Color de hormiga | Minicuento satírico en homenaje a Antonio Arráiz

Saludos a todos,
Espero no haber llegado tarde a esta convocatoria. Antonio Arráiz y su obra ocuparon buena parte de mis años formativos. Arráiz supo combinar el folklore, la literatura y la política de manera magistral. Agradezco a #Literatos la oportunidad de celebrar la obra de un gran venezolano, desconocido para muchos. Este es mi relato para el Concurso en homenaje a Antonio Arráiz.

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Color de hormiga


Me pregunto qué quieren significar los humanos cuando dicen que “la cosa está color de hormiga”. Como hormiga, no puedo evitar sentirme aludida y, ante la imprecisión de la expresión, no puedo evitar sentirme confundida, ofendida incluso.

¿Se referirán a que están en tinieblas, en tiempos de ignorancia y oscurantismo; o a que no ven la luz al final del oscuro túnel cavado con sus gigantescos problemas existenciales, por aquello de que la mayoría de las hormigas son negras?

¿O se referirán a la temperatura caldeada de ciertas situaciones conflictivas que les evoca algún color cálido? Hasta esa imagen resulta confusa, ya que si se trata de fuego, este puede variar desde azul hasta rojo, pasando por amarillo y naranja. No es coincidencia que entre nosotras existan especies de todos esos colores, pero pudiéramos estar todas aludidas o todas excluidas.

Las hormigas también podemos ser marrones, pero no se me ocurre una instancia conflictiva que aluda o se vea representada por el color marrón. A menos que los humanos se refieran a estar enlodados, a “meter la pata” (generalmente en el fango, aunque también, con más frecuencia de lo que ellos quisieran reconocer, en otras sustancias viscosas de fétido olor y color usualmente castaño) o a no poder “sacar las patas del charco”.

¿A qué viene todo esto, se preguntarán ustedes?

Pues, resulta que los humanos, aunque se jacten de ser muy inteligentes y superiores en muchos aspectos, terminan siendo los más vulnerables de todos los seres vivos. Les tomó mucho tiempo aprender de nosotras una lección básica de sobrevivencia y defensa contra sus agresores; irónicamente de la misma especie. No que nosotras no tengamos nuestros enfrentamientos ocasionales, pero entre hormigas no necesitamos pisarnos las antenas. El planeta es lo suficientemente grande incluso para la especie (visible al ojo humano) más numerosa de todas.

Hemos recurrido a lo largo de la historia humana a todo tipo de métodos para hacerle entender a estos zopencos que deben unirse por un bien común, que deben trabajar muy duro, que deben hacerlo de modo constante, y que deben seguir una organización perfecta que mantenga siempre la harmonía y coordinación de esfuerzos en una misma dirección. ¿Lo han entendido? Si!

¿Lo han hecho? No exactamente.

Sería una ofensa llamar “trabajo de hormigas” a los arrebatos ocasionales cuando, en vez de tener la pata en el charco, tienen la cabeza. No. Los humanos no aprenden rápido o bien, como ellos dicen. Por eso acabo de escuchar a un imbécil decir que la cosa se puso, OTRA VEZ, color de hormiga.

¿Cómo pudieron dejar que eso sucediera después de todas las demostraciones que le hemos dado? Desde las pestes mal reportadas en su libro sagrado hasta la excitante rebelión de A Bug’s Life (la comiquita de Pixar), pasando por el “desgarrador” final de Cien años de soledad, no hemos hecho otra cosa que ilustrarles a estos cabezas hueca la mejor forma de acabar con sus tormentos.

Para nosotras, contemplar este patético espectáculo repetido ad nauseam resulta ya tan fastidioso como para los humanos seguir viendo episodios del Chavo del Ocho; no importan cuan graciosos sean, terminan cansando.

El problema, señores, es que a nosotras nos gustan más los alimentos producidos por humanos que aquellos que podemos encontrar en la naturaleza. Durante más de 20 años vimos mermadas progresivamente nuestras fuentes alimenticias gracias a las desgracias impuestas por un minúsculo grupo de infelices (me pongo de todos los colores cada vez que recuerdo cuan minúsculo era el número y cuánto tiempo les tomó reaccionar y someterlos) quienes irónicamente eran quienes más alimentos suculentos tenían, pero cuyo acceso estaba totalmente negado a nosotras. Sus fortalezas eran impenetrables, incluso para nosotras, que hemos atravesado montañas enteras cuando hemos querido. Con el tiempo esta peste fue dan dañina que ni siquiera podíamos encontrar alimentos en la naturaleza!

Logramos que la mayoría de estos imbéciles se organizaran y que volviera la prosperidad para todos. Así volvimos a ver donuts enteras al aire libre, para cualquier colonia nuestra que quisiera tomarlas. “Cada hogar un deli”, parecía su nuevo lema. Pero no logramos que todos leyeran y entendieran Cien años de soledad, y como dejaron sueltos a algunos “Buendía”, ahora los malos días parecen querer volver para ellos y nosotras.

No hay derecho. Nadie sabe para quién trabaja y nosotras vamos a tener que encargarnos de una vez y por todas.
¡Vamos, rayo veloz!

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Gracias por tu lectura

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