Los niños que aprendieron a volar
Una tarde, mientras los niños vagaban buscando sustento, llegaron a una plaza donde había un cuentacuentos. Atraídos por las risas de otros niños, se acercaron en silencio y empezaron a escuchar las historias, curiosos y atentos. La tarde pasó entre historias maravillosas que hicieron que los niños olvidaran los sufrimientos y cuando volvieron a casa, lo hicieron llenos de alegría y contento.
Y así cada tarde, como si fuera un hermoso vuelo, los niños viajaban entre historias como pájaros en el cielo. No tenían hambre, tampoco tormentos y por un pedacito de instante olvidaban los lamentos. Allí, entre otros niños, en su ingenuidad entendieron que para el mundo y para Dios, ellos eran lo primero.
Cuando el tiempo pasó y aquellos niños crecieron, fueron hombres de bien, trabajadores de empeño. Creativos y listos, diligentes y diestros porque nunca dejaron que aquel entorno paupérrimo los destruyera, los arrasara, los envolviera en un duelo. Un día le preguntaron cómo habían logrado superar todo aquello, con emoción dijeron que en aquellas historias y en algunos libros, lograron conseguir consuelo.