—¿Para qué me traes hasta aquí? —Vocifera el hombre con gran frustración e ira. —¿Acaso no es suficiente todo lo que me has quitado y este dolor tan grande? —Agrega, ya con la voz quebrándosele.

Seguidamente, cae de rodillas, lleva su mano al rostro y comienza a llorar desconsolado y con mucho sentimiento.

En su mente, los recuerdos y las imágenes se sucedían en una veloz secuencia. Un bebe que llora en sus brazos, mientras él siente un profundo agradecimiento de ser padre. La bebe más grandecita, mirándole y sonriéndole mientras sujeta su dedo. La bebe gateando veloz, alejándose de el mientras ríe graciosamente. Ahora más grande, dando sus primeros pasos. La celebración del primer año. Sus primeras palabras. La triste despedida, no solo de su tierra, sino de quien había sido su esposa y la princesa de su vida, junto a la promesa de nunca fallar en su responsabilidad como padre a pesar de la distancia.

Luego, un vacío, no solo en su mente, también en su corazón y su alma. La terrible noticia de un accidente de avión y el desmoronamiento de los sentidos, al asumir y entender, que en ese avión, viajaba su pequeña hija. Sentimientos de rabia, decepción, frustración, ira, dolor y una sensación de perdida total.

Un torbellino indescriptible de emociones que se agolpan dentro del hombre, le hacen levantarse, y desesperado, emprender la carrera por el camino en la montaña que lo llevo hasta el lugar del accidente. Casi sin ver, da largas zancadas, como queriendo alejarse de una realidad que lo supera. Con los ojos inundados, corre de forma casi automática, hasta que tropieza y cae por un barranco.

El hombre da varias vueltas y sin ánimos, se deja llevar por la caída, como entregado a su destino. No siente dolor, no siente temor. Por un breve momento, mira el cielo nublado y luego, todo se oscurece y deja de sentir, cayendo a la nada.

Durante un periodo de tiempo que el hombre no puede definir, solo existe el vacío y la nada. Luego de esto, vuelve en sí y se percata de que está en el suelo boca arriba, mirando un hermoso cielo azul y luminoso.

—Podría pasar horas mirando este cielo tan espléndido, —escucha el hombre que le hablan

Rápidamente, se incorpora y a su derecha, observa a un nombre muy joven, de aspecto gentil y bien parecido, que observa arriba hacia la montaña. Es la misma montaña donde estuvo hace poco, pero ahora luce distinta, con un profuso verde primaveral, adornado con tenues destellos de diferentes colores que la hacen resplandecer, muy diferente al oscuro y lúgubre aspecto que muestra desde que ocurrió la tragedia.

—¿Qué está sucediendo? —Pregunta un tanto confundido. —¿Quién es usted? —recalca.

—Mi nombre es Miguel, —le responde el hombre joven, con una sonrisa que desborda amabilidad.