Caminaba tranquila cuando le sucedió. Era tanta la sed que le arrugó la piel y sintió que se disecaba como una momia de museo. Corrió a beberse el río, pero frenó cuando vio su imagen en aquel espejo de agua que la mostraba como lo que nunca había sido: un monstruo.

     Toda su piel se arrugó como una hoja en verano y su alegría comenzó a chorreársele por el suelo hasta quedar con la única decisión que veía en el túnel de sus debilidades: ahogarse.

     Pero las lagartijas no se ahogan y mientras bajaba al fondo del río, las cosas la miraban con la extrañeza con que se mira lo horroroso en la vida, porque de verdad estaba fea.
     Llegó al fondo, y sorprendentemente su piel comenzó a absorber el agua como una esponja, minutos después parecía un viejo balón de fútbol que se había tragado a los jugadores.

     Los peces comenzaron a sentir la estrechez del espacio; chocaban entre ellos, la cosa rara como le decían, se hacía más grande. Y empezaron a desaparecer; sus hijos, sus casas, las piedras, ¡todo!, cuando se dieron cuenta la lagartija se había bebido el río.

     ¿Se imaginan el trayecto de un río que vive dentro de una lagartija gigante?

     Pero después salió a beberse el mar. Las ballenas buscaban a sus hijos, los delfines saltaban con la esperanza de salir volando, los pulpos se abrazaban, nada detuvo a la cosa rara, todos fueron tragados, el mar entero estaba en el estómago de la lagartija.

     Vino luego el turno de la tierra, nadie se salvaba o casi nadie, porque lo que no veía no podía comérselo, como a las hormigas, a los bachacos, a los insectos y demás microscópicas especies, quienes viendo cómo avanzaba la destrucción, que una sola bestia se tragaba al planeta, decidieron unirse.

     Día y noche estuvieron debajo de la tierra, en lo más profundo, donde no llegaban las pisadas mortales de la bestia; discutían, planeaban, iban, venían, descansaban por turno y en la oscuridad de aquel escondite estuvieron a punto de morir aplastados por un derrumbe.

     Fue entonces cuando el sabio Caracol dijo que había que cavar hasta dejar el terreno a punto de hundimiento, luego hacer que la bestia llegara hasta allí, para que se la tragara su propio peso.

     Empezaron la tarea. Miles de vidas funcionando como un solo motor, como una sola vida, en lo profundo, donde la oscuridad se vuelve más espesa y donde solo los que ven en su interior las luces de las ideas y del asombro, son capaces de generar más vida. Cuando terminaron fueron en busca de la lagartija, pero llevarla fue más complicado, requirió de todas los esfuerzos, porque ¿cómo hacer para que la lagartija los siguiera si para ella, ellos eran invisibles? Tenían que hacerse grandes, y lo hicieron.

     Unos levantaron a otros; las abejas coordinaban la figura que apenas comenzaba a formarse, llegaban más insectos, más hormigas, más caracoles, bachacos, batracios, no quedó animal microscópico sin participar, era eso: la unión o la extinción.

     Cuando comenzaron no se sabía qué forma tenía la extraña obra que aquellos animales estaban construyendo, y cuando solo faltaba lo que tenía que faltar, se irguió, compacta, como un solo cuerpo, la imagen de la nueva bestia: desde el suelo dos columnas de hormigas, flexibles como patas de chimpancé sostenían un hermoso tronco hecho de caracoles que encajaban como piezas de un rompecabezas; por los laterales superiores del tronco, colgaban de lado y lado, dibujando dos brazos también de chimpancés, las avispas, los mosquitos y los zancudos, y finalmente, abriéndose paso hacia las nubes y bajo la forma de una cabeza, se acoplaron las moscas; luego caminaron hacia la lagartija gigante, quien al verla se abalanzó sobre ellas.

     La bestia cabeza de mosca debió ser perfecta, caminar sincronizada, y cuando los de abajo comenzaron a cansarse, la lagartija recortó distancia y de no ser porque la pérdida de uno era la pérdida de todos, aguantaron, sino este mundo hace tiempo que se hubiera extinguido. La Lagartija casi los alcanza, se vieron en su estómago, pero las señales de las lombrices llegaron como ráfagas de milagros, y el monstruo cabeza de mosca se desparramó por los aires en cortinas de insectos; las piernas volaron a un lado, los brazos a otro, los caracoles fueron retirados por una bandada de zumbidos que entraron volando de la nada, se metieron por algún agujero del cielo y desaparecieron; la cabeza se fragmentó y voló en miles de puntos negros.

     La lagartija quedó perpleja, con la boca abierta, sin saber a quién perseguir, pero… ¡no se hundía!, no hasta que sobre la inmensidad de su corpulencia se posó una mariposa, sonrió y con el peso de su sonrisa, la tierra se abrió, llevándose al fondo a la bestia y encima de ella, piedras, palos, hojas, y todo tipo de escombros. Tanto cayó sobre ella que no salió; su cuerpo se fue escurriendo y desde el fondo de la tierra empezó a salir un chorrito de agua que se fue haciendo río, lago, hasta extenderse como el imponente mar, el hermoso cielo de los peces.