Entrada al Concurso de minicuentos en honor a J. L. Borges, de Literatos / Borges



Fuente / DP


BORGES

ME GUSTA SABER QUE ME espera un libro en los laberintos de mi memoria; me absorbo pensando en tan inigualable placer. Me pasa lo mismo que a Ulises cuando atravesaba el mar para ir a derramar sangre a Troya o cuando de regreso pensaba en Penélope; mientras, ella tejía el destino de ambos y de todos los futuros cadáveres que la cortejaban. Ulises fue el guerrero que llevó el caballo de la victoria y que luego lo trajo a Ítaca, porque su caballo fue el deseo de triunfar; el mío es menos temerario, lejos de la muerte y hasta inútil para la mayoría que no ha descubierto el placer de leer.
     Mi deseo, sorprendentemente irreversible, es que en mi memoria viva un gran libro; uno que contenga a los otros; aunque todavía no hayan sido leídos por mí. Un libro como una biblioteca, donde cada página sea una sección de una materia y que, al momento de entrar, me inviten a su resplandor.
     ─Un libro así solo puede ser producto de una imaginación.
     ─Sí, la imaginación es un gran libro, lástima que algunos no se atreven a abrirla.
     ─Sus sueños son irrealizables, por eso son sueños.
     ─Sí, yo sueño con aquello que alimenta al caballo de mis deseos.
     ─Algún día tendrá que despertar.
     ─Ya he estado despierto y el sueño es el mismo.
     ─¿Cómo me dijo que se llamaba?
     Pero no contestó; levantó la mirada para que el otro no lo encerrara en sus ojos.
     ─Lo siento ─le dijo─ tengo tantos libros en mi memoria que no sé con cuál presentarme. Podría llamarme Las mil y una noches, o pudiera ser, Los demonios (aunque fuera uno), de Fiódor Dostoyevski; también me gusta mucho ser Pedro Paramo; en fin, creo que lo confundiría si le digo un nombre. Pero, tampoco quiero que se vaya con la idea de que soy arrogante o tal vez ininteligible; bueno, creo que me da igual porque jamás volveremos a vernos.
     Ciertamente, nunca nos volvimos a ver. Tiempo después supe que era Borges, el verdadero; el que construyó una biblioteca en su memoria; lo sé porque a veces lo veo en mis sueños, sale como un fantasma y entra de una sección a otra; lo sé porque desde ese día lo persigo; he estado en los libros donde ha estado; en El desierto de los tártaros, en La máquina del tiempo, en Los monederos falsos; no he dejado, desde entonces, con soñar en ser un gran libro; uno que contenga a los otros; aunque no hayan sido leídos por mí.
     ─Y usted, ¿cómo se llama?
     ─Podría ser Homero, o tal vez Ulises, aunque me gusta mucho Zeus.
     ─Ahora seguro me dirá que me confundiría si me da su nombre.
     ─No. Siempre me he llamado Borges; los otros nombres, incluyendo el suyo (a quien le estoy dictando esto), es solo una extensión de mis lecturas.

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