LA LUZ A TRAVÉS DE LAS HOJAS DE LOS ÁRBOLES

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Desde los hombros del tío Marco, al salir del apartamento, todo se ve diferente. La mañana brilla; el rocío, invisible a estas horas, vuela en su viaje de restitución. Las nubes son borregos pastando en la azul hierba, mientras un perro camina paso a paso junto al abuelo.

Subir al camión, esperar a que éste arranque, contar las manchitas de polvo en el cristal de la ventana; ver a la abuela a los ojos. Oír el bramido del motor, dejar poco a poco la colonia, escuchar la plática de los abuelos y descubrir todos los días una sonrisa en la cara de Marco.

Percibir la mañana como algo hermoso y eterno, algo que día tras día estará ahí. Tengo cuatro años y jamás quiero ir al jardín de la infancia. Quiero quedarme aquí: las ramas de los árboles meciéndose, el trino de las hojas y la voz dulce de la abuela preguntando: “¿Oyes el canto de los pájaros?”.

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