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La mente de un genio.

Todo comenzó con mi primera clase de física, cursando el noveno grado de la preparatoria en el colegio Fátima; uno de los mejores colegios en el Estado Bolívar de Venezuela. Mientras todos mis compañeros prestaban atención a la explicación del profesor Gallardo, un docente cuya reputación lo precedía, yo buscaba nuevas formas de entender el mundo que nos rodea. No solo se trataba de entender la la clase que dictaba el profesor, necesita saber de dónde provenían las ecuaciones escritas por él en la pizarra, cómo era posible que algo como la luz viajara a través de la nada, qué era el tiempo el realidad, entre otras cientos de preguntas que saturaban mi mente.

Era tan entusiasta que intervenía a cada minuto y en cada tema de la clase de física y matemáticas. Los profesores tomaron mi hábito de cuestionar todo como una falta de respeto hacia ellos, y terminé siendo para muchos, un chico imprudente con pensamientos radicales enfermizos. Consumido por todo lo que estaba en frente de mí, me fui quedando poco a poco sin amigos con los cuales debatir mis pensamientos.

Se me hacía imposible poder callar mi mente, tan sólo era necesario una pequeña chispa de creatividad, para que mi imaginación creara un universo paralelo, donde podía observar detalladamente la interacción entre las partículas y todo aquello extendido en el espacio-tiempo. Era yo en mi intento de describir los fenómenos naturales con exactitud y veracidad. Deseaba comprender el movimiento de los objetos, su origen, evolución y comportamiento, pero a su vez, nadie era capaz de comprenderme, lo que me llevó a sumergirme aún más en mis estudios, porque para mí no había algo tan importante como resolver todas mis incógnitas.

Renuncié a la interacción con otras personas, me privé del amor hacia alguien, pero no del amor como tal, porque amaba buscar respuestas y resolver mis dudas, que para ese entonces parecían disparates. A pesar de me abrazara la soledad y sacrificara tantas cosas, una parte de mí entendía que estaba en el camino correcto. Comprendí que todo está conectado, que Dios y la naturaleza son uno mismo, así que todo debía tener una respuesta, por lo cual seguí mi recorrido sin que nadie me detuviera, porque "Un gran poder conlleva a una gran responsabilidad".


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