Bajo nuestros pies | Microcuento | Concurso de @es-literatos |

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Foto original de Pexels | Digital Buggu

    —No, maderos, aquí no vive ninguna dama —aseguró el sujeto. Parecía estar calmado. «Demasiado», pensó Ramírez; cualquier persona normal se pondría nerviosa al ver a dos policías parados frente a su puerta, sin embargo él lucía muy tranquilo, «algo no cuadra».

    Minutos atrás los uniformados habían recibido una alerta de dos vecinos que afirmaron escuchar los gritos de una mujer provenientes de esa vivienda.

    —En ese caso —dijo Ramírez — no le molestará si pasamos a revisar, ¿verdad?

    El hombre, de mala gana, los dejó entrar. En su rostro esgrimía una sonrisa pero Ramírez denotaba, a través de sus ojos, lo opuesto a felicidad. El individuo, de baja estatura y tan delgado como un niño, a simple vista no aparentaba ser alguien peligroso. «Eso lo hace aun más peligroso».

    —Usted quédese ahí —este, con toda la paciencia del mundo, se sentó en el sofá de la habitación principal. A su costado reposaba una palanca, apoyada contra la pared. «Extraño» —. Vigílalo, iré a revisar —indicó a su compañero.

    La búsqueda resultó infructuosa, no había sangre, signos de pelea, nada; retornó a la sala. A pesar de ello, aquel sitio, y el personaje que lo habitaba, seguían dándole mala espina.

    —Nos vamos, por ahora —espetó, y en seguida otra sonrisa, esta vez sincera, se dibujó en el semblante del sospechoso.

    Los oficiales cruzaban el umbral cuando un sonido, casi un susurro, alertó a Ramírez. Quizá lo imaginó «no... no, fue real» se convenció, y entró nuevamente arrollando al menudo hombrecillo. Cogió la palanca y comenzó a golpear el suelo.

    —¡No puede hacer eso! ¡Esa madera es cara! ¡Lo demandaré! —chillaba, mientras el otro oficial le sujetaba por los brazos; ya no lucía tan sereno como hacía apenas unos segundos.

    Golpeó con la palanca cuatro veces, en diferentes zonas, y al quinto trastazo el sonido hueco debajo de sus pies le retumbó en los oídos. Con un último golpe, con más fuerza que los anteriores, traspasó la madera y la levantó. Debajo, a dos metros de profundidad, una mujer joven, maniatada, amordazada y visiblemente herida lo miró con los ojos abiertos como platos.

 

XXX

¡Gracias por leerme!

 

Este cuento corresponde a mi participación en el concurso de microcuentos policiales: Los crímenes en la calle Morgue, en honor a Edgard Allan Poe de @es-literatos. Les invito a participar.

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Ecency