Gabriel está entre la espada y la pared. No sabe que hacer, una situación que odia al extremo. Lo peor es que la opción de no hacer nada, es impensable ante las evidencias que enfrenta.

Todos confían en él. Siente el peso doblándole en lo moral. No pidió estar en la cúspide social. Tan solo cumplió como nadie, lo que es correcto y actuó en consecuencia.

Ahora la decisión entre opciones obligadas lo corroe. El tiempo juega en su contra, y aunque espera lo mejor y está preparado para lo peor; Tiene la certeza de que hacer lo necesario lo dejará fuera del juego para siempre.

No le preocupa el más allá, al fin y al cabo, lo ha enfrentado miles de veces regresando en forma milagrosa pero discreta como todos. Solo que él es consciente sobre los efectos del sacrificio que afectará a muchos.

A pesar de su dirección, la gente reincide en los mismos errores, ignorancia o rebelión, para él valen lo mismo y la compasión lo sobrecoge hasta afligirlo.

Confía en Gonzalo, quien lo secunda en las tareas, para seguir el camino que trazó y que pronto será incendiado para probar su eficacia. Aunque el miedo inminente hace flaquear su determinación por momentos, la fuerte convicción forjada en los años precedentes lo recompone.

Los golpes en la puerta disipan la sensación de indecisión. Todo inicio tiene su final, así que él tendrá el final para el cual se preparó toda su vida. Ellos no pueden ponderar las implicaciones que tendrá su sacrificio. Todavía en muy temprano para la mayoría para entender que si él huye ellos estarán perdidos para siempre.

Él espera lo mejor para todos, inclusive para quienes lo encarcelan antes del martirio.