Revelaciones


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Nos asfixian hábitos y costumbres. La monotonía de los deberes nos aprieta el cuello. La exigencia de las responsabilidades nos conmina a ser verdaderos y hay que salir a cumplir gran parte de estas en la calle, porque como afirma la voz popular "barco parado no gana flete".

El agridulce sabor de la vida nos prueba el paladar a diario. La calle, con toda su crudeza, nos acerca a la nariz la bomba de oxígeno: la voluntad. Nietzche bien lo pedía.

Es allí donde la realidad deja de espejear y hasta nos va gustando montarnos con ella sobre el cotidiano ring de las inevitables tomas de decisiones, hacerlo por sobre golpes, caídas y levantamientos.

Es allí donde la vida te habla de otra manera que los escépticos no aceptan. El calor que vino con la mano que estrechaste en la esquina te habló de manera más cierta, más real, de la tensión que en ese momento, en ese instante, se desplazaba por calles y avenidas.

La mirada que te negó el saludo y esa otra que lo hizo obvio en demasía, te dijeron ambas la verdad que aplazabas y que ahora tienes que aceptar para no falsearte.

La casa que derribaron en esta cuadra y la que restauraron en aquella otra, esto y, el edificio que levantaron donde estuvo el parque te cuentan otra historia, distinta ésta a la que ayer la radio redujo a noticia y el comercio a valla publicitaria.

La biblioteca convertida en abandono y ruina, inevitable es que agregue al paisaje una fea mueca que te desalienta. Pero también, cómo explicártelo, ese árbol donde te demoraste unos minutos, donde te detuviste por algo de aire y sólo humo obtuviste.

¿Te habló ese árbol como un buen padre lo hace con su hijo?:
-Ya vendrá el hacha, mientras tanto seguiré aquí, de pie, siendo el guardián de tu sombra.

Y es entonces cuando sospechas que así es cómo la vida pasa del mundanal ruido, incluso, de tu propio silencio, de esa intimidad muda, a ser revelación.

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