Monstruos escondidos
Al principio, los padres pensaron que era cosa pasajera, miedos infantiles, pero no. Como un árbol que crece de manera brusca e indetenible, así comenzaron a crecer los miedos en Sebastián que empezó a dejar de ser niño para ser un joven. Los padres, tratando de entender e inhibir aquella ansiedad y espanto, lo cambiaban de cuarto, de cama, incluso llegaron a ponerle el colchón en el suelo, pero nada.
Evidentemente, los padres se preocuparon que persistieran esos temores, pero llegó el día en el que ya no: asumieron que Sebastián era cobarde y así de simple aceptaron el sobresalto que le causaba a aquel hombre mirar debajo de la cama. Sebastián entonces, ya convertido en un adulto, no dudó de sus monstruos y aunque hubiese querido, jamás pudo hacer una vida normal.
Como el tiempo es indetenible, Sebastián se convirtió en un anciano solo, que no conoció el amor, ni los placeres y lo poco que vivió, lo vivió con pavor. Ya en un asilo, Sebastián se miró al espejo y entendió que no fueron los monstruos debajo de la cama los que no lo dejaron vivir, que nunca hubo monstruos debajo del colchón sino dentro de él.