Angélica, alguien te mandó esto

Al final dejo un comentario personal sobre este cuento.
Buen viaje, queridísime lectore!


pexels-ron-lach-6924667.jpg

Imagen stock propiedad de Ron Lach


Angélica, alguien te mandó esto



          aldita sea la hora en que me hundí en la desesperación.

         Si hubiera mantenido la calma, si hubiera razonado antes de dejarme llevar, no hubiera acabado en este burdel, no hubiera tomado tantas copas, no hubiera terminado con tu compañía en un hotel.

         Me considero un hombre fiel y responsable. Quizás no tanto de pensamientos… que lance la primera piedra aquel hombre que no haya naufragado en la visión de un par de hermosas tetas balanceándose al compás de un meneado caminar, o que no haya disfrutado la redondez de un buen trasero levantado por unas sandalias de tacón. De eso soy culpable, pero jamás, jamás había ido más allá, jamás me había siquiera insinuado a otra mujer.

         Todo lo que tenía era para ella. Mi tiempo, mis pensamientos, mi vida entera era para ella. ¿Y qué recibí a cambio? Su tiempo, sus pensamientos, y su vida entera eran de otro.

         En realidad, era yo el segundo, era yo el ingenuo.

          Sentí morir todo en mí apenas me enteré de aquello. Ira, impotencia, dolor, sobre todo dolor…

         Quería odiarla pero la amaba, y quería detenerla, perdonarla, y convencerla de que lo dejara, de que fuese mía para siempre, y lo hubiese hecho si no es porque ella ya tenía las maletas en la mano y un boleto comprado para irse muy lejos.

         No podía hacer nada, no podía tomar lo que nunca había sido mío.

          Muerto, tomé las llaves del auto, muerto conduje hasta el burdel, y muerto me emborraché, decidido a que aquella noche me acostaría con cualquier mujer, para desahogar mis penas.

          Pero...

         ¡Dios mío! ¡Ojalá hubiese sido cualquier mujer!

Separador1.png

          Mientras danzaban como diosas, subiendo y bajando alrededor de sus cetros de hierro, todas me parecían iguales. Desbordadas de sensualidad, su piel voluptuosa cubierta apenas con hilos de ropa, eran un manjar sumamente apetecible... y no me provocaba ninguna.

          Las odiaba a todas como la odiaba a ella, pero alguna sería mía esa noche, por mucho que cobrara, haría que alguna se quedara en mis brazos en vez de irse con otro.

          Lo primero que conocí de ti fue tu perfume, y es lo único en el mundo que estoy seguro nunca podré olvidar.

         Ebrio como estaba, mi visión se había montado en un juego de ruleta, y así de desorientado me di cuenta de que te acercabas a mí por la derecha, murmurando algo que naturalmente no comprendí.

         “¿Cuánto cobras?” pregunté, y aunque mi lengua parecía haber renunciado a trabajar en tales condiciones, tú no tuviste problema alguno para entenderme, y soltaste una pequeña risita. Debo corregir entonces, tu risa es lo segundo que nunca olvidaré.

         El resto de la historia lo sabes.

          Me encantaría afirmar que llegamos a la habitación, nos desvestimos, y tuvimos la noche de placer de nuestras vidas, porque entonces no estaría escribiéndote esta carta, no estarías empapelada en mis pensamientos, y no pasaría el día entero rememorando cada instante…

          No sé cómo no nos detuvo algún fiscal de tránsito, pues podría apostar lo que sea a que iba trazando zigzags en el camino.

         El hotel al que íbamos no quedaba realmente cerca. Conocía una docena de ellos, todos más cerca que aquel, pero ese era justamente su favorito, e irónicamente sólo deseaba ir para allá.

         Al llegar, al invadirme su presencia dentro de aquella habitación, sentí que había perdido el alma por completo, había olvidado quién era, había olvidado con quién estaba, y sólo quedaba en mí el dolor y el odio. Sobre todo el odio.

          Sé que el primer golpe te tomó por sorpresa. Quizás también el segundo, pero aún así no escuché de ti ni una sola palabra. Te jalé por el brazo, te tumbé en la cama y te quité la ropa, pero no para besarte, ni acariciarte… sólo podía actuar por instinto, sólo quería descargar en ti todo aquello que sentía.

         Estando encima de ti, con un brazo te mantenía prisionera, y con el otro me arrancaba la correa para luego descargarla sobre tu suave y cálida piel… ah, corrijo una vez más, tu piel es la tercera cosa que no podré nunca olvidar.

         Sin esfuerzo recuerdo los leves murmullos que emitías. ¿Eran lamentos o gemidos? Sólo tú lo sabes con certeza, porque decidí cerrar los ojos, para no mirarte la cara, para no atestiguar mis actos.

          No tengo idea de cuántas veces arremetí en tu contra.

         Lo siguiente que recuerdo es estar tumbado en lecho, con el corazón acelerado, y que de pronto tus labios rozaran los míos con la delicadeza de un ángel. Deberás disculparme, pero corregiré por última vez: tampoco, en tiempo alguno, podré olvidar tus labios.

          Volví en mí como si me hubieran echado un balde de agua helada. Y te miré.

         Por Dios... ¿Qué había hecho? ¿A dónde me había llevado aquel estallido de emociones? Te había maltratado, tenías marcas por los costados, la espalda, los muslos...

         Durante un instante sólo aguardé, asustado, esperando que gritaras, que llamaras a la policía, que huyeras.

         Puedes dar por seguro que te creí demente cuando, en vez de hacer todo aquello, decidiste acercarte, me empujaste por el pecho y volviste a arrojarme a la cama con un beso. Me acariciaste, me envolviste en ti, y me agradeciste por todo lo que te había hecho.

          ¿Qué eras tú?

         El dinero que te pagué lo encontré metido en uno de mis zapatos. Dudo que se haya quedado allí por casualidad.

         He de admitir, después de todo esto, que he vuelto al burdel cada noche, y te miro desde la mesa más lejana, rogando que aparezcas de nuevo por mi lado derecho, y murmures otra vez alguna cosa inentendible.

          Maldigo todo lo que pasó, pero sólo por el simple hecho de no saber si esto que siento ahora tiene sentido alguno. Me arrepiento de todo únicamente porque eres de muchos y no eres mía; y espero, pacientemente, a que el golpe que pueda darte esta confesión, también puedas pagármelo con un beso.




Créditos:
Separadores ornamentales extraídos de Freepik y hechos por: rawpixel.com



Comentario de autor:


Este texto lo redacté en el 2013 y fue el primero para el cual encarné exclusivamente a un personaje masculino. Una experiencia que desde entonces considero gratificante y con la que cada vez experimento un poco más, sobre todo por considerarme una persona con una cambiante expresión de género.

Considero absurdo pero necesario aclarar que mi personaje, el hombre anónimo que redacta esta carta, no se trata del mártir que él describe en sus palabras, y que si prestas atención entre líneas, podrás encontrar múltiples expresiones misóginas y psicópatas en su zalamero testimonio.

Brindo porque esta historia sea tomada como una muestra de realidad: A veces el peligro acecha tras variados dotes de artista.

Si Angélica fuera mi amiga, le acompañaría a que lo denuncie.

Un abrazo y buenas vibras! ❤️

FirmaPeakDresizedhat.png

H2
H3
H4
3 columns
2 columns
1 column
11 Comments
Ecency