Hispaliterario 29/El Dios Guaya

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El Dios Guaya

Llegué a Guayatal en horas de la mañana. Una tragedia ha ocurrido en un pueblo campesino cercano llamado La Paz. Todos los habitantes han muerto y no hay testigos de lo que sucedió más que un extraño fósil de algo que pareciera un animal, pero ¿lo es realmente?

La policía no tiene idea de lo que ocurrió, ni sospechosos, así que me encomendaron la misión de investigar. Soy antropólogo y he estudiado las culturas antiguas de esta región. Eso puede explicar algunas cosas.

Los antiguos habitantes de estas montañas eran los Guayatales y por eso la ciudad se llama así. Adoraban a las fuerzas de la naturaleza y en especial al Dios Guaya, que emergía de las entrañas de La Tierra cada cincuenta años, destruyendo las cosechas y dejando a los habitantes sin alimentos. Despertaba hambriento después de años de ayuno.

La única manera de aplacar su ira, pues tenía muy mal carácter, era dándole animales en sacrificio. Perros, gatos, gallinas y cuanto animal criaran en las casas eran entregados al Dios, quien tenía un apetito voraz, prácticamente acababa con todo y tenían que reponer a los animales trayéndolos de otras regiones.

Con el paso de los años los habitantes de Guayatal fueron olvidando a sus antiguos Dioses y los reemplazaron por uno traído de otras tierras y milagrosamente el dios Guaya no regresó, quedó en el olvido. Solo se mantuvo la costumbre de no criar animales ni tener mascotas en las casas. Sabían que no debían, pero habían olvidado el porqué.

Al llegar, recorrí las casas una a una y además del fósil, que encontraron en la última casa, observé que en cada hogar los retratos familiares estaban en el suelo. Es extraño, pensé. Un acto de venganza, tal vez.

De allí me fui al cementerio y pude observar todas las tumbas abiertas y vacías. Me encontré con un anciano sentado al lado del camino bajo la sombra de un frondoso jabillo. Estaba recostado de su tronco, las espinas parecían no molestarlo. Llevaba un sombrero y una ruana amarilla que le llegaba a media pierna. Tenía los pies descalzos, pero las uñas largas estaban muy limpias.

–¡Buenos días, señor! ¿Puedo hacerle unas preguntas? Es usted de esta región.

El anciano me miro con curiosidad y me respondió con otra pregunta.

–¿Y usted quién es? No es de esta región, se nota a leguas, –y esbozó una sonrisa en su boca con unos dientes muy blancos y perfectos.

Qué extraño anciano pensé. ¿Será que tiene plancha?, pero los dientes se ven muy naturales.

–Es cierto, no soy de aquí, estoy investigando las muertes en el pueblo.

–Ah, ya comprendo, usted es policía.

–No, soy antropólogo y estudio las sociedades humanas.

–Ah, ya comprendo, los humanos son complicados y egoistas. ¿Ya vio los cuerpos de los muertos?

–Todavía no, pero me contaron como los encontraron. Todos estaban con la boca abierta y en diferentes lugares de la casa, como si hubieran muerto de un susto.

–Eso mismito ocurrió y no les dio tiempo de huir. Algo espantoso los visitó ese día.

–Tiene razón debió haber sido tan espantoso que les ocasiono un infarto. Lo que todavía no he podido entender es ¿por qué desaparecieron los cuerpos del cementerio? ¿Que cree usted?

–¡Piense!, usted es el investigador Pero le voy a hacer una pregunta. ¿Qué ocurrió primero, la muerte de las personas o la desaparición de los cadáveres?

Me quedé pensando unos minutos sin saber qué contestar. El cementerio es muy antiguo y recordé que una leyenda de los Guayatales habla de que los muertos fueron enterrados en el lugar donde se abría la grieta de salida del Dios Guaya, lo hicieron para protegerse.

–Puede ser que los muertos desaparecieron primero y luego ese algo que los devoró, siguió su camino hasta el pueblo y entró a las casas para matar de miedo a los habitantes.

–¡Ah!, usted ve, ya comprendió.

El anciano lo miró y se levantó de la piedra, parecía más alto.

Usted debe contarle a la policía lo que ocurrió. Para eso vino hasta acá. Desde un principio sospechó que esto no podía ser obra de los hombres.

–Pero hay una cosa que no tengo claro. ¿De quién es el fósil?.

–Yo creo que eso no es un problema. ¿A qué se le parece?

–A un perro, pero...

–Si se parece a un perro, seguramente es un perro. Es un recordatorio del Dios Guaya, de los animales que lo alimentaron durante tantos años, ya que gracias a ellos las personas se salvaron.

–Y usted ¿cómo lo sabe?

Pero el anciano no me respondió y siguió contando.

–Ese fue el primer perro que le dieron en sacrificio y que no se comió, el animalito le inspiró lástima, un sentimiento que no conocía y lo mantuvo con él hasta que murió. Era si se puede decir su mascota. Ahora usted lo comprende todo. Y de nuevo me miró directamente a los ojos y me sonrió, pero esta vez su boca no tenía dientes.

El viejo me dio la espalda y comenzó a andar por el camino con los pies llenos de tierra.

–¡Espere!, ¿quién va a creer mi historia?

–Cuéntela a tantas personas como pueda. Yo solo quiero que no me olviden.

Y en ese momento lo envolvió una nube de polvo y desapareció.

Este es mi versión de lo que ocurrio en el pueblo La Paz y con la que participo en el Concurso Hispaliterario N° 29. Gracias por leerla.

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