Diez años de oscuridad/Día 1000 de escritura libre + fotografía

Nos hemos reencontrado @adncabrera y yo para participar conjuntamente en este maravilloso reto que proponen @mariannewest y @freewritehoouse. Ella con un texto impactante y yo acompañándola con una de mis fotografías

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Fotografía @evagavilan


Madre había salido hacía demasiado tiempo. Su hermanito lloraba de hambre. Primero quedamente, luego su llanto fue un torrente continuo, que solo había bajado de intensidad cuando había comenzado a quedarse ronco.

Madre hacía las incursiones para buscar alimentos y agua cada pocos días. La mayoría de las veces traía aves pequeñas y duras cuyas tiras de carne había que arrancar y luego tostar y moler, pero algunas veces traía frutillas dulces y hojas picantes de "cántigo".

Su hermanito se durmió por fin, agotado. Él era demasiado pequeño para recordar la luz, no sabía lo que era el sol. Asha no, ella tenía ya quince años, era casi una mujer. Ella había visto con madre el cielo cubrirse con un velo de ceniza; había visto caer la lluvia ácida, y había visto poblarse los alrededores de la cueva donde se refugiaron de feroces "tarnantalos" y otras criaturas peligrosas. Ella había ayudado a su madre a parir, y ella misma, Asha, había cortado el cordón sanguinolento que unía a su hermanito con su madre. Era casi una mujer, y, sin embargo, su madre nunca la había dejado ir a cazar. Era Asha la que siempre había tenido que quedarse cuidando a su hermanito.

Madre hablaba poco de lo que había afuera. Cuando llegaba estaba muy cansada y magullada, y en sus ojos había furia, aunque sus gestos seguían siendo suaves. Madre le tomaba la mano y le entregaba el zurrón con alimentos. Besaba a su hermanito en la frente y él buscaba el pecho de madre para mamar con avidez, inhalando profundamente su olor.

Asha sabía que madre había tenido que negociar con un temible grupo de afuera que se hacían llamar "Espíritus". No sabía que daba su madre a cambio del derecho de caza, pero era algo que sospechaba que no quería que Asha entregara.

Repasó en su mente todo lo que sabía, todo lo que su madre le había enseñado en esos diez años de oscuridad: sabía hacer un fuego; sabía destripar y salar una liebre; sabía desplumar, asar y moler los pequeños pájaros sin nombre que su madre traía habitualmente; sabía aplastar serpientes, ratas y bichos con su bastón; sabía curar heridas con musgo; sabía que para cazar había que negociar con el grupo de gente ciega que se hacían llamar "Espíritus" y que el precio que había que pagar llenaba a su madre de ira y de un silencio tan pesado que, finalmente, era tristeza. Sabía, y su madre lo había dejado claro con dolor, con palizas y con abrazos, que, por sobre todas las cosas, no debían salir a la oscuridad de afuera. Era todo.

Y madre no volvería.

Esa era la otra cosa que sabía aunque no la quisiera saber.

Esa, por un instante profundo, negro, pesado, y, de alguna manera muy, muy viejo, fue una certeza absoluta.

No lloró.

Asha observó largo rato a su hermanito que dormía junto a la lumbre. ¿Qué haría con él? Ella podía alimentarlo con pasta de pescado pero no podía darle de mamar. Tampoco podía cazar con él a cuestas.

(Abajo, en el filo de sus pensamientos, un pensamiento dolorosamente avergonzado pugnó por formarse: dejarlo).

Asha se echó el manto sobre los hombros; guardó en el zurrón la yesca, un atado de yerbas, un odre con agua. Cargó a su profundamente dormido hermanito y se lo ató con la manta al torso. Tomó su bastón y salió a enfrentarse a las sombras.

Nada la habría preparado para lo que vino poco después: el silencio.

Y los cadáveres.

Una veintena de cuerpos corroídos. También había niños.

Reconoció a su madre por el aro de bronce de su trenza. La amada calavera sonriendo bajo los jirones de carne chamuscada.

Vomitó su propia saliva.

Su hermanito comenzó a revolverse, inquieto. El hambre, un puñetazo en su estómago, se impuso a la náusea.

Tomó un cuenco de leche agria que ya no le serviría a los muertos y se alejó con paso rápido, siguiendo el olor salino del mar.

Rápido.

Rápido, Asha alejaba a su hermanito de la podredumbre calcinada de la muerte.

Sus pies se lastimaban con las rocas y los espinos de la ladera, pero ella seguía con avidez el olor del salitre; el olor del rocío salado y pegajoso del mar.

Entonces ocurrió.

Un rugido, el reclamo violento de su hermanito rompió el silencio de la tierra.

Con los dedos, le dio cuajos de leche agria, que él sorbió con hambre vieja y gozo.

Solo entonces Asha lloró, lamiendo de sus dedos la leche que su hermanito dejaba.

Estaba a oscuras en la orilla del mar.

Estaba sola con su hermanito, a oscuras, en la orilla del mar.

Estaba sola con su hermanito y sus ojos adoloridos de llorar se abrieron de par en par.

Amanecía.

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Características de la fotografía:
Fecha
29 dic. 2019 dom., 17:58
Equipo
Apple iPhone X
Datos fotográficos
ƒ/2,4 1/20 6 mm ISO160

Por Eva Gavilán @evagavilan

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