Magdalena decide perdonarse

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Magda, te tienes que perdonar

—Cuentame Isabel ¿Qué te trae esta tarde?—

Magdalena tenía 12 años ejerciendo la profesión de psicóloga; como cada mañana atendía en su consultorio, los diferentes problemas del Vempetrol C.A.

Sus principales atenciones iban destinadas a los problemas cotidianos de las oficinas: "fulana me vio feo", "no soporto a la flaca", "aquella tiene preferencias porque quien sabe que le estará dando al jefe" y chismes de pasillo que se solucionaban recomendando hablar, ocuparse en cosas de la oficina y perdonar las diferencias para conservar ambientes de trabajo "armónicos".

—Bueno doctora, ¿Le puedo decir doctora? - Decía Isabel viéndola a los ojos y poniéndose de lado en la silla, mientras que Magdalena asintió con la cabeza. — Dígame como se sienta cómoda.

—Bueno, doctora, prosigo- tomando una bocanada de aire para iniciar su explicación.

— No soporto a mi jefa...—

Magdalena fingió estar escribiendo para no poner los ojos en blanco porque pensó "un caso más para esta empresa". La psicóloga luchaba por mantener su mente en la paciente que comenzaba a explicar las acciones, los tratos, las indirectas, las cosas que se decían en la oficina pero nada de eso importaba.

Magdalena tenía en su mente y su corazón un pensamiento más fuerte que su profesionalismo:

Su marido la engañaba.

Poco habían servido los años de estudios de conductas, decenas de diplomados, cursos, actualizaciones. Todos esos conocimientos los ponía en práctica en casa: comunicación asertiva, reuniones mensuales, sale de la rutina, ejercicios de confianza ¡En qué estaba fallando!

Ella lo sabía porque como también lo pensaba "un hombre no sabe disimular", estaba llegando un poco tarde, no dejaba de tocar el celular, se estaba arreglando más de la cuenta, decía que tenía algunos problemas en la oficina, en fin, estaba prestando atención en otra cosa que evidentemente no era ella.

— Y doctora la última que me hizo, resulta que hice el café como todas las mañanas le hago al grupo de la oficina, pues resulta que ¡Se ha bebido toda la jarra y la dejo allí sucia! Dígame usted ¡Es que no la soportooooooo! — dice en voz fuerte y pronunciada que hace regresar a Magda de sus pensamientos.

—¿Y haz intentado hablar con ella?—

—¿Es que no me estás escuchando? No hay manera de hablar con esa "se ño ra"— Haciendo un gesto entre las manos de comillas— En la oficina nadie la quiere, el departamento de...—

—Un momento— la detiene Magdalena— Recuerdo que estamos en la empresa y debes omitir nombres y departamentos para conservar la confidencialidad y objetividad—.

Luego de varios minutos las mujeres continuaron hablando, Magda citando algunos autores y terapias, mientras que Isabel anotaba, interrumpía y hasta se puso a llorar.

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—Es que yo quiero conservar mi trabajo doctora, mucho me costó conseguirlo, tengo casi 10 años acá para que venga esa simple aparecida porque se está acostando con el director a amargarnos la vida—.

—Isabel no podemos hacer esas acusaciones dentro de la empresa, podrías meterte en un problema—.

—Es que doctora, no es ninguna acusación ni chisme de pasillo— dijo secándose las lágrimas y recobrando la compostura.

—Es un acto público y notorio que ella entró al departamento por su recomendación y como jefa, pasan horas encerrados, llegan y se van juntos, y ella misma lo ha dicho que pronto vendrán nuevos cambios, porque ella pasará a ser la señora Bigotelli.

En esta vida existían muchos Pérez, González, Díaz, pero ese apellido era súper específico y el único jefe en esta institución con él, era uno solo: su marido.

Magda, intento no perder la compostura pero ya se le notaba en el rostro que aquella confesión la había impactado. Comenzó a sudorar, tomo los papeles en su mano y comenzó a echarse aire. Isabel sin saber el por qué acudió a ella, le dió un vaso con agua, le preguntó si llamaba alguien a lo que Magdalena respondió que no y poco a poco fue tranquilizandose.

Despidió a Isabel diciendo que reprogramarian una cita y se sentó sola en su consultorio.

Todos sus pensamientos era una serie de rompecabezas, buscando en su mente quien sería esa chica, por qué Augusto jamás la mencionó.

—¡¿Como no me di cuenta?!— Se cuestionó arrojando todos los papeles del escritorio a la nada.

Magda se preguntó ?cuántas personas lo sabían? ¿Hace cuánto venía pasando está situación? ¿Por qué le ocurría esto? Su corazón ya no sabía de razonamiento, ni libros, ni diplomados de pareja.

Ya en su corazón habia odio, desencanto, tristeza, rabia, por el tiempo perdido, por la falta, la infidelidad, la deslealtad, la burla que debió ser para todos en la oficina, la lástima con la que la veían cuando ella presumía de su marido. Todo era un sinfín de emociones que atravesaban por ella.

Tomó algunas pocas cosas de su estante, se dirigió al carro y se encaminó a su casa. En el trayecto pensaba sobre que le diría, como enfrentaría aquella situación, ¿Quemaría su ropa? ¿Haría un escándalo que se enterará todo el mundo? ¿Llamaría a la empresa de forma anónima y lo denunciaría?

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Aquellas kilómetros le parecieron interminables hasta que llegó a casa. Los minutos fueron eternos y su esposo como era costumbre, no llegaba a la hora de la cena. Esto la hacía pensar: "está con ella", "de saber todo", "¿Cuánto tiempo me vería la cara de idiota?" Hasta que por fin llegó a casa.

Al entrar, la saludo como siempre, le contó cosas vagas de la oficina y Magda aguardaba en silencio, hasta que le preguntó si le ocurría algo.

—Quiero el divorcio— alcanzó a pronunciar Magda.

—No nos hagas esto, vamos a hablar— inmediatamente interrumpió Augusto.

—¿Cuánto tiempo llevas viéndome la cara?—

— No es lo que tú piensas, perdóname decía nerviosamente Augusto.

Sí, yo te perdono, pero primero tengo que perdonarme yo al permitir que un ser como tú entrara en mi vida, al hacer miles de cosas para tí y no por mi, me debo perdonar que yo no fallé, a mí me fallaron y sobre todo me debo perdonar para no permitir volver a pasar por esta situación.

El día que yo trabaje en mí, me perdone y me vuelva a amar, vuelva a sentirme viva, feliz, completa, libre, independiente, ese día te perdonaré a ti, porque me habré ganado yo, pero tú te perdiste.

Magdalena lo dejó en la sala con sus maletas listas y comenzó a trabajar en ella y su perdón.

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Relato único, primera vez publicado. Fuentes de las imágenes citadas.

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