Monotonías en la luna
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_Con tanta gente que se pierde diariamente en esta ciudad, si están ofreciendo dinero es porque lo quieren encontrar. Debe ser muy querido.
Teodoro volvió a leer el aviso, lo recortó, lo dobló y lo metió en su cartera. “Qué dichoso es ese hombre: es tan querido e importante para su familia que por él ofrecen recompensa”, pensó Teodoro. Algo parecido a la envidia apareció en el alma de Teodoro que miró a su mujer que apenas le dirigía la palabra: sus vidas estaban tan llenas de monotonía y silencios. Tal vez si desaparezco, tal vez, solo tal vez llegue a extrañarme, pensó Teodoro mirando la tele sin verla realmente.
Al final de esa semana, Teodoro puso en práctica el plan que había pensado en todas aquellas noches. Salió bien temprano y le dijo a su esposa, que estaba en la cocina, que iría por el periódico. Eulalia no volteó a verlo y ni respondió a las palabras que él le decía. Teodoro salió de su casa y en vez de dirigirse al kiosco de Manuelacho, como siempre, caminó hacia el apartamento de una prima que se había ido del país y del cual tenía llaves. Aunque el apartamento estaba sucio y con un olor a humedad muy fuerte, Teodoro se acomodó y se preparó a esperar que su esposa se diera cuenta de su ausencia y que pusiera el aviso en el periódico. “Tal vez no ofrezca recompensa porque somos muy pobres, pero seguro irá al periódico a denunciar mi pérdida”.
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Aquella noche Teodoro imaginó la zozobra que podía estar viviendo Eulalia. Al principio se preocupó, pero luego lo pensó mejor y se sintió dichoso: “Me extrañará y se dará cuenta de lo importante que soy para ella”. Sacó el recorte de periódico, y dirigiéndose a la fotografía del hombre, le dijo: “No eres el único hombre querido. A mí también me quieren”. Con esta idea, Teodoro se quedó dormido.
Al día siguiente, Teodoro compró el periódico. Tuvo la precaución de no ir al kiosco de Manuelacho sino a otro. “Si le preguntan por mí, él dirá que no me ha visto.” En el apartamento hojeó el periódico y no halló ningún aviso. El corazón de Teodoro se le puso frío, pero luego se dio ánimo: “Seguramente la policía dijo que esperara 24 horas para declararme como perdido”. De todas maneras y por curiosidad, Teodoro decidió pasar por su casa y permanecer escondido para ver cómo se desarrollaban los acontecimientos. Cuando estuvo cerca, él esperaba encontrar un auto de la policía afuera de su vivienda o algún movimiento, pero nada: la casa estaba tranquila como él la había dejado. Con temor de que a Eulalia le hubiese pasado algo, Teodoro abrió la puerta y encontró a su esposa sentada frente al televisor. Ella, sin voltear a verlo, con el mismo tono agrio de siempre le preguntó:
_¿En dónde fuiste a comprar el periódico? –Teodoro cerró la puerta, caminó derrotado y sin ganas hacia donde estaba ella.
_A la luna –contestó y se sentó frente a la tele, cansado y desanimado, como siempre. Eulalia, por fin lo vio y expresó, más agria que nunca:
_¡Qué raro! ¿No me viste? ¡En la luna estaba yo!