-Es un regalo de su padre -dijo la esclava, señalando el espejo adosado en la alejada esquina; Nut se acercó a él. Lo miró; nunca le había prestado atención. Esperaba su último día en aquella sección del templo, desde hacía diez años.

-Un regalo de mi padre… -pensó. Detalló la superficie, a la vista, metálica; cuando la tocó, suavemente, un veloz movimiento acuoso rodeó su mano, como queriendo atraparla. Se separó alarmada. ¿Estaba allí, con ella? Su padre partió hace catorce años. ¿Era posible?

Detalló el reflejo, su imagen apareció desfigurada; se acercó más, rozó la superficie con su frente.

-Ven a Gliese 667 Cc -oyó la mineral voz.

Su inteligencia era extraordinaria. No necesitó más, decidida, serena, se sumergió en el espejo.

Nut fue recibida con grandes manifestaciones de respeto, al otro lado, en Gliese 667 Cc.

Una fina capa de hielo cubría los campos, inmensas pirámides se advertían a distancia, Nut contemplaba admirada la cúpula que cubría esa parte de la ciudad; podía observar Gliese 667 Cd y Gliese 667 Ce, a simple vista. Todo estaba listo para que las naves del Emperador de Tres Planetas, Akhenaton, llegara, desde Gliese 667 Ce, a encontrarse con su hija Nut.

En el templo de Hatshepsut, los sacerdotes de Ay, penúltimo faraón de la dinastía XVIII, buscaban infructuosamente a Nut, su prisionera. Una rabia sorda los invadía, no sospechaban, ni remotamente, cómo cambiaría la historia cuando ella, madre de los futuros dioses, hija de Nefertiti, llegara, ahora desde la constelación de Scorpius, al cielo terrestre.

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