El #cuento que hoy les traigo escapa bastante del estilo que he presentado hasta ahora y nació luego de escuchar una conversación entre mi hija menor de apenas tres años con sus hermanos mayores. Las cosas que escuché me enternecieron tanto que me movieron a escribir este breve pero sentido relato.
Por: Arturo Pérez Arteaga:.
De la habitación tenuemente iluminada se escuchaba salir un susurro, una plática sutilmente ahogada por la falta de ruido exterior, ese silencio que haría que cualquier conversación en tono normal fuese censurada por quienes tienen la terrible mala costumbre de dormir durante la noche.
- Son luciérnagas, cocuyitos que volaron y volaron, muy muy alto hasta llegar al cielo y cuando llegaron allí no supieron como bajar, por eso en las noches brillan y nos iluminan prendiendo y apagando y nos dejan verlas desde muy lejos aquí en la tierra. Se ven intermitentes porque esos animalitos siguen batiendo sus alitas.
- No, no, no. Durante el día el sol nos ilumina y así vemos todo lo que vamos a hacer, los grandes trabajan y nosotros los chicos estudiamos y jugamos, pero para que podamos dormir, papa Dios nos cubre con una sábana negra grandotísima que hace que todo se ponga oscuro. Pero como la sábana es muy vieja se le han hecho huequitos que dejan pasar la luz del sol y es lo que vemos que brilla. A veces, el viento sopla y la sábana se mueve como cuando está en la cuerda recién lavada y por eso vemos como los huequitos brillantes también lo hacen.
- Pues a mi mami me dijo que eso que brilla arriba durante las noches son los ojitos de la gente que se ha ido al cielo y nos cuida desde allá para que estemos bien y así no los extrañemos. Por eso cuando queramos hablar con nuestros abuelitos y otros familiares sólo debemos mirar al cielo y conversar con ellos y hasta le podemos pedir deseos.
El ruido de pasos que se acercaban se detuvo cuando una sombra cubrió parcialmente el hilo de luz que atravesaba bajo la puerta, alguien la tocó sutilmente y una voz que sonaba algo más fuerte que las anteriores les pidió que por favor se durmieran, que ya era tarde y que después en la mañana no se querrían levantar.
Y así fue como esa conversación filosófica interesante e intensa que se gestaba puertas adentro en aquella casa de un suburbio cualquiera se interrumpió drásticamente entre bendiciones y sonrisas cómplices ocultas tras el velo nocturno.
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