Debajo de las ramas de una ceiba frondosa, Alicia se mecía suavemente en una hamaca colorida acompañada de un largo Marlboro. Un bombillo que se negaba a morir, exportaba una luz que acariciaba su rostro, creando una escena mágica.

Cuando tomaba una gran bocanada, un crujido la hizo toser y detener la hamaca. Quedó inmóvil, con el corazón a punto de estallar en sus dientes. Sus ojos se agudizaron haciendo un escaneo en la oscuridad.

Caminó hacia la casa con pasos ruidosos por el pisar de las ramas. Al llegar a la puerta, se dio cuenta de que las luces se habían apagado. Un escalofrío le recorrió la espalda.

Escucho otro ruido, esta vez metálico que se originaba en la sala. Trago grueso. Llena de angustia se dirigió a la sala hasta que se reveló una figura frente al retrato de su madre fallecida.

La figura se volteó hacia ella, mostrando un rostro pálido pero conocido. Era el tío Leonardo. De sus ojos brotaban una mirada desquiciada. Alicia soltó el cigarrillo.

Con un sonido oscuro, Leonardo se lanzó sobre ella. Alicia gritó y corrió desesperadamente. Al llegar al jardín, tropezó con las raíces de la ceiba y cayó. Allí, en el suelo, Leonardo la alcanzó y con sus manos huesudas se aferró a su tobillo.

Alicia luchó hasta que un frío dolor le inundó el ojo. De su garganta brotó un sonido agónico y la oscuridad la trago.

Al amanecer, la encontraron tendida bajo la ceiba, inerte, pálida. Su único ojo mostraba el terror vivido. La policía no encontró rastros del atacante, ni del arma. Solo observaron una mordedura en la cuenca de un ojo. Un círculo perfecto, como si por allí le hubieran robado el alma.

En los días siguientes, todos en estado de terror, hablaban de una criatura indescriptible, aterradora que acechaba en la oscuridad.

Un año después, un detective llamado Germán, llegó al pueblo para investigar el caso. Era un detective obsesionado con descubrir casos sin resolver. El detective se sumergió en la historia de Alicia, entrevistando a todo el mundo. Una noche, mientras revisaba las pistas de la escena del crimen, una imagen le llamó la atención. En el tronco de la ceiba, estaba una pequeña marca en forma de colmillo que brillaba.

La investigación de Germán dio como fruto que quien había asesinado a Alicia no era un ser paranormal, sino algo más perturbador. Una mente enferma.

El resultado fue que el tío Leonardo tenía un historial de violencia y locura. Logró ubicarlo en un lugar asqueroso y oscuro. Allí lo capturó y se hizo justicia. Pero el pueblo nunca olvidó la tragedia. La ceiba fue el monumento al horror.

Hoy en día, se dice que en las noches en que la luna hace acto de presencia, el espíritu de Alicia vaga por las calles, buscando su ojo perdido por una mordida.