Relato: El final de una era

La muerte se aproxima. Harald Harfagri podía percibirlo en los ojos de su hijo favorito, Eirik, a quien le había clavado la daga envenenada al momento de abrazarlo.

Le dolía en el alma hacerlo; le dolía admitir que la historia se repetía. Él, alguna vez rey de toda Noruega, había matado a Halfdan El Negro, su padre, quien estaba enloqueciendo de poder. Había jurado evitar que la historia se repitiera; hizo toda clase de esfuerzos posible por evitar que hubiese un fraticidio. Por desgracia, Eirik y dos de sus hermanos, Gudroed y Ring, habían conspirado para matar a los demás a la menor oportunidad; de los 22 hijos que tuvo con sus concubinas, 10 perecieron a manos de Eirik en las batallas y bajo la sutileza del veneno.

Al final, decidió que renunciar al trono en favor de Eirik era lo más prudente; creyó que con ello las cosas se calmarían, pero hubo un momento en que la imprudencia y la ambición desmedida de su hijo favorito estuvieron a punto de revelar su naturaleza real ante los ojos humanos. Desde las sombras, logró deponer a Eirik y poner en su lugar a su hijo más joven, Haakon; por desgracia, los hijos de Eirik tuvieron la grandiosa idea de echar las cosas a perder al aliarse con uno de sus enemigos más férreos, Harald Blatand de Dinamarca.

Tras tres décadas de luchas intestinas dentro de la familia vampírica más antigua de Europa, Harald decidió poner un punto final ejecutando por águila de sangre a los problemáticos hijos de Eirik y la esposa de éste, la intrigante Gunnhild Gormsdóttir, en la noche de Todos Los Santos. En contra de los mejores intereses de la familia, decidió perdonar a Eirik y a su esposa bajo juramento de no intrigar más en contra de la familia.

Sus otros hijos le advirtieron que había cometido un error muy grave al dejar vivos a los causantes de tanto derramamiento de sangre. Incluso Haakon le llegó a decir que Eirik no dudaría en encontrar la forma de matarlo para quedarse con el liderato familiar y ganar todavía más poder dentro del Gremio de las Sombras.

Cuánta razón tenía aquel muchacho, ahora que miraba fijamente a Eirik a los ojos... Y cuánto arrepentimiento sentía al no haberlo matado cuando la situación lo requería.

Su amor de padre lo había cegado; su amor de padre permitió que Eirik planeara con cuidado su venganza, comprando la lealtad de una buena parte de sus hermanos supervivientes, a quienes llevó a la muerte.

Se apartó de su hijo, con la daga ensangrentada en mano. Eirik le miró, estupefacto, mientras empezaban a aparecer venas oscuras en su rostro. Gunnhild, quien había sido apresada por dos hombres, gritó a viva voz antes de ser silenciada por Freydis, la esposa de Ulfltjotr, quien cercenó su cuello con las filosas puntas de su abanico.

Los partidarios de Eirik, capturados por aquellos que habían permanecido neutrales en el conflicto familiar, fueron obligados a beber sangre venenosa y a sufrir una muerte dolorosa.

En medio de aquél baño de sangre, Harald observó a su hijo Haakon, quien estaba junto con Ulfltjotr, Freydis y una pareja joven. La respiración se le iba por momentos mientras caminaba hacia ellos.

La muerte estaba junto a él. Le estaba dando un momento para decir su último adiós. El veneno que Eirik le había dado desde quien sabe cuándo estaba ya haciendo la última parte de su trabajo.

Deteniéndose frente a Haakon, quien lo miraba en silencio, sonrió con tristeza. Éste y Ulfltjotr reconocieron enseguida esa sonrisa: era la misma que esbozó su difunta madre antes de morir.

Haakon se volvió hacia el joven que estaba a su lado con la intención de suplicarle por ayuda, pero Harald lo detuvo al tomarlo del brazo y, al colocarle en la muñeca el torque de plata, murmuró: "Mi era termina aquí, hijo mío... Y la tuya empieza aquí".

Harald se desestabilizó un poco, haciendo que la pareja de jóvenes acudiese en su ayuda. Sin embargo, Harald los tranquilizó. Mirando entonces a la muchacha rubia que lo miraba con tristeza, acarició su rostro y le dijo: "Te pareces a tu abuela, la madre de tu padre, pequeña Clarissa... La buena sangre de los Harfagri".

Miró entonces al muchacho de cabello oscuro que estaba al lado de Clarissa. "La völva tenía razón, Hvitserk Ragnarsson: había serpientes en mi casa".

"Harald, aún estás a tiempo de curarte", replicó Hvitserk con urgencia. "Conozco el remedio".

"No... He cometido pecados en mi juventud, hijo de Aslaug. Maté a mi padre por poder. Me hice el tonto cuando Eirik cometió sus atrocidades... Es necesario aceptar lo inevitable".

Las lágrimas empezaron a salírsele de los ojos. El veneno estaba haciendo su trabajo; la voz se le iba.

Sin decir más, se separó de su familia y se sentó en el trono. La sangre empezaba a salir de su boca y nariz. La respiración se volvía más pesada. El corazón poco a poco dejaba de latir.

Y fue así que, en una mañana de otoño de 1748, sentado rígidamente en su trono como jefe de la familia Harfagri, Harald "El de la Cabellera Hermosa" pereció con solo cerrar los ojos, alcanzando así la paz que tanto había anhelado para su familia y confiando en que el menor de sus hijos hiciera un mejor trabajo como líder de la familia.

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Imagen elaborada con la inteligencia artificial de la aplicación Starryai

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