Poesía: El color del desamor / Poetry: The color of lovelessness [Eng-Esp]

La media noche llegó y la tormenta trajo a mi vida rayos que electrocutaron mi sanidad mental. Por poco detienen mi corazón. Caer en un lago helado se habría sentido menos aterrador, rozando la muerte súbita, desgarradora y cruel.

Un viaje con diez meses de adelanto hizo desaparecer los cimientos en los que había depositado mi fe y sueños, sin darme cuenta de que había construido un castillo de arena sobre la nieve blanca y fría.

Negación llegó a la habitación y entre lágrimas de desesperación sostenía con hilos delgados las paredes que se estaban derrumbando. Respirar se sentía pesado. Podía cerrar los ojos y ver cómo intentaba procesar el aire denso en la cima del Monte Everest. Mis reflejos no funcionaron esta vez, las balas me estaban perforando y atravesaban mi cuerpo, haciendo flotar gotas de sangre en la ilusión de una ráfaga de realidad.

Corriendo sin cesar y quedándome sin aliento, perseguí el último recuerdo que podíamos tener juntos. Ahora es una fotografía más en la galería digital. Mis manos frías y un último abrazo fue lo que sobraba para guardar en el baúl lleno con años de besos, sonrisas e ilusión. ¿Puedo ser sincera? Y es que realmente guardé mis lágrimas durante ese fugaz momento en el que nuestra historia terminaba. Aún en el borde de la perdición, no deseaba tu corazón oprimido al ver mis lágrimas caer por mis mejillas coloradas, de apresar un grito derrotado suplicando que te quedaras. Y entonces tu mano soltó la mía y las escaleras a un nuevo rumbo te llevaron lejos de mí para jamás volver a vernos. Ese fue el momento en el que me quebré y no sé si hoy estoy aliviada de que no lo lograras ver.

En la noche escudriñando desde una esquina, había llegado la ira sentándose en un sillón. Su sonido era molesto, como una alarma tenue, como el pitido del paso de la corriente al viejo televisor en nuestro cuarto, en el que las almohadas quedaron flotando en tu olor dulce de sudor varonil y jabón de mandarina que solía comprar para ti. Pero en mi corazón algunos días eran suficientes para arremeter con fuerza contra una decisión en la que yo no había tenido ni voz ni voto. Sus manos calientes quemaban mi piel y el rencor daba paso a medusas nadando a mi alrededor, con su toque podían activar en mí todo lo que había estado mal en nuestra relación.

Sin ser suficiente, una figura de sombrero y guantes se abrió paso para mostrarme, con su proyector de antaño, soluciones rellenas de crema de nubes y vapor, haciéndome digerir por las noches gramos de realidad imparable con chispas de resignación, amargas al gusto y viscosas para el corazón. Había comenzado a entender. Nuestra historia había estado agonizando hacía muchas lunas atrás. Pero mi amor, ni siquiera me habías dado oportunidad de intentar remendar o al menos de este tren sin frenos saltar, antes de ser la única pasajera en un destino que era estrellarse en el mar.

Pero aunque la pecera en la que nadaba mi corazón había recibido estruendos y calor, fue el siguiente visitante no deseado quien con un martillo, forjado de recuerdos y planes futuros, logró romper al tercer golpe el vidrio reforzado, empapando el suelo de flores secas y tierra fría cubriéndose de blanco. La depresión y el invierno habían llegado, instalándose como fantasmas en una casa llena de ti, donde las paredes tenían pintado tu nombre desde aquella tarde en la que me habías preguntado si podría ser tu esposa y mi respuesta había sido una sonrisa llena de amor carmesí.

El frío se colaba por las ventanas del desinterés y la lluvia se filtraba por el techo de la indiferencia. Entonces los días habían empezado a carecer de sentido y las noches absorbían tantas de mis lágrimas como un íncubo alimentándose de mis lamentaciones, tristeza y añoranza. Toda una era dejada atrás, trece años de un árbol cultivado y cortado de un golpe por la mitad, incinerado y casi olvidado. ¿Qué podría hacer con las fotografías que me caían encima con cada terremoto por un recuerdo activado o con el volcán en erupción, cuya lava quemaba mi suelo cuando por las noches sentía los espectros de tus besos en mi piel? Ya no sabía si habías comido bien o si habías recordado quitarte los lentes antes de acostarte, en la cama en la que ahora descansabas. La costumbre también taladraba profundo, tal vez tanto como se necesita para una lobotomía, pero todo ese mundo condensado en un globo dorado lleno de helio seguía siendo mi atardecer y mi firmamento. Fingir sonrisas y respuestas para no preocupar, para no ser una carga ante familiares y amigos, todo aquel que por mí se preocupara. A pesar de que habías sido tú quien embarcó el viaje a un destino distinto, sentía cómo mi boleto de gracia había sido cobrado y caducado, dejándome a la deriva.

Entonces un día había logrado respirar sin dificultad, sin darme cuenta llevaba días lográndolo. La sonrisa genuina había vuelto, los fantasmas se habían ido no sabía exactamente cuándo y tu olor había desaparecido de la habitación. Luego de contar mi historia a las estrellas y trazar con tinta mis letras en los pergaminos, un día ya no dolías. El filtro blanco y negro con el que veía desde aquel día, ya no servía. Los colores eran tontamente más cálidos y las nubes invitaban a pasear afuera y a mudarme a un pequeño anexo sobre una montaña cerca de la ciudad noctambula de mis propios sueños, empacados en una maleta debajo de la cama en la que solíamos dormir juntos abrazados por las noches. Y ya está, era hora de trasplantarlos de la maceta a la tierra, para que florecieran, mientras el sol brillaba fervientemente al borde de una nueva estación, donde la brisa es fresca y las flores seducen al espectador.

Sin más, había llegado el día, junto con la aceptación sonriendo a mi vida. Un boleto nuevo que no se había planeado o comprado lleva mi nombre. Y me invitaba a viajar a un lugar reconstruido llamado “Yo”, donde los cimientos no son prestados y las oportunidades no son desperdiciadas. Es aquí donde cada día brilla. Donde la persona que proporciona el orgullo y el amor, soy yo misma.

Midnight came and the storm brought lightning into my life that electrocuted my mental sanity. They nearly stopped my heart. Falling into a frozen lake would have felt less terrifying, bordering on sudden, heartbreaking and cruel death.

A trip ten months ahead of schedule wiped away the foundation on which I had placed my faith and dreams, not realizing I had built a sand castle on the cold, white snow.

Denial came into the room and through tears of despair I held the crumbling walls with thin threads. Breathing felt heavy. I could close my eyes and watch as I tried to process the thick air at the top of Mount Everest. My reflexes didn't work this time, bullets were piercing and piercing through my body, floating drops of blood in the illusion of a blast of reality.

Running relentlessly and running out of breath, I chased the last memory we could have together. It is now just another photograph in the digital gallery. My cold hands and a last hug were what was left over to keep in the trunk filled with years of kisses, smiles and illusion. Can I be honest? And I really held back my tears during that fleeting moment when our story ended. Still on the edge of doom, I didn't want your oppressed heart to see my tears fall down my flushed cheeks, to catch a defeated scream begging you to stay. And then your hand let go of mine and the stairs to a new direction took you away from me, never to see each other again. That was the moment I broke down and I don't know if I'm relieved today that you didn't get to see it.

In the night peering from a corner, anger had come sitting in an armchair. Its sound was annoying, like a faint alarm, like the beeping of the current passing to the old TV in our room, where the pillows were left floating in your sweet smell of manly sweat and tangerine soap I used to buy for you. But in my heart a few days were enough to lunge hard against a decision in which I had had no say. His hot hands burned my skin and rancor gave way to jellyfish swimming around me, with his touch they could activate in me all that had been wrong in our relationship.

Not enough, a figure in hat and gloves made his way to show me, with his projector of yesteryear, solutions filled with cloud cream and steam, making me digest at night grams of unstoppable reality with sparks of resignation, bitter to the taste and viscous to the heart. I had begun to understand. Our story had been dying many moons ago. But my love, you had not even given me a chance to try to mend or at least to jump this train without brakes, before being the only passenger in a destiny that was to crash into the sea.

But although the fish tank in which my heart swam had received rumblings and warmth, it was the next unwanted visitor who with a hammer, forged from memories and future plans, managed to break at the third blow the reinforced glass, drenching the ground with dried flowers and cold earth covering itself in white. Depression and winter had arrived, settling like ghosts in a house full of you, where the walls had your name painted on them since that afternoon when you had asked me if I could be your wife and my answer had been a smile full of crimson love.

The cold was seeping through the windows of disinterest and the rain was seeping through the roof of indifference. Then the days had begun to become meaningless and the nights absorbed so many of my tears like an incubus feeding on my regrets, sadness and longing. A whole era left behind, thirteen years of a cultivated tree cut in half with one blow, incinerated and almost forgotten. What could I do with the photographs that fell on me with every earthquake because of an activated memory or with the erupting volcano, whose lava burned my ground when at night I felt the specters of your kisses on my skin? I no longer knew if you had eaten well or if you had remembered to take off your glasses before going to bed, in the bed in which you now rested. Habit also drilled deep, maybe as much as it takes for a lobotomy, but all that world condensed into a golden helium-filled balloon was still my sunset and my firmament. Faking smiles and answers so as not to worry, so as not to be a burden to family and friends, anyone who cared about me. Even though you had been the one who embarked on the journey to a different destination, I felt how my ticket of grace had been cashed and expired, leaving me adrift.

Then one day I had managed to breathe without difficulty, without realizing I had been able to do it for days. The genuine smile had returned, the ghosts had gone I didn't know exactly when and your smell had disappeared from the room. After telling my story to the stars and tracing my letters in ink on the parchments, one day you no longer hurt. The black and white filter I had been seeing with since that day was no longer useful. The colors were foolishly warmer and the clouds invited me to walk outside and move to a small annex on a mountain near the nocturnal city of my own dreams, packed in a suitcase under the bed where we used to sleep together cuddled at night. And that was it, it was time to transplant them from the pot into the ground, to bloom, as the sun shone fervently on the edge of a new season, where the breeze is fresh and the flowers seduce the beholder.

Without further ado, the day had arrived, along with acceptance smiling into my life. A new ticket that had not been planned or purchased bore my name. And it invited me to travel to a rebuilt place called "Me," where foundations are not borrowed and opportunities are not squandered. It is here where each day shines. Where the person who provides the pride and love, is myself.