Suelo pensar que las casualidades no existen y que el Azar, que puede llegar a ser tan veleidoso como el cansino Cupido, a veces nos pone a prueba, tendiéndonos celadas que pongan en aprietos a nuestro miserable sentido de la objetividad.

No hace mucho, paseando por las callejuelas de un pueblo castellano, de cuyo nombre en estos momentos no deseo acordarme, me ocurrió un hecho, cuando menos curioso, por no decir desconcertante: como las famosas negaciones de San Pedro, me tropecé tres veces con el número 13.

Ya saben, un número que siempre ha tenido mala fama y que suele amedrentar bastante, por ejemplo, cuando el personaje de los Arcanos Mayores del Tarot que lo luce, por alguna circunstancia, sale a relucir en una tirada.

Por fortuna para mí, no era martes ni tampoco viernes, sino miércoles, de manera que opté por pensar que los habitantes de este pueblo de cuyo nombre no deseo acordarme, o bien le tenían manía al pobre cartero o quizás era su forma particular de reclamar, comparativamente hablando, un black Friday turístico, que sacara a sus establecimientos de restauración del ostracismo del olvido.

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