A diario, Jackson iba a la playa a contemplar el horizonte, forzando sus ojos para adivinar las costas de Curazao, a más de 70 kilométros desde el faro de Adícora. Ariadna se marchó con sus padres a la isla antillana, como muchos miles de venezolanos que migraron para buscar un destino mejor.
Ariadna y Jackson se criaron juntos, y se amaron desde niños, antes de la mayoría de edad conocieron el amor puro y más íntimo a orillas del mar, su permanente testigo y confidente.
Entonces habló con el pescador que trasladó a la familia de Ariadna:
-Necesito ir allá, no puedo seguir aquí. Necesito que me lleves, aquí no tengo porvenir, ya terminé el bachillerato y aquí no hay dónde estudiar y no tengo recursos para ir a Coro ni a ninguna parte; tampoco consigo trabajo, aquí no hay trabajo y no quiero ser policía ni narcotraficante.
-Es peligroso llevarte, tú no tienes pasaporte- dijo el viejo.
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-Eso es asunto mío, en esto me juego la vida. Puedo pasar por tu ayudante; conozco bien el trabajo en un bote pesquero.
-Está bien. Entonces mañana saldremos en la madrugada-respondió Hilarión.
-Están anunciando un huracán en las próximas horas-dijo Jackson
-Precisamente, disminuye la vigilancia de los guardacostas, porque a nadie se le ocurre salir de pesca en esas condiciones-dijo el viejo- Nos jugaremos la vida.
Antes del amanecer, Hilarión y Jackson navegaban en las aguas agitadas del mar, hacia el sur de Curazao, los guiaba la veteranía de un marinero que conocía el mar Caribe.
Serian,tal vez,las más largas de su vida, solo se escuchaba el motor. Antes de que se viera el sol, los relámpagos iluminaban el cielo y comenzó a llover.
Por momentos volvía la mirada hacia la popa y no veía al viejo capitán y se estremecía de pavor y gritaba. “¿Cómo vas mi viejo?” y escuchaba de lejos “¡Voy pa´ Curazao muchacho!”. Jackson sonreía en su incredulidad, pues se sentía solo en aquella inmensidad que ahora se tornaba en agua azul intenso y gris con espuma y un cielo nublado con matices de luz a los lejos pero la lluvia y el viento agitaban violentamente el barquichuelo que levantaba su proa amenazando voltearse. Se sintió un fuerte impacto, y el bote se volteó, los dos hombres cayeron al agua y trataban de mantenerse a flote pero las olas inmensas los lanzaban como diminutas criaturas. No podía articular palabras y trataban de ayudarse, de agarrarse del bote y mantenerse a flote. Minutos después sus fuerzas disminuyeron y se entregaron al abrazo de las olas que jugaban con su esperanza y con sus vidas.
Horas después despertaron en una playa, con sus cuerpos doloridos, semidesnudos, en la tierra donde Jackson encontraría su amor.
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Este es mi entrada al Concurso de microrrelato: Aventuras en el mar, en homenaje a Ernest Hemingway, invito a participar a @mireyaromero, @morito13 y @rosahidalgo
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