El Noctámbulo: (Capítulo 17: La mazmorra)

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La novela contiene narración gráfica de asesinatos e imágenes fuertes, por lo que se recomienda discreción. Apto para mayores de edad.

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Por su parte, a Julieth se le hacía cada vez más rara la situación de Nicolai... ¿A dónde la llevaba?

—¿Cuánto falta? ¿No es mejor que me muestres lo que sea que vas a darme luego de la boda? Según tú, es un regalo de bodas, ¿no? —dijo la muchacha mirando atrás.

—Mi querida Julieth, ¿siempre eres así de impaciente, pequeña?

Llegaron a las cocinas.

—¡Piérdanse! —exigió Nicolai a los empleados que allí se encontraban.

—¿Qué pretendes? Además, ¿por qué tienes que tratarlos así?

—Querida, tienen que entender su posición —dijo Nicolai palpando bajo una de las mesas. Un agujero en la pared se hizo visible cuando un armario de especias se apartó con un sonido de engranajes.

—¡Esto es absurdo! Yo me voy —dijo Julieth intentando aparentar normalidad y fastidio en vez de pánico.

Se echó hacia atrás y chocó con algo, o mejor dicho, con alguien…

—No lo creo —dijo una voz a sus espaldas, tomándola de ambos brazos. Era la misma voz de Nicolai. La chica quedó confundida. Al alzar la vista ahogó un grito, se trataba de un hombre exactamente igual a su prometido, solo se diferenciaban porque llevaban ropa distinta.

—Pensé que ya estarías abajo —dijo Nicolai.

—Bajaste primero y las cosas se complicaron, me preguntaron como tres veces si ya había pasado por ahí y los policías registraban todas las habitaciones donde están las entradas de pasadizos... en fin, ¡Ya vayámonos!

Julieth gritó desgarradoramente cuando el segundo Nicolai la arrastró, cargándola al interior del hoyo negro que tenía unas escaleras que descendían.

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El primer Nicolai los siguió y cerró el acceso.

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Benedict llegó corriendo a las cocinas, allí no había nadie pero sabía que los gritos habían venido de ahí.

—¿Dónde están? —preguntó Wyatt, llegando con Lancaster y algunos policías.

—¡No sé! —gritó Benedict frustrado, buscando alguna puerta secreta pues, ahí no había salida más que la misma puerta de entrada, así que por lógica tenía que haber una puerta secreta.

—¿Qué sucede? —preguntó Lancaster, alarmado por la reacción de Benedict y lo pálido que estaba Wyatt.

—Jefe, lo diré rápido porque no hay tiempo: Nicolai Petrov no existe, es un nombre falso, el hombre se llama Aldelphos o Adrian Zabat y es el perpetrador...

Lancaster lo miraba con confusión, Wyatt, estresado decidió simplificar todo.

—Nicolai es El Noctámbulo y tiene un gemelo que es su cómplice. Acaban de secuestrar a Julieth Horan y probablemente estén huyendo fuera de la propiedad por algún pasaje secreto, la casa está llena de ellos. Ordene a los policías acordonar bien la zona, no podemos dejar que se nos escapen.

Wyatt se puso a buscar con Benedict y el jefe Lancaster que, aun consternado, se fue con algunos policías para dar órdenes. Los demás se quedaron para ayudar a buscar.

—¿Dónde está mi hija? —preguntó Dominic en el umbral de la puerta. Venía acompañado de su hijo y ambos tenían el cabello en la cara y respiraban agitadamente, lo que indicaba que habían venido corriendo.

Benedict tenía ganas de quitarle el bastón que sostenía y pegarle en la frente, pero la expresión que tenía en la cara lo disuadió, no eran momentos de reproches.

El detective, sin dejar de buscar, le explicó la situación al hidalgo que, angustiado, no dudó en ponerse a buscar junto a su hijo.

—¡Señores! —dijo uno de los jóvenes agentes.

—¿Ahora qué? —preguntó Wyatt alzando la vista.

—La casa está llena de pasadizos, hallamos un mapa.

Wyatt y Benedict corrieron hasta el joven y miraron el mapa, era complicadísimo. Justo detrás del armario de especias había un acceso.

—¡Hay uno que da fuera de la propiedad! —dijo Benedict señalando con el dedo, luego miró a Arthur, el joven oficial que encontró el mapa—, que varios oficiales se apuesten ahí. Te das cuenta de donde es, ¿cierto?

El joven asintió.

—Por lo complicado de los pasadizos subterráneos, tendremos que llevarnos el mapa, es un milagro que lo hallaran, habríamos perdido mucho tiempo si no lo tuviéramos. Aquí especifican los mecanismos de accesos, éste está bajo una de las mesas —dijo Wyatt contemplando el mapa.

Arthur accionó el pestillo bajo la mesa, y el estante de especias se apartó con su característico sonido de engranajes.

—¡Vamos! —ordenó Benedict.

Los hombres Horan iban a seguirlos.

—¡Ustedes se quedan! —soltó el detective.

—¡Se trata de mi hija!

Benedict había tenido ya suficiente.

—¡Eso lo hubiese pensado cuando se lo advertí! Ahora vaya al salón y no estorbe, déjenos trabajar esta vez si quiere tener la posibilidad de poder disculparse con su hija —dijo antes de desaparecer escaleras abajo.

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Wyatt le lanzó una mirada de reproche al hombre, luego siguió a su amigo.

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—¡Ya deja el drama! —se quejó «uno de los Nicolai», bajando a Julieth y empujándola para que caminara—. No nos lo hagas más difícil, o lo vas a lamentar.

—¿Son gemelos? —preguntó Julieth. La respuesta era obvia y ella era consiente, pero la pregunta saltó de sus labios debido a la conmoción.

—¡Qué va! —dijo el otro «Nicolai» con una sonrisa burlona, algo desencajada—, ¿me creerías si te dijera que nos conocimos en un baile?

El hombre rió de su propio chiste mientras caminaban, su gemelo rodó los ojos.

—Adelphos —dijo dándose media vuelta, caminando hacia atrás y señalándose a sí mismo—, y Adrian —prosiguió señalando a su gemelo.

—¿Ambos son El Noctámbulo? —preguntó ella para distraerlos mientras se arrancaba encaje, joyas o cualquier adorno de su vestido sin que ellos se dieran cuenta, y posteriormente los dejaba caer con discreción (evidentemente quería dejar un rastro)

Con lo raro que se había puesto todo y con la incomodidad que «Nicolai» le producía, ella ya había estado sospechando que quizá su prometido era el asesino, sin embargo, le había restado importancia porque pensó que quizá ese pensamiento, era una mala pasada de su mente por el rechazo a casarse y lo arrogante que era el hombre.

—Sí y no. Quien asesina soy yo, y Adrian es el que da la cara a la sociedad, pero me cubre si corro peligro... digamos que yo soy la bestia y Adrian es mi dueño.

—¿No crees que estás hablando de más? —preguntó Adrian.

—¡Bah! De cualquier forma se va a morir —dijo su hermano con naturalidad caminando derecho nuevamente.

Julieth se paralizó de miedo. Adrian se palmeó la cara y puso los ojos en blanco.

—¡Genial! Ahora la tengo que arrastrar por todo el camino por culpa tuya —se quejó.

—No necesariamente, es una chica lista, o camina entera o camina en pedazos —dijo Adelphos deteniéndose, dándose la vuelta y levantando la capa que llevaba para enseñar la tan conocida daga del asesino—. Vas a caminar sin problemas ¿verdad, amada mía? —preguntó burlonamente.

Julieth asintió, temblando como una hoja.

—Asunto arreglado —dijo Adelphos mirando a su hermano.

Siguieron caminando un rato más y al enfilar otro pasillo, Julieth se fijó en que estaban en lo que parecían unas mazmorras.

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Adelphos comenzó a silbar una tonadilla extraña y siniestra, cuando de repente oyeron los gritos de una mujer a poca distancia. La tonadilla vaciló producto de un ligero espasmo de risa.

Los gritos ponían los pelos de punta.

Julieth tenía todo el rato pensando qué hacer, la oportunidad perfecta de huir la había perdido en cuanto se dejó arrastrar por Nicolai, o mejor dicho Adrian, hacia ese lugar, sin embargo, tenía toda la intención de, en la mejor ocasión, golpearlos a la vez, lo suficientemente fuerte para incapacitarlos por un rato y correr de vuelta, pues había estado memorizando cada esquina y además había dejado rastros tanto por si venía la ayuda tras ella como si le tocaba huir de vuelta, pero al parecer había otra chica y su personalidad altruista no le permitía abandonarla.

Adelphos abrió una puerta y los gritos se intensificaron cuando éste entró. Adrian parecía impaciente.

—¡Apúrate! —lo apremió.

—¡Apresúrate a caminar! Ya sabes qué pasa cuando pierdo la paciencia —dijo Adelphos sacando de la celda a una muchacha, tomándola por el cabello.

La chica era rubia como Julieth y de hecho tenían bastantes rasgos similares, podrían haber sido parientes. Llevaba unos harapos bastante sucios y los pies descalzos, estaba pálida y ojerosa. Julieth advirtió que la palidez de la joven no era signo de enfermedad ni malnutrición pues, no se veía delgada, en cuanto a su peso se veía saludable, así que asumió que la alimentaban bien pero probablemente no había visto la luz solar desde hacía meses.

La joven la miró y Julieth se acercó a ella tomándole la mano para que al menos no se sintieran solas en ese momento de aflicción.

—¡Maldita sea! No tenemos tiempo —dijo Adrian empujando a la muchachas para que empezaran a caminar.

Adelphos se adelantó para indicarles a donde ir mientras seguía silbando. La joven temblaba como una hoja, apretando fuertemente la mano de Julieth. Ésta, con la otra mano, seguía arrojando trozos de los adornos de su vestido lo más discretamente posible, haciéndoselo notar a la otra muchacha que dio una casi imperceptible cabezada.

—¿Por qué no hacemos el rito de una vez? —preguntó Adelphos.

—Porque están siguiéndonos de cerca, ¡Idiota! Vamos a tomar el botín de la capilla, tomaremos la salida y viajaremos a Francia... está más cerca, me parece.

—Eso, si no es que consiguen el croquis de la casa —dijo Adelphos con naturalidad, entrando por unas puertas dobles. Todos entraron detrás de él.

Era lo que parecía una capilla.

La estancia era amplia y lúgubre, con una mesa de piedra, cirios con velas negras y gárgolas horribles «adornando» el lugar. Había también figuras de piedra de un par de hombres iguales entre sí, con alas de murciélago y caninos bastante grandes.

—¿Me estás diciendo que dejaste eso a la vista, y así tan tranquilo? —preguntó Adrian acercándose a su gemelo, furioso.

—Todo lo que nos incrimina está arriba —dijo el otro tomando de debajo de un banco un par de mochilas—, ¿Qué más da?

—¿No habías pensado que con eso pueden emboscarnos? —preguntó Adrian.

Julieth los observó, era el momento para huir. Con movimientos casi imperceptibles y amparándose tras la jovencita que la acompañaba, se quitó los zapatos, pues los tacones de éstos le estorbarían y la podrían hacer caer. Le costó un poco, pero la discusión violenta de los gemelos la ayudó a que no notaran lo que hacía.

—Cuando te indique, corre lo más rápido que puedas siguiendo el rastro de joyas y telas en el piso. No te detengas hasta que logres salir a la casa. En el salón hay toda una fiesta, así que habrá policías y gente que te ayudará...

—No puedo dejarte —susurró también la jovencita sin dejar de mirar a los gemelos que estaban a punto de golpearse, cada uno echándole la culpa de todo al otro.

—Estaré bien, sé defensa personal, ya no discutas porque no tenemos mucho tiempo —susurró Julieth, también viendo a los Zabat.

La chica asintió.

Julieth recordó sus entrenamientos con Wyatt, en los cuales, siempre terminaba en el piso con el joven sobre ella. La primera vez que había sucedido, se había sonrojado bastante, las otras veces le resultaba frustrante.

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—La paciencia es una virtud, señorita Horan —comentó el joven levantándose y ayudándola a ponerse de pie también. Había notado la cara de frustración de ella.

—Imagino que podemos tutearnos, y no es que yo sea impaciente, sino que me esfuerzo pero no logro nada —dijo la muchacha.

—Me parece bien tu propuesta, sin embargo no es por presumir pero, en Karate y Taekwondo, soy portador del noveno Dan, y en kung fu, cinta negra. En resumen, soy un maestro en esas tres artes marciales, así que, cada vez que te enfrentes a mi terminarás en el suelo.

La jovencita lo miró con reproche mientras llevaba los rizos de su cabello a su lugar. Wyatt rió.

—Te enseñé lo que debes saber, entonces lo que evalúo en tus movimientos es que tan rápidos son y cuánto tardas en caer, y cada vez tardas al menos cinco segundos más en terminar en el suelo —dijo Wyatt con cierta sonrisa que enfadó a Julieth—. ¡Ya ya! Está bien, lo haces bien, recuerda que son pocas las personas que saben artes marciales y menos aún que sean maestros en ellas. Ahora practicaremos la defensa de armas...

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Tenía solo una oportunidad de hacerlo bien, ella había trabajado duro aunque únicamente había practicado para un solo atacante, y eso era lo que le preocupaba, sin embargo no había alternativa.

Caminó hacia los gemelos que dejaron de discutir para mirarla, pues el que se les acercara con ese rostro inescrutable era bastante raro.

—¡Corre! —gritó Julieth de repente y en cuestión de segundos, estiró con fuerza su puño derecho y su pierna izquierda para golpear a cada gemelo en el rostro y el abdomen respectivamente.

La otra jovencita empezó a correr. Julieth los había aturdido, así que se acercó a uno de ellos para revisarle el cinto, pero no llevaba daga, se había equivocado de gemelo, quien portaba la daga era el otro.

No tenía tiempo, si había logrado esa hazaña era por aprovechar la distracción de ambos.

Julieth corrió, pero sintió que alguien la sujetaba del cabello, tuvo que hundirle con fuerza el codo en el abdomen a Adrian para que la soltara, sin embargo Adelphos iba a lanzarle un puñetazo, probablemente para noquearla, puñetazo que ella esquivó y, usando su propia fuerza, lo lanzó lejos antes de echarse a correr por donde había venido.

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—¿Por dónde crees que hayan ido? —le preguntó Benedict a Wyatt que miraba el mapa.

—No sé... hay muchos sitios aquí... ¡Revisa tú! —contestó el joven dándole el mapa a su compañero que se acercó a una antorcha para ver mejor.

El lugar estaba muy oscuro y solo se divisaban las filas de antorchas y su corto radio de luz.

Wyatt se recostó de una reja y paseó la mirada por el lugar, intentando serenarse para poder pensar con claridad cuando, de pronto, advirtió algo que brillaba a los pies de Benedict.

—¡Ben, quítate! —dijo Wyatt tomando a su amigo del brazo y apartándolo, se agachó y tomo lo que brillaba, parecía un adorno...

—Parece valioso, ¿crees que sea de Julieth? —preguntó Benedict y Wyatt asintió.

Unos gritos horribles se acercaban, lo que los hizo sobresaltarse después de estar tanto tiempo en un silencio absoluto, solo roto por una gota de agua solitaria que caía constantemente en algún lugar cercano.

—¡Julieth! —exclamaron a la vez, echando a correr en dirección a los gritos.

Pero a quién se toparon no fue a ella.

—¿Tú quién eres? —preguntó Benedict al atrapar a la histérica muchacha que chocó contra él. Benedict la acercó a la luz de la antorcha más próxima.

—Georgiana Evans.

—¿Y Julieth? —preguntó Wyatt.

—Ella, ella se quedó peleando con ellos, dijo que iría detrás de mí pero... pero...

—Tú tranquila, somos detectives —le dijo Wyatt para que estuviera más calmada—. ¿Qué hacemos? —le preguntó a Benedict mientras abrazaba a la jovencita para contenerla, ya que estaba muy alterada.

—Tendremos que separarnos, alguien debe llevarla a salvo —dijo refiriéndose a Georgiana.

—Son dos los atacantes, así que pienso que debería ser yo quien vaya por ella ya que fui su entrenador y así podré ayudarla. Ella no es del todo indefensa, estaremos bien. Lleva a Georgiana arriba, déjala con el jefe Lancaster y regresa por nosotros con refuerzos. Déjame tus esposas y el mapa.

Todo estaba pasando tan rápido que Benedict no tenía tiempo de objetar mientras le entregaba las esposas y el croquis a su amigo.

—Bien, ¡andando! —dijo Wyatt empezando a caminar.

—¡Wyatt! —lo llamó Benedict haciendo que se detuviera y lo mirara.

—Estarás bien, ¿verdad? —preguntó mirando al pálido asiático.

—Por supuesto, la duda ofende —dijo Wyatt con una risita, más para calmar a su compañero que porque tuviera ganas de reír.

Benedic acortó la distancia entre los dos y le dio un fuerte abrazo antes de que ambos se separaran y tomaran caminos opuestos.

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Eso ha sido todo por este capítulo. Ya estamos cerca, muy cerca del descenlace de esta historia. Muchas gracias por el apoyo brindado ami libro y por tomarse el tiempo de leerlo. ¡Nos encontraremos de nuevo en otro post!

¡Gracias por leer y comentar! (1).jpg

Las imágenes de portada y despedida, las diseñé con el editor Canva.

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