo una revelación: No vería un nuevo amanecer.

La muerte, su vieja amiga, esperaba sentada en la ventana, hoz en mano, serena, paciente.

La puerta de la habitación 402 se abrió con suavidad. Estela fuentes entró en silencio. El pequeño cuarto privado estaba débilmente iluminado por una lampara de luz blanca en la cabecera de la cama clínica y la luz del atardecer que se filtraba por la ventana entreabierta, cuyas persianas estaban colgadas a la mitad.

-Madre, que hermosa te ves hoy. Dijo la señora Estela, mientras colocaba en un pequeño jarrón sobre una mesita de caoba, el ramo de orquídeas y girasoles que había adquirido en la tienda preferida de doña Alma, perfectamente decoradas; Sus preferidas.

-¡Por supuesto que si! ¡hija mía! al igual que tú, mi bella preciosa. La sonrisa en aquellos labios arrugados por la edad hicieron vibrar el corazón de Estela, que se deslizó hacia el lado derecho de la camilla y estampó un enorme beso en la frente de su madre.

-¿Como te sientes hoy? Preguntó, alisándole el blanco cabello.

-Me siento bien, pero ella me llama.

Estela la miró con seriedad, frunciendo el ceño y apretando un poco los labios.

-¿Estas segura?.

-Como nunca, hoy he visto...

La puerta se abrió nuevamente. El pequeño Jorge entró a la habitación visiblemente excitado, pero al recordar que le habían regañado en anteriores oportunidades, contuvo el infantil impulso de correr hacia la abuela, optando por caminar dando pasitos silenciosos.

Estela lo miró con severidad, pero no levantó la voz cuando le habló.

-¿No te dije que esperaras afuera, Jorge?

El pequeño se detuvo a mitad de camino, levantando un poco la trompa a modo de reproche.

-Pero mama ¡se va a pasar la hora de la visita!.

-Que hora ni que nada ¡No han pasado ni cinco minutos!.

-Pues a mi me parece que pasó más tiempo. Jorge se retorcía las manos y miraba hacia el suelo. La abuela rió débilmente.

-Ay Estela ¡Jorge ya espero mucho!

-¡Cierto! ¡Cierto! y a demás hoy la abuela me va a contar el cuento que tengo esperando desde... a ver... uno... dos...
-Jorge, tu abuela hoy...

La anciana detuvo la negación de su hija con una mano nudosa y arrugada. Estela miró a su madre, confundida, mientras ésta negaba con la cabeza.

-Hoy no, Estela. Hoy le contaré una historia a Jorge, cumpliré mi promesa.

-Pero madre... los doctores dicen que...

-Que debo descansar, que las emociones fuertes blablabla... ella me espera.

Estela era una mujer fuerte, pero en aquel momento, una grieta comenzaba a abrirse paso a través de su armadura.

Jorge miraba a ambas mujeres con los ojos brillantes y muy abiertos, expectante.

Estela suspiró, entendiendo que no podría disuadir a su madre. Una lagrima resbaló por su mejilla, cayendo al suelo en un silencioso preludio de resignación. En silencio, se levantó de la cama, inclinó su cuerpo y luego de besar nuevamente la frente de su madre, le dio un abrazo, acercando los labios a su oído para susurrarle.

-Cuando lo sepa, procura que lo cuide, y que por las noches... que aquel...

-Tranquila, hija mía, todo estará bien. Respondió en un susurro doña Alma, intentando tranquilizar el corazón de su hija.
Así estuvieron unos segundos más, sintiendo el calor que nunca más volverían a compartir, hasta que resignada al destino, Estela se enderezó soltando a su madre, dio media vuelta y se arrodilló para abrazar a su hijo.

-desse sahadhe vohia mi ángel, susurró en su oído y le besó en la regordeta mejilla derecha.

-Mami... ¿que dijiste? Respondió el niño, frunciendo el entrecejo.

-La abuela te lo explicará luego, por ahora sólo ve junto a ella ¿si? tu cuento te espera.

El pequeño, lleno de gozo, besó a su madre con entusiasmo y trotó hacia la cama, encaramándose al lado de su abuelita mientras la madre, fingiendo compostura, salía de la habitación y echaba una ultima mirada al interior de la habitación, cerrando la puerta tras de si.

-Y ahora, el cuento que te prometí, mi pedacito de cielo.

-¡Al fin! ¡no sabes cuanto he esperado, abue!

Los arrugados labios sonrieron con dulzura y las manos nudosas acariciaron el cabello de Jorge, pero sus ojos, llenos de infinita sabiduría y compasión miraron hacia la ventana, donde la muerte esperaba sentada, paciente, serena, deleitándose con la caída del sol bajo el cielo rojizo de un mundo que si saberlo, caminaba hacia a la oscuridad.

Y hasta aquí por ahora. Espero les haya gustado y de ser el caso, ¡Manténganse atentos y no se pierdan las próximas entregas! y aprovecho para invitarles a leer mis otros escritos dando click en los enlaces de abajo!

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