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Breve autobiografía de un sonidista caraqueño

Mi nombre es Gerardo Gouverneur, nací en la ciudad de Caracas el 22 de septiembre de 1961, y he vivido en ella a lo largo y ancho de todas estas décadas. Se trata de una ciudad llena de contrastes en todo sentido, no existe un solo día en que no la odie con toda el alma y al mismo tiempo la ame con igual intensidad. Es una ciudad tremendamente complicada que desde los años 60 comenzó a crecer desmesuradamente, sin orden ni concierto. Por ejemplo, para llegar a un lugar en Caracas no es suficiente tener la dirección formal. Es absolutamente necesario disponer de “la explicación”, un extravagante cuentico que generalmente oscila entre uno o dos párrafos, dependiendo del grado de conocimiento de la zona que posea la persona que por deseo o necesidad deba llegar a un sitio determinado. Si “la explicación” es verbal, el cuentico puede duran entre cuatro y diez minutos, más o menos.

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Caracas vista desde una urbanización del sureste. Al fondo nuestra amada montaña, la cual ostenta dos nombres, el aborigen: Guaraira Repano, y el que le colocaron los conquistadores españoles: Ávila.

Lo más terrible es que la ciudad creció por y para los automóviles, incluyendo las aceras, cuando a alguna autoridad se le ocurre la excéntrica idea de construir aceras, claro está. Esa realidad hizo que los peatones pasaran a ser ciudadanos de segunda, tercera o cuarta categoría… y en muchas ocaciones, no-ciudadanos. El vehículo se convirtió en el amo absoluto de la ciudad y los conductores en los seres más abusadores del planeta. Mención aparte merecen los motorizados, engendros diabólicos llenos de maldad que salen a las calles a drenar todo el desprecio que sienten por el resto de la sociedad, sobre todo por los peatones. En Caracas el canal rápido de los motorizados es la acera, cuando ésta existe, obviamente. Todo esto es tan cierto, que en los años ochenta un humorista escribió una especie de decálogo del peatón caraqueño que comenzaba diciendo: “peatón es peatón, hasta que lo manten”.

Me precio de conocer bastante bien esta enorme, enloquecedora y peligrosísima ciudad. Llena de recovecos insólitos, de códigos irracionales y de estranbóticas realidades. La conozco muchísimo mejor que la inmensa mayoría de los caraqueños debido a una cantidad de factores que se han ido sumando a lo largo de mi vida. En primer lugar, mi familia es muy grande (mi mamá era la menor de once hermanos) y la mayoría de mis ti@s y prim@s siempre han vivido en diferentes lugares de la ciudad, eso hizo que desde muy niño conociera sitios que los amigos de mi urbanización ni siquiera sabían que existían. Otro factor fue que comencé a manejar (conducir vehículos) desde muy jovencito, lo cual implicó aprender a desplazarme hacia nuevos espacios de la ciudad. También hay que considerar que desde que era un veinteañero la vida me convirtió en un ser errante y tuve que mudarme unas nueve veces en un lapso de seis años, y cada mudanza implicaba un nuevo lugar de Caracas que me tocaba descubrir a profundidad. A todo eso hay que añadir las reuniones, las locaciones de los distintos rodajes, las novias que siempre vivían en sitios lejanos a mi casa, y también la adolescencia de mis hijas, a quienes siempre he ido a buscar de madrugada, al culminar la respectiva fiesta en la que cada una se encuentra, en los más variopintos lugares de la ciudad.

Cuando un padre tiene que salir de madrugada a buscar a su hij@ adolescente porque terminó la fiesta en la que estaba (debo aclarar que en Caracas ser un padre clase media significa en primer lugar ser chofer. No tener carro es una negación espantosa, es un contrasentido, es ser una especie de no-padre, o algo por el estilo), lo primero que hace es pedirle al hij@ que le pase el celular a alguien que viva en esa casa para que le eche el cuentico de cómo llegar hasta ahí. Sin ese cuentico no existe posibilidad terrenal, celestial, humana o divina de llegar al lugar.

Si, por ejemplo, la fiesta es en Colinas de Bello Monte, lo primero que hace el interlocutor es preguntarle al angustiado padre qué sitio conoce de Colinas de Bello Monte. De acuerdo al lugar que el padre conozca de esa urbanización, el interlocutor procederá a explicarle los movimientos que debe hacer para llegar desde ese lugar hasta la casa de la fiesta… muchas veces el teléfono pasa de mano en mano por varios miembros de la familia (en Caracas muchísima gente no sabe explicar cómo se llega a su propia casa) hasta que alguien da con la referencia salvadora que logra aclararle el mapa mental al pobre padre… generalmente el cuentico es tan largo y tan enrevesado, que el padre opta por llegar al lugar que conoce y llamar desde ahí, en esos casos el padre va describiendo lo que va viendo “tengo a la derecha un edificio blanco con rejas azules”, “hay una panadería pero está muy oscuro y no puedo ver el nombre”, y el interlocutor va dando pistas llenas de buena intención “trata de encontrar una farmacia llamada La Pastora, cuando la encuetres, sigues derechito y a la tercera o cuarta calle, más o menos, donde encuentres un camión grandote estacionado, cruzas a la izquierda y en el cuarto edificio a la derecha vas a ver un letrero que dice Recidencias Villareal… ¡ahí es!

Bueno, ya les iré dando más detalles de la ciudad que me vio nacer, crecer, reproducirme… y últimamente le ha dado por verme envejecer. Por lo pronto, abandonemos esta accidentada digresión y tratemos de darle continuidad a este aturdido relato con pretenciones autobiográficas.

A los 16 años culminé esa pesadilla infernal que llaman bachillerato, comencé a dar tumbos sin saber qué hacer con mi vida, y gracias a una carambola cósmica descubrí la fotografía y ocurrió un sobervio milagro: surgió mi primer contacto real con el arte. La verdad es que el enamoramiento fue inmediato. Aprendiendo las técnicas básicas y experimentando nuevas creaciones mediante los procesos de revelado y ampliación a positivo, viví mi gran pasión de adolescente. Pero en esa época la fotografía era una actividad muy costosa y como no tenía los recursos para continuar en ella, me vi obligado a devolver la cámara que me habían prestado y a despedirse tempranamente de mi primer amor verdadero.

Mientras cursaba estudios en la Escuela de Geografía de la Universidad Central de Venezuela, conocí a una muchacha que estudiaba cine en la Escuela de Artes de la misma universidad. Comencé a entrar a sus clases en vez de asistir a las mías (ella y el cine me atraparon), y aunque logré culminar exitosamente mi carrera de geógrafo, me convertí en un amante del cine y en un asiduo visitante de la Cinemateca Nacional. No obstante mantener muy vivo mi amor por la imagen estática, el amor por la imagen en movimiento fue poco a poco acaparando mi ser.

En 1984, terminando mis estudios universitarios, tuve la primera oportunidad de trabajar en una película. Llegué a ella con el cargo de “Aprendiz de Asistente de Cámara”. Con esa primera experiencia mi vida dio un vuelco espectacular, le dije adios a la geografía y me quedé atado al cine para siempre. Quería formarme como camarógrafo y eventualmente ser director de fotografía para luego, algún día, dar el salto a la dirección. Ese era el camino que me había trazado… pero al poco tiempo descubrí el sonido y quedé maravillado porque me pareció mucho más interesante llegar a la dirección de cine por el camino del sonido que por el camino de la imagen. Fue así como tracé un nuevo camino y me convertí en sonidista de cine, actividad que he venido desarrollando desde hace más de treinta años, no solo haciendo el sonido directo en los rodajes sino también llevando a cabo todos los procesos de post producción de sonido, y sobre todo trabajando intensamente en una de mis grandes pasiones: el diseño sonoro de las películas.

He dirigido cuatro documentales y más de veinte piezas de publicidad institucional. Durante los últimos seis años he estado formándome como director de actores y he venido realizado diversos talleres de guión. Tengo tres guiones de cortometraje terminados y estoy tratando por todos los medios de dirigirlos. La gran meta de mi vida es realizar el guión, la dirección y el diseño sonoro de mis propias películas.

En cuanto a la fotografía, ella sigue ahí, incrustada en mi alma, revoloteando como un pez fuera del agua… siempre será mi primer amor. La fotografía me relaja, me entusiasma, me llena de paz. Debe ser por eso que, no obstante haber ganado dinero con mis fotos, nunca me he planteado ser un fotógrafo profesional, porque no quiero convertir en “un trabajo” algo que me aporta tanto espiritualmente. Es como si de pronto, jugar con un hij@ se convirtiera en una actividad que debo hacer por dinero.

Si la vida me coloca en el camino de tener que tomar unas fotos para cumplir con un compromiso laboral, llenaré de responsabilidad esa actividad, no podré equivocarme, aparecerá la tensión que genera el perfeccionismo y entoces ese bello momento de relax que para mí es tomar fotos, se convertirá en otra cosa. No, no quiero eso. Ya bastante tensión me genera la pasión de hacer un sonido impecable.

Quiero que la fotografía siga siendo como descansar en un bote que navega a la deriva en un lago tranquilo. Me encanta equivocarme cuando tomo fotos, soy feliz experimentando y me importa un bledo si algo sale mal… la fotografía es uno de los pocos actos de irresponsabilidad absoluta que todavía me quedan… no me gustaría perderlo por una enventual profesionalización.

Por supuesto, si de toda esa paz, de toda esa irresponsabilidad y esa locura, surge una fotografía capaz de mover las fibras emocionales de alguien, al punto de querer pagar por ella, con muchísimo gusto se la vendo, no faltaba más… las veces que eso ha ocurrido, la felicidad ha sido doble porque me da de comer una creación que surgió de mis entrañas en un momento de plenitud profunda… y por si fuera poco, esa creación adornará el entorno de una persona que la valora.

Por otra parte, me encanta escribir. Tengo un libro de cuentos terminados y estoy esperando que una editorial de Barcelona, España (que mostró interés en el libro) me diga finalmente si desea publicarlo o no. Si la respuesta es negativa, creo que colocaré mi libro en Amazon… ya veremos qué pasa.

Dado que pertenecer a Steemit supone la colocación de contenidos, presentaré en mi blog algunos textos sobre arte, historia, cultura, deportes, algunas fotografías, algunos cuentos y varias grabaciones musicales que hice cuando recorrí muchos paises de Latinoamérica y algunas ciudades de Estados Unidos trabajando como sonidista en los proyectos documentales de un canal de televisión que en ese entonces se llamaba HBO Ole, y que era visto en trece países desde México hasta Argentina. Con ese canal de televisión llegué ¡¡¡hasta La Antártida!!!

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En La Antártida, una mañana cualquiera del mes de febrero del año 1996

Bueno, amig@s, esto es todo por ahora, espero no haberlos aburrido.

Seguiremos en contacto.

Saludos cordiales.

Gerardo.