Poco después de la medianoche, Laura estaba exhausta, gritando, pidiendo auxilio. Para su desgracia, el laboratorio se encontraba alejado de la ciudad y solo trabajaban en sus instalaciones, Reinaldo y ella, por lo que comprendió que nadie acudíria en su ayuda. Postrada en el suelo, en cierto momento, cuando ya se había calmado, así como los animales que también estaban encerrados, noto que estos la miraban atentamente.

Nunca había tenido una mascota y, quizá debido a su trabajo en el laboratorio, había desarrollado cierta indiferencia hacia los animales, hasta el día que miró en los noticieros la campaña que se había desatado para terminar con estas prácticas en su ciudad. No lo expresó abiertamente, pero desde ese momento, tuvo el deseo de que esta actividad fuera prohibida, cosa que ocurrió más rápido de lo que se esperaba.

Mirando la expresión de tristeza, miedo e incertidumbre que tenían los animales que la observaban, se decidió no rendirse. Comprendía que no podría salir de su jaula, ya que Reinaldo la había cerrado con un candado, pero se dio cuenta de que los animales solo tenían un pasador bloqueando la salida de sus jaulas. Fácilmente, podrían mover sus patas y abrir sus jaulas, si supieran que eso los liberaría.

Los animales la observaban con atención, quizá con la esperanza de que ella los liberaría. Así que Laura comenzó a moverse y a realizar gestos como si fuera otro animal. Poco a poco, algunos la fueron imitando, poniendo cada vez más entusiasmo en ello. Después de un rato, comenzó a tratar de abrir su jaula con sus manos, imitando el movimiento de una pata. Luego de un rato y casi sin darse cuenta, un perro, quien era el más animado de todos, siguió sus movimientos y logró abrir su jaula.

La emoción estalló en el lugar cuando Laura gritó de alegría. El perro rápidamente salió de su prisión y corrió a donde estaba Laura. Esta, con lágrimas en los ojos, lo abrazó y acarició a través de las rendijas y pudo sentir la gran felicidad del animal y lo agradecido que estaba.

Laura tomó al perro con sus manos y mirándolo a los ojos, le dijo con voz muy dulce: —Ahora, sé un buen chico y ve a traerme esa bata blanca que está tirada allí, — señalando hacia donde se encontraba su bata de trabajo y en donde tenía un juego de llaves del laboratorio. Fue un momento mágico.

El perro, sin dejar de agitar su cola, la miraba con mucha felicidad. Luego dirigió su vista hacia donde Laura le señalaba. La volvió a mirar a la cara y, dando un gran ladrido, salió disparado directo hasta la bata, la tomó en su hocico y, muy divertido, se la trajo arrastrándola.

Lo demás es historia. Reinaldo fue detenido, sus credenciales científicas le fueron revocadas y pasó a cumplir una larga temporada tras las rejas por todos los delitos cometidos. Laura terminó siendo la dueña del laboratorio, donde inició una nueva etapa de las investigaciones científicas, con altos estándares de respeto a los animales y el medio ambiente, lo que le valió muchos reconocimientos en la comunidad científica.

Todos los animales que compartieron la odisea de ser encerrados por Reinaldo se convirtieron en las mascotas de Laura, siendo el perro que la liberó de su jaula el mayor consentido de todos ellos. Además, comparten la tarea de administrar el refugio para animales de la calle que Laura fundó y que se convirtió en el mejor lugar para estos inocentes e indefensos seres.