Bailarina

"Desde entonces decidí no adquirir compromiso con una mujer cuya alma no pudiera yo desentrañar".

                                        


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Me acuerdo de Gabriela, una muchacha de mi pueblo de la que estuve un tiempo enamorado. La conocí en la universidad, nunca antes la vi en el pueblo, vivía en un sector que yo nunca transitaba. Ella me conocía desde antes, me dijo que una vez le llevó a mi mamá unas costuras y ahí me vio, en la casa.

Nunca estudiamos juntos, nos hicimos amigos porque recorríamos una ruta común todos los días, por varios años. Mil y una vez coincidimos en el autobús, era casi inevitable que habláramos. En ese tiempo yo tenía una novia que vivía un poco lejos. Gabriela me invitaba para todos lados, visitaba mi casa y yo la suya. Ella tenía su novio, a quien sólo conocí cuando se mudaron juntos. Curiosamente, en ese mismo tiempo conocí a Rosita, mi esposa, pero poco hablábamos. Rosita era mucho más hermosa que Gabriela, parecía un ángel, pero no me prestaba atención. Lo más que me acerqué a ella fue en el laboratorio de computación de la universidad, donde yo era preparador y la ayudaba con cosas de informática. El mayor acercamiento "romántico" que tuve con ella fue una vez que le dije: "Terminé con mi novia. ¿No estás interesada?", a lo cuál ella contestó: "¿Qué? ¿Estás repartiendo planillas?". Todavía iban a pasar cinco años más antes de que nuestro romance diera sus primeros "pininos".

Gabriela siempre me invitaba a salir. Yo no entendía dónde estaba su novio, pero decidí no preguntar. Realmente no me acuerdo si llegué a hablarle de mis sentimientos, pero ella leyó completo mi diario donde había unos dos artículos que declaraban el asunto. En ese tiempo yo no le concedía mucho espacio a ninguna, pues venía de pasar un período infructuoso de mendigar amor, experiencia que había decidido no repetir. Además, yo estaba en la flor de mi juventud, con atributos que no me parecían tan corrientes. Tampoco hablaba feo ni parecía un tonto. Ésa era la imagen que sobre mí mismo yo tenía, no sé lo que Gabriela veía. Siempre interpreté que yo le gustaba pero ya ella estaba comprometida, no iba a aflojar nada a menos que yo apretara. Yo había decidido no apretar ni mendigar, así que al final no llegó a nada serio aquel "baile".

Una vez acordé con Gabriela el encontrarnos en la universidad, ese día pasó algo y suspendieron las clases. Yo llegué hasta su salón, ése era el punto de encuentro, ahí la esperé. Mientras esperaba, fui al baño. En los baños de la universidad siempre hay mensajes escritos en la pared, que se actualizan regularmente. Suelen traer a risa los chistes procaces que allí se leen. Entre sonrisas y carcajadas salí del baño. Me entraba curiosidad de saber si en el baño de las mujeres se leían las mismas cosas. Casi no había nadie por ahí. Esperé unos minutos y me asomé, rapidito, al baño de ellas...

Veloz salí de aquel lugar, entre avergonzado y perturbado. Sólo alcancé a ver un mensaje, sólo uno, eso me bastó. La perturbación que me produjo aquel trozo de texto hizo que se dispararan las alarmas, toda mi filosofía de vida fue reestructurada en ese momento. El mensaje no era un chiste gracioso, nada que ver con risas, nada que incitara a carcajadas. Yo no podía dejar de pensar que ése era el baño más cercano al salón de clases de Gabriela. El texto decía: "Los hombres son unas porquerías, háganlos sufrir".

Vale decir que ese incidente ha contribuido a mi formación; desde entonces decidí no adquirir compromiso con una mujer cuya alma no pudiera yo desentrañar.

Sólo voy a agregar una anécdota de una vez que salí con Gabriela. Era un día perfecto, de ensueño, la tenía sólo para mí, casi no había gente en la calle. Nos acercamos a un parque de diversiones y nos montamos en una atracción llamada "La Bailarina". No había nadie más en los asientos, sólo nosotros dos en ese viaje. Llegó el momento del despegue, la plataforma se levantó y comenzó a girar lentamente. Iba aumentando la velocidad del giro. La fuerza centrífuga provocaba que la muchacha, poco a poco, se deslizara hacia mí. Al principio ella se resistía, pero la fuerza del destino era implacable: Todo su cuerpo, sus brazos, sus piernas, su pelo y su olor... estaban sobre mí, semejante dicha no la imaginaba yo para ese día.

La cosa se extendió por largos minutos, comenzaba a preocuparme un poco el tiempo. Es que sentía algo de presión en el pecho, me faltaba el aire, un poquito nada más. Pero también me dolían los múltiples puntos donde su cuerpo chocaba con el mío. Todo su peso estaba sobre mí, me estaba aplastando... Traté de escurrirme hacia un lado buscando respiro, pero no había espacio hacia dónde huir. Varias veces tiré la vista hacia el cuarto de control pero no veía intenciones de apagar la máquina, aunque el tiempo ya era excesivo. Me convencí de que el operador se estaba divirtiendo con aquella escena. Tal vez pensaba que me hacía un favor, pero la realidad es que yo estaba a punto de pedir ayuda, a punto de gritar para que alguien me quitara de encima "aquella vaca"... De pronto, bajó la velocidad y se detuvo la rueda. Gabriela y yo saltamos fuera. Yo corrí a un rincón y vomité, mientras ella se reía de mí.

Suelo pensar que esa salida fue algo simbólica. Representa lo que hubiera sido si se hubiera concretado un romance entre nosotros. Hubiera sido así como la vuelta de La Bailarina: Pasión y emoción / Desencanto e indigestión.

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Créditos del texto e imágenes: Amaponian Visitor (@amaponian)

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