Llevaba meses viajando y sin encontrar ese lugar perfecto, ese sitio en el que jamás antes hubiera estado nadie, tarea que no parecía tan sencilla después de todo.
Había salido de la hibernación hacía no mucho, sabía que en ese sector del espacio existían los suficientes planetas como para encontrar uno en el que poder morir y descansar en paz.
No le importaba las características que pudiera tener su destino final, solo quería que fuera rico en vida y que su cuerpo, una vez muerto, sirviera para seguir alimentado esa vida.
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Los iba analizando y escaneando desde su nave, uno por uno, pero a la mayoría de ellos ni siquiera sería capaz de descender, ya que eran altamente inestables, corrosivos, irrespirables o carentes de vida.
Por fin llegó el día que tanto había estado esperando, llegó a un sistema planetario con muchas posibilidades, en él existía un enorme planeta, desde el espacio ya se podía notar que estaba repleto de vida vegetal, así que decidió descender.
Sus ojos corroboraron lo que pareció ver desde su nave, era un lugar increíble, todo un paraíso, un sitio perfecto donde poder morir en soledad, sin que nadie lo molestara jamás y donde pasar desapercibido para siempre.