Los subterráneos (Libro): una historia de amor y excesos

Fotografía de mi galería personal

De los libros que he leído en los últimos años, On the road de Jack Kerouac ha sido uno de mis favoritos. Clásico de la generación beat, lo disfruté mucho más que otros trabajos de sus contemporáneos, incluido El almuerzo desnudo de William Burroughs, razón por la cual tenía pendiente leer algo más de Kerouac que no fuera Tristessa, novela que no acabó de agradarme aunque tuviera pasajes notables y una historia de amor que recordé un poco al leer esta.

Para la crítica Los subterráneos es una de las mejores novelas de Jack Kerouac. Tal como otros trabajos suyos que he leído, en esta novela se muestra una especie de autobiografía literaria del autor, quién acabaría siendo encumbrado como una leyenda de la generación beat. En efecto, casi todo en Los subterráneos es relato autobiográfico (como también ocurre en Los vagabundos del Dharma y en su famosa En la carretera) y Kerouac intenta un estilo de escribir fluido, espontáneo, casi improvisado según le vaya dictando su oído, como si se tratase de un jazzista (era un amante del jazz y eso se refleja en sus novelas y en su forma de escribir, en especial en este libro), como si se tratase del mismísimo Charlie Parker.
La novela transcurre en San Francisco, ciudad a la que Kerouac llegó en 1953 antes de alcanzar la fama, y muestra una sucesión de días y noches llenas de jazz, sexo, alcohol y drogas, entre la desesperación absoluta y las ilusiones más descabelladas; y por supuesto, hay una historia de amor: la del escritor Leo Percepied y una muchacha llamada Mardou Fox.

Como lo escribe el propio autor en la novela, los subterráneos

“Son hípsters sin ser insoportables, son inteligentes sin ser convencionales, son intelectuales como el demonio y saben lo que se puede saber sobre Pound sin ser pretenciosos ni hablar demasiado de lo que saben, son muy tranquilos, son unos Cristos”

lo que da una idea más que clara del tipo de personajes que se encuentran al pasar las páginas. Hay una excepción, sin embargo, una mujer que más que responder a esta descripión o a cualquier convención social, sigue sus propias reglas, si es que puede decirse que las tenga. Con una mezcla de sangre explosiva (madre negra, padre mestizo, Cherokee) Mardou Fox es una belleza única que pone de cabeza el mundo del protagonista, quien se ve perdidamente atraído por una mujer que, según él mismo, no está cuerda.

Mardou (quien evoca en Leo el recuerdo de Rita, un romance anterior) es desordenada y tiene historial de haber sido encerrada por problemas psiquiátricos (existe el riesgo de que le suceda de nuevo) y por eso no debería sorprender que haga cosas extrañas como pasearse desnuda por la habitación aunque haya otras personas en el departamento (o “se pasa las horas sentada o acostada, leyendo, o sin hacer nada”). Otra característica de la chica es que "se ha acostado con todo el mundo" y Leo ¿la ama? ¿la desprecia? a veces una cosa, a veces otra, la persigue, luego la evade, vuelve a buscarla, ella se deja encontrar, escapa, regresa, se marcha con otro.

La historia entre ellos es entonces una historia de idas y venidas, tormentosa, o como decimos ahora, tóxica. Al margen de ello, hay numerosas referencias a los impulsos sexuales (“Soy cruda, virilmente sexual…”), a la fisiología del sexo, al amor como energía central de la existencia humana (“la única cosa que realmente importaba era el amor”; hay también racismo (recordemos que eran los años cincuenta del siglo pasado en los EEUU) y también hay crítica social, rasgo común a otros trabajos de Kerouac, quien habla aquí de de la modernidad pisando a los verdaderos habitantes de esas tierras, refiriéndose a los ferrocarriles que pasan sobre cementerios indios y define el dinero como “el estúpido sistema inventado por los inventores del trueque y el regateo y la historia de quién es dueño de esto, quién es dueño de aquello”.

Pero siempre retoma la historia central, la de Mardou con Leo, quienes tienen “el acostumbrado principio de los amantes que se besan de pie en un cuarto oscuro”, pero que después de varias discusiones, noches apasionadas y un tira y encoge violento, comienzan a manifestar cierta repulsión y Leo, pasando del amor al odio llega a decir que “los mismos dientes de la alegría son ahora los portales por donde pasan los vientos de la ira”. Esa degradación de la mujer amada y la transformación de su imagen debido al cambio en los sentimientos de quien la contempla es común en los corazones heridos. No digo que esté bien, sino que suele suceder. Un ejemplo, lo que ocurre en 500 days of Summer, con Tom y su reverenciada musa.

Otra cosa que disfruté fueron esos pasajes profundamente románticos y esas imágenes que se quedan arraigadas en la memoria, como en uno de los últimos párrafos en que Leo, después de perder definitivamente a Mardou, contempla la ventana de ella y se dice:

“Algún día no la encontrarás allí arriba, cuando quieras encontrarla, la luz estará apagada, alzarás la mirada y Heavenly Lane estará a oscuras, y Mardou se habrá ido”

Para luego acabar despidiéndose a distancia, elevándola a una categoría superior:

“Qué ángel más raro este que se eleva de entre los subterráneos”

Kerouac instaba: “Escribid para vuestra personal felicidad” y agregaba:

“procura primero satisfacerte a ti mismo, que luego el lector no podrá dejar de recibir la comunicación telepática y la excitación mental, pues en su cerebro actúan las mismas leyes que en el tuyo”.

En esta novela, y en las otras, lo cumple. Se satisfizo a sí mismo y quienes lo leemos entendemos lo que quiso transmitirnos: la historia de amor, la crítica, las reflexiones sobre la escritura, sobre el arte, la vida (“el arte es breve, la vida es larga”), el sexo, el amor, el dolor, la muerte, el jazz, todo nos seduce y nos impregna. Debo confesar que, a la fecha, he leído cuatros de sus novelas y las otras tres están un peldaño - o varios - por debajo de la mítica On the road. Sin embargo, todas contienen esa esencia Kerouac y resultan interesantes para quienes nunca se han acercado a la obra de este autor que escribe siempre, no sólo como si fuese una improvisación y él fuese un jazzista consumado, sino que su escritura representa, más que en muchos otros casos, un verdadero viaje.

Reseñado por @cristiancaicedo


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