La Desaparición de Ángel Marrero - Final (Relato)

LA DESAPARICIÓN DE ANGEL MARRERO

por Pedro La Cruz @pelulacro

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*Dibujo del autor.

El padre Celso, Severina y los hermanos Muñoz se fueron y dejaron al muchacho plantado en la acera, en la puerta de su casa. Su mamá hizo que entrara por la amenaza de que continuaría la lluvia esa mañana, y así fue: llovía un rato, escampaba, no terminaba de despejarse el cielo, y volvía la lluvia humedeciendo hasta el aire que se respiraba durante el resto de la mañana y parte de la tarde.

Al final de la tarde, casi de noche, Severina y los hombres regresaron extenuados, con la ropa y zapatos llenos de barro, desconsolados y hambrientos. No encontraron señales de Ángel en ninguno de los lugares que registraron. Dijeron que trabajaron guardias, policías, bomberos, paramédicos y muchos granjeros que recorrieron el campo pero todo estaba inundado, el agua le llegaba a la gente hasta la pantorrilla. El único desaparecido era Ángel Marrero.

-Mañana continuará la búsqueda, hasta ahora no se han encontrado cuerpos, sólo árboles caídos, muchas ramas, basura de todo tipo y animales muertos- Dijo el cura como despedida.

-Hasta mañana Padre, descanse que mañana también será un día muy duro-Dijo la tía.

Al día siguiente, el cura volvió por Severina, igual que el día anterior, estaban en el carro los hermanos Muñoz. Severina se dirigió al automóvil con su sobrino Perucho a quien llevaba agarrado por un brazo, abrió la puerta trasera y le indicó al chico que entrara y luego entró ella al vehículo. Los tres hombres vieron al muchacho, luego se vieron entre sí pero no dijeron nada y el padre saludó con un “Hola”.

-Buenos días, podemos irnos- Dijo la mujer-Aquí traigo un guía, café caliente y unas arepas rellenas de cazón para que desayunen; hoy no vamos a pasar hambre como ayer, porque también traje unos panes rellenos y jugo.

-Buenos días señores, la Bendición Padre Celso- dijo el muchacho.

-Buenos días- dijeron los hombres al unísono.

Viajaron por media hora hacia las Charas. El padre estacionó el carro a un lado de la carretera porque la entrada de la finca de Vidalina y Ángel seguía inundada de agua y barro. Todo lucía sucio y maltratado. Varias personas, entre hombres, niños y mujeres, estaban cerca de la puerta de la casa, a unos cincuenta metros de la carretera. El padre y sus acompañantes se acercaron y saludaron a los presentes, otros se abrazaban. También estaban algunos policías y bomberos. El cura se acercó a Perucho y le recomendó que no caminara por las partes donde hubiese mucha agua porque podía haber culebras.

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Fuente: Pixabay

-Aquí no hay culebras Padre, aquí lo que hay es mucha tristeza; esta gente está más preocupada por todo lo que perdieron con la crecida del río- Dijo el muchacho dirigiendo su mirada en dirección al río- Ángel está allá, entre los árboles más altos, está escondido o dormido, no debe estar muy lejos. No lo han encontrado porque él se esconde ahí- Sentenció.

El muchacho hablaba lentamente, señalando con la mano izquierda un paraje boscoso formado por sauces, ceibas y robles, muy cerca de la orilla del río, a un poco más de cuatrocientos metros de la casa. El conocía bien ese paraje donde solía meterse para vencer sus miedos.

-¿Por qué crees que está allí? Si estuviera en ese bosque, tuvo oportunidad de regresar a su casa y no lo ha hecho-Dijo sin mucha convicción.

-No lo sé- Dijo el muchacho- En el sueño vi ese bosque, él se agarró de mi brazo tan fuerte que me hizo caer del bote. Pienso que se agarró de una de las raíces de esos árboles y se quedó ahí hasta que pudo trepar por las raíces y por alguna de las ramas que dan hacia el río. Él tiene las mismas habilidades de Tarzán, el rey de los monos. En ese sitio, hay un gran tronco hundido en el agua y se forma como una piscina dentro del río. En ese pozo del río es donde Ángel acostumbra bañarse porque es más hondo y esos árboles deben ser ahora su escondite- Dijo el muchacho que continuaba señalando con la mano.

-Bueno, acepto esa probabilidad, pero ya, a esta hora, pudo haber regresado, está desaparecido Perucho, también pudo caerse de la rama porque todo está mojado y seguramente estaba descalzo si se estaba bañando y se ha golpeado la cabeza. Qué locura esa de Tarzán, el rey de los monos, ¿A quién se le ocurre ir a un río a bañarse en medio de la lluvia?- Dijo el cura mirando al muchacho y al resto de personas que se quedaron frente a la casa.

-Usted sabe Padre Celso que Ángel tiene la fuerza de un caballo y la habilidad de un mono, además es medio loco, no le tiene miedo a la lluvia ni al río, esta es su tierra y la conoce mejor que nadie, aquí nació y se crió. ¿Por qué no lo buscan en ese lugar? -Dijo Vidalina, en tono de súplica.
-Vamos nosotras-Dijo la Tía de Pedro que tampoco le tenía miedo al monte ni a las culebras.

-Dime una cosa muchacho, en la oficina de la parroquia dijiste que pensabas en las cosas y sucedían, que el vagabundo de Escarrá te dijo que podías hacer eso. ¿Eso es lo que te enseña tu tía? ¿Quién más te ha hecho creer eso? Hay que ser responsable con lo que se dice, es muy delicado esto, no es un juego de adivinanzas-preguntó el cura agarrando por el brazo al muchacho.

Policías, guardias y bomberos seguidos por una docena de hombres voluntarios habían iniciado su marcha hacia el río, río abajo, casi todos con machetes y palos en las manos, caminando por el lodazal, más atrás unas mujeres avanzaban entre las matas y comenzaron a gritar; y entre los gritos decían el nombre de Ángel, los perros ladraban y corrían delante del grupo.

-Lo que dije lo está viendo Padre, no lo estoy inventando -Dijo Perucho- Ángel está ahí en esos árboles, pero la policía va en dirección contraria, río abajo. ¿No escucha lo que gritan las mujeres y cómo ladran los perros?, igual que en el sueño.

-No me respondiste las preguntas-Dijo el cura.

-Una vez, Ángel me dijo que se estaba bañando en el río, bajo la lluvia y sintió un estruendo, rio arriba, se agarró de una rama y subió a uno de esos árboles y vio cómo una gran ola de agua y ramas, vacas y trozos de techos de casas venía arrasando con todo, se quedó mirando la crecida y esperó varias horas hasta que las aguas se calmaran para bajar del árbol. Bajó de noche y regresó tarde a su casa. Ese día perdió su ropa, la señora lo regañó y le pidió que prometiera que no volvería a hacer eso.

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Fuente: Pixabay

El cura quedó perplejo y vio a Vidalina quien asintió con la cabeza la evocación de ese hecho ocurrido varios años atrás, vio a los Muñoz, a Severina y a unos dos o tres vecinos del fundo, entre ellos Antonio Estévez y su mujer que también escuchaban atentamente la conversación.

-Vamos Padre Celso -dijo Antonio- Vamos al matorral del pozo; yo conozco ese sitio, casi todos los que quedamos aquí lo conocemos bien. Creo que el muchacho tiene razón. Ángel pasaba horas metido ahí, fumando tabaco o hablando solo. A lo mejor la crecida lo sorprendió en ese lugar y quedó atrapado entre las raíces, hay que ir con mucho cuidado entre tantas raíces y bejucos.

-¡No hay más que hablar, vamos para allá!- Gritó el cura- ¡Pero todas las mujeres, los ancianos y los niños se quedan aquí!.

Vidalina le entregó al padre una muda de ropa, un pantalón de caqui, una franela blanca y un par de botas. Los hombres caminaron hacia el matorral bajo una llovizna . Perucho se quedó con las mujeres, algunos adolescentes como él y unos viejos que también llegaron para ayudar. En unos diez minutos de caminata entre ramas y barro, el grupo de hombres dirigido por Antonio y el padre Celso desapareció en el bosque.

El río Manzanares, nace en la serranías del sur del Estado Sucre, en la montaña Turimiquire, se desplaza con vigor bajando entre grandes rocas milenarias por un camino sinuoso hasta las tierras llanas, luego se desliza mansamente por más de setenta kilómetros hacia el norte, pasando caseríos y campos, recibiendo el agua de otros pequeños ríos de las montañas, hasta atravesar la ciudad de Cumaná para entregar su agua dulce al Mar Caribe.

Las mujeres y los viejos se dedicaron a limpiar la casa y sus alrededores. Perucho permaneció en el corredor, parado como un vigilante viendo hacia el bosque. Transcurrió una hora y media aproximadamente cuando se vio al grupo de hombres salir del bosque y dirigirse a la casa. Perucho dio aviso a su tía y a Vidalina.

Todos los que se habían quedado en la casa no esperaron que llegara la comitiva y corrieron a su encuentro, hasta una distancia suficiente para ver que Antonio y otros tres hombres traían cargado a un hombre herido, pálido como un muerto, barbudo como un pordiosero, vestido con unos pantalones de caqui y una franela blanca pero con los pies descalzos, muy hinchados y llenos de sangre: Era Ángel Marrero, con los ojos bien abiertos y tratando de esbozar una sonrisa a quienes lo saludaban y aplaudían su regreso después de ganarle a la muerte otra partida más.

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*Dibujo del autor.

Fin

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