Enfermedades Raras: Síndrome de Autocervecería

Todos tenemos vicios. Esto no es necesariamente malo; un vicio puede ser algo tan positivo como el estudio o la lectura, o tan inofensivo como ver películas. Desafortunadamente, es cierto que muchos incurren en adicciones más dañinas, como las drogas psicotrópicas, el cigarro, la pizza de piña, o el alcohol. Este último en particular es especialmente frecuente y socialmente aceptado, y vamos, admitamos que la gran mayoría de nosotros disfruta de vez en cuando unos tragos con amigos, y ese sentimiento de ligera embriaguez que elimina nuestras inhibiciones sociales y nos hace sentir capaces de cualquier cosa. Algunos estudian incluso dicen que tomar una pequeña cantidad de alcohol diariamente ayuda a prevenir una cantidad de enfermedades (y muchos otros los desmienten, pero de algo hay que morir, ¿cierto?), por lo que su consumo no resulta demasiado peligroso mientras sea en moderación (físicamente, al menos. No es muy emocionalmente saludable llamar a tu ex en la madrugada luego de media botella de ron). Pero, ¿Qué pasa si no podemos controlar nuestro nivel de alcohol en sangre? Y peor aún, ¿si nos embriagamos sin necesidad de consumir licor? Esta es la realidad de aquellos que deben vivir con el Síndrome de Autocervecería:

Enfermedades Raras: Síndrome de Autocervecería



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Las bebidas alcohólicas han formado parte de nuestra cultura prácticamente desde los inicios de la civilización misma; se cree que el vino nació en el Medio Oriente en el año 9000 a.C., y hay evidencias de su consumo en el año 7000 a.C. en lo que ahora es China. El alcohol ha estado presente en nuestros más grandes éxitos y celebraciones, en brindis durante ceremonias tras conquistas en guerras o al festejar logros más mundanos como cumpleaños o ascensos en el trabajo, y ha estado ahí para ahogar nuestras penas a lo largo de nuestra historia, luego de nuestras más duras derrotas, haciendo ligeramente más llevaderas nuestras peores pérdidas y acallando los gritos internos en nuestros más duros momentos. Ha sido entregado como ofrenda a todo tipo de dioses, y derramado en el suelo en el nombre de queridos difuntos. Si lo analizamos, su importancia a lo largo de nuestra historia no puede ser exagerada; es algo que siempre ha estado con nosotros y probablemente siempre lo esté. Claro, antes de que parezca que estoy romantizando demasiado las cosas, está demás decir que durante todo este período de tiempo también ha causado innumerables muertes y tragedias (y ni hablas de la cantidad de objetos llenos de vómito que ha dejado a su paso), y que mi consejo médico es que te alejes de él, dentro de lo razonable. Pero, ¿Y si el alcohol se crea dentro de nuestros propios cuerpos?


Antes de adentrarnos a profundidad en el sujeto, me gustaría hablar un poco de cómo exactamente se hacen las bebidas alcohólicas, y por qué causan un estado de embriaguez. Existen dos tipos de licores: los creados mediante fermentación, como el vino o la cerveza, y aquellos productos de un proceso de destilación, como el vodka o el ron. La fermentación es fruto de la mezcla de carbohidratos en forma de azúcares y almidón junto con levadura, o algún otro catalizador, que convierte los carbohidratos en dióxido de carbono y alcohol etílico (o etanol), que es el tipo de alcohol que se usa para la producción de licores. En la destilación, se toma un líquido fermentado a base de cereales, tubérculos o desechos de plantas, y se separa el alcohol puro del agua, para luego agregarle sabor y olor con diversos ingredientes o mediante procesos de añejamiento.


Tras su ingesta, el alcohol es absorbido por la mucosa del estómago y el intestino delgado, y de ahí es distribuido a lo largo de todo el cuerpo junto con el agua corporal, afectando especialmente el sistema nervioso central, deprimiéndolo e inhibiendo la actividad de las neuronas, y al mismo tiempo causando liberación de dopamina (el principal neurotransmisor del sistema de recompensas del cerebro, responsable de los sentimientos de euforia y felicidad), causando así sus ya conocidos efectos: pérdida de la coordinación motora y de las inhibiciones sociales, sueño, sedación, y un sentimiento agradable que hace tan adictivo su consumo y puede llegar a crear dependencia. Al cabo de un par de horas el etanol es metabolizado en el hígado, principalmente debido a la acción de la enzima alcohol deshidrogenasa o ADH, y eventualmente es transformado en agua y dióxido de carbono, y eliminado a través de la orina, el sudor y el aliento (lo que hace posible las pruebas de alcoholemia rápidas).


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Ahora bien, ya sabemos que para producir alcohol sólo se necesitan dos ingredientes básicos: levaduras y azúcares o almidones, elementos bastante comunes, incluso presentes dentro de nuestro propio cuerpo, aunque generalmente en cantidades muy pequeñas como para causar una reacción de fermentación. Pero esto cambia en algunos pocos individuos, aquellos que sufren el Síndrome de Autocervecería o de Autofermentación, quienes poseen dentro de su sistema digestivo un ecosistema que sería la envidia de cualquier viñedo europeo, capaz de producir cantidades importantes de alcohol sin requerir ningún esfuerzo (aunque al ser incapaces de extraerlo y comercializarlo, no es posible contratar a varios afectados por esta condición y crear tu propia cervecería humanitaria, sé que lo estabas pensando).


Esta extraña condición es causada por una acumulación anormal dentro del tracto intestinal de levaduras (hongos, específicamente), como Candida albicans o incluso Sacharomyses cerevisiae, la misma que fermenta la cerveza, el vino, y a masa del pan. Estas levaduras se encuentran normalmente presentes en cantidades pequeñas y en condiciones normales son eliminadas por el hígado y el intestino cada cierto tiempo, pero en algunas raras ocasiones cuando la flora intestinal se ve muy alterada, como tras consumo masivo de antibióticos orales, estas pueden multiplicarse hasta llegar a una cantidad capaz de iniciar un proceso de fermentación, convirtiendo azúcares y almidones, como las papas, el trigo o el arroz, en alcohol, emborrachando al paciente desde adentro y haciendo extremadamente difícil explicarlo al oficial de tránsito por qué tienes altos niveles de alcoholemia tras comer una ración de papas fritas. Otras posibles causas predisponentes son enfermedades como la diabetes, la enfermedad de Crohn, pseudoobstrucciones intestinales o el síndrome del intestino corto, junto con una dieta alta en carbohidratos.


Sus principales síntomas son básicamente los mismos que en cualquier intoxicación etílica (o borrachera, por decirlo coloquialmente); pérdida de la coordinación motora fina, desorientación, disartria (dificultar para articular palabras), letargia, deshidratación, cambios en el estado de ánimo, cefalea (dolor de cabeza), náuseas, vómitos, y eructos frecuentes. Conozco mi audiencia y sé que la mayoría de ustedes los ha vivido, pero igual los describo por amor a la academia. Para su diagnóstico, si bien no existe una prueba específica para esta enfermedad, resulta útil una evaluación médica adecuada que descarte el consumo de alcohol y demuestre la presencia de los factores predisponentes previamente mencionados, estudios de laboratorio para evaluar el nivel de alcohol en sangre, una pruebas de heces para medir la cantidad de levaduras presentes en el intestino, un examen de tolerancia oral a la glucosa para evaluar si el cuerpo la convierte a alcohol, y una endoscopia intestinal.


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¿Todo esto? Innecesario; sólo se necesita una flora intestinal anormal y un bote de Pringles


Su manejo y tratamiento afortunadamente no es muy complejo; si el paciente tiene altos niveles de alcoholemia se trata por intoxicación etílica aguda tal y como se haría con cualquier persona que se pase de tragos, luego de su estabilización se indican medicamentos antifúngicos como fluconazol, en ocasiones junto con antibióticos, para eliminar la sobrepoblación de levaduras intestinales, se modifica la dieta del paciente cambiándola a una baja en azúcares y carbohidratos y alta en proteínas, y se le administran suplementos probióticos para balancear la flora intestinal. Además, también es necesario tratar o controlar las condiciones predisponentes, como la enfermedad de Crohn o la diabetes. Si bien la enfermedad en su estado agudo puede causar complicaciones, la mayoría son de carácter social o legal; raramente deja secuelas físicas, y si el paciente cambia su dieta son raras las recaídas.


Podemos usar esta condición como un ejemplo para enseñar que no todo es lo que parece; debido a su extrema rareza el síndrome de Autocervecería es prácticamente desconocido incluso dentro del mundo médico, y es común que los pocos individuos alrededor del mundo quienes lo padecen sean tildados como alcohólicos y condenados al ostracismo. Por esto, aunque es cierto que muchas veces la explicación más sencilla generalmente es la correcta, en ocasiones es necesario indagar más allá para poder llegar a la verdad. Aunque de nuevo, ese síndrome es increíblemente raro, por lo que no, probablemente no podrás usarlo como defensa la próxima vez que te multen por conducir bajo la influencia del alcohol, toca ser más responsable.

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