12X, Galicia

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La incertidumbre con la que se afronta la jornada electoral de mañana no tiene precedentes. No hablamos de que el resultado vaya a ser inesperado, que salvo matices parece augurado con bastante firmeza. Otra cosa es el clima que ha rodeado y rodea este calendario electoral. Partiendo de un adelanto, y luego una suspensión, los gallegos irán a votar por primera vez en mitad de una pandemia, rodeados de mascarillas, mamparas, distancias y todo lo que la mal llamada Nueva Normalidad ha traído para dejarnos. Y eso, quienes puedan ir a votar, porque hay que recordar que el Gobierno de La Xunta y del País Vasco han privado del derecho a voto a más de 500 personas por estar contagiadas o a la espera de un resultado PCR de Covid, una decisión cuya constitucionalidad está siendo cuestionada y pudiendo, al menos, haberse estudiado otras alternativas. ¿Cómo que prohibido votar? Naturalmente es impensable que en mitad de la pandemia, los contagiados acudan a los colegios electorales como harían de forma normal, pero es que los gobiernos han tenido 5 meses para prever esta situación y garantizar el derecho a voto de todos los ciudadanos, sanos y enfermos. El gobierno vasco despachaba el tema alegando que eran pocas personas. Lamentable.

En Galicia, el Partido Popular, al parecer ahora denominado Feijóo, se lo juega todo a revalidar la mayoría absoluta que le otorgan los gallegos desde 2009. Están confiados y parece que salvo sorpresas y una bajada más que drástica de la participación, lo conseguirán.

La concepción histórica de los populares gallegos de su feudo y su insistencia en desmarcarse de las siglas nacionales de Casado, así como en tratar de identificar el territorio con su proyecto para él, les ha llevado en esta campaña a caer en eslóganes como «Galicia, Galicia, Galicia«, a ocultar las siglas de los populares y a elogiar a su candidato como «una persona sensata que dirige un país llamado Galicia«. Es peligroso, desde mi punto de vista, caer en estos discursos de aire nacionalista desde un proyecto como el del Partido Popular, o lo que quede de él en el PPdG.

La mayor incógnita en esta tierra está encaminada a conocer si el radicalismo independentista del BNG logra desplazar a los socialistas de la segunda plaza. Los sondeos apuntan más en negativo a esta posibilidad, pero los socialistas se han esforzado mucho esta campaña en que no ocurra. El otro día escuchábamos a la ministra de Hacienda en tono mitin, gritando que Feijóo era la ultraderecha. Una estrategia, al más puro estilo PSOE, que junto a la de culpar al PP de los muertos por Covid en Galicia, no parece estar muy alineada con la realidad.

La segunda incertidumbre que puede acarrear esta jornada es la entrada o salida de partidos minoritarios en el Parlamento gallego. Mientras que la permanencia de Común, la marca de Podemos, parece garantizada, la de las Mareas y la entrada de Ciudadanos y Vox, se antoja muy complicada. Y es que, con la actual ley electoral gallega, necesitan un 5% en alguna provincia para optar a la entrada en el parlamento. Ciudadanos apuesta por Pontevedra, provincia por la que se presenta su candidata Beatriz Pino, mientras que Vox ha optado por no presentar candidato a la presidencia si no cuatro cabezas de lista en igualdad. Pocas encuestas auguran el milagro, aunque lo cierto es que ni unos ni otros tienen nada que perder partiendo de cero.

En caso de negar la mayor, y cuestionar la absoluta de Feijóo, nadie duda de que los gallegos se verían abocados a un nuevo capítulo en el radicalismo del PSOE, que lograría la presidencia con Podemos, los independentistas del BNG y con quien hiciera falta. Han conseguido que lo viéramos natural, pero no deberíamos hacerlo. El BNG no es otro que quien se presentó a las europeas en una lista con ERC y Bildu, debemos recordarlo. Claro que si tomamos como precedente el pacto navarro de Chivite con los de Otegi, cuesta aún más sorprenderse de estos desvaríos. Y es que el PSOE se reafirma en sus últimos postulados y estrategias, que son las siguientes. Basan toda la campaña en ir contra un enemigo, la ultraderecha, que cuando no existe se lo endosan al primer partido que encuentran, en este caso a Feijóo. A partir de ahí ya tienen carta blanca para todo: recortes, privatizaciones, falta de derechos y lo que haga falta para un buen mitin de Adriana Lastra que acabará erigiéndose como único partido en defensa de la dignidad de las personas y del buen corazón. No les funcionará.

Junio 2020

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