El Noctámbulo: (Capítulo 11: Seducción)

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La novela contiene narración gráfica de asesinatos e imágenes fuertes, por lo que se recomienda discreción. Apto para mayores de edad.

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Benedict despertó aquella mañana del 09 de octubre de 1882, se metió en la tina para disfrutar de un baño caliente, y así despejarse, pensando con claridad en el caso de Wyatt.

—Bien, Benedict —se dijo el muchacho mentalmente—, el perfume que usa El Noctámbulo es el mismo que usa Wyatt, pero los perfumes no son únicos en el mundo, cada marca tiene miles de ejemplares iguales que se distribuyen a nivel mundial. Tal vez sea coincidencia pero... ¿por qué Wyatt huyó aquella noche de mi habitación cuando hablaba del cómplice del asesino? Necesito hablar con él de esto, debo enfrentarlo.

El investigador acabó de bañarse y bajó a desayunar.

Sabía que Wyatt iría a la casa, como siempre, para ponerlo en situación y para comparar testimonios sobre el caso. Era lo que hacían constantemente, por tanto decidió esperarlo.

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Cuando Wyatt llegó, ambos se saludaron como de costumbre apenas y pasaron al despacho.

—¿Dónde compraste tu perfume? —preguntó Benedict percibiendo la fragancia a cada inhalación mientras escrutaba la cara del joven, como si en sus expresiones pudiera hallar algún signo de mentira. Wyatt detuvo su labor de revisar papeles y lo miró.

—¿A qué viene esa pregunta? —inquirió el hombre.

—El que hace las preguntas aquí soy yo. ¿Dónde compraste el perfume que estás usando? —preguntó de nuevo el detective, sin alterarse pero con determinación, sin dejar de observar el rostro de su compañero.

—En... en la perfumería de Monsieur François, ¿por qué?

—¿Cómo se llama el perfume?

—No te entiendo... ¿Tiene que ver esto con El Noctámbulo? —preguntó Wyatt contrariado, pero dando en el clavo.

Benedict alzó las cejas y comenzó a entrecerrar los ojos poco a poco. Hubo un minuto entero de silencio en el que ambos se miraron fijamente a los ojos.

—¿Cómo se llama el perfume? ¡No me hagas perder la paciencia, Wyatt! No estoy jugando, necesito que eso te quede claro —dijo Benedict con voz parsimoniosa.

—No sé qué te pasa, pero si algo quiero aclararte es que soy tu compañero en esto, no tu subordinado, por lo tanto ¡Cuida la forma en que me hablas, Benedict!

El aludido respiró hondo, aceptando el hecho de que por las malas no conseguiría nada.

—Por favor, necesito el nombre de la fragancia que usas.

—Ya nos estamos entendiendo. Se llama Seducción —contestó el muchacho.

—¿Cuándo lo adquiriste? —preguntó de nuevo el detective.

—La semana pasada.

—¿Por qué no te lo habías aplicado sino hasta el día de ayer?

—No lo sé, simplemente ayer destapé el frasco y me puse el perfume. ¿Por qué todas estas preguntas?

—Más bien... ¿por qué te fuiste tan nervioso cuando te planteé lo del cómplice de El Noctámbulo?

Wyatt respiró profundo y miró fijamente por la ventana mientras evocaba un recuerdo.

—Esa tarde, pensé que el cómplice del asesino podía ser Benjamin Porter, el padre de la última víctima. Lo escuché en Honey's Pub, ya sabes, el que está en Whitechapel. Él hablaba con el cantinero, le contaba que la economía en su hogar no estaba bien, que lo habían despedido de su empleo y que haría lo que fuera para obtener dinero fácil (no quise decirte nada porque es amigo de mi padre, trabajó para él por muchos años y quería corroborar su coartada por mí mismo antes de contártelo) afortunadamente lo he hecho pues traje las declaraciones firmadas por los vecinos que voluntariamente patrullan su zona para resguardarla, y aseguran haberlo visto en su casa durante las noches —dijo el muchacho.

Benedict se quedó pensando un rato luego de ver los informes, después sonrió y miró a su compañero.

—Sabía que no podías ser tú —soltó contento.

—¿Sabes? Estaba pensando... no creo de verdad que Archivald Miller pueda ser El Noctámbulo, pues su hija casi fue atacada por el asesino, y él sobreprotege mucho a Jane. No creo que quiera hacerle daño, si fuese así ya lo hubiese hecho desde un principio, ha tenido la oportunidad, viven bajo el mismo techo —dijo Benedict mirando el paisaje por la ventana.

—Tienes razón —coincidió Wyatt, mirando a su amigo.

—Por otra parte, me he dado cuenta de que El Noctámbulo está muy tranquilo últimamente: trabaja con cautela, sabe que con cada atrocidad que comente nosotros nos acercamos más a él, también pienso que deberíamos ir a la perfumería donde compraste Seducción, para preguntar quién más ha comprado la fragancia y esperemos que sea una producción exclusiva, o algo así.

—Trabajas rápido, Ben —dijo Wyatt riendo—, ya veo porqué te llaman El Mejor de Todos.

—No digas tonterías —comentó Benedict sonriendo al tiempo que ejecutaba un gesto de indiferencia con la mano—. Yo creo que ese cretino —dijo refiriéndose al asesino—, va a quitarme el título, ya que no me había tardado tanto en resolver un caso como ahora.

Los dos detectives abordaron un coche y se dirigieron a la perfumería. En ese momento el carruaje iba lento debido al tráfico creciente de la ciudad, pero algo totalmente inesperado hizo pegar un brinco a los dos jóvenes.

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Alguien les había arrojado por la ventana unas cartas atadas con cinta negra. Sin hacer caso de las esquelas y aún atónito, Benedict se asomó por la ventana y vio al hombre que las había arrojado, caminaba al lado del coche, por la acera, llevaba puesto un levita marrón, un sombrero de copa alta y jugueteaba con una moneda... ¿en realidad era una moneda?

Benedict abrió la puerta del carruaje y se lanzó a la calle. El hombre del levita lo miraba. El detective no podía verle bien la cara pues el sombrero de copa le cubría los ojos y gran parte de la nariz, sin embargo, debido a la luz diurna, se podía ver algo, pero el astuto hombre esta vez llevaba un antifaz.

Benedict corrió hacia él, el hombre retrocedió y corrió también, sosteniéndose con una mano el sombrero. La gente se volvía a verlos sin comprender lo que ocurría. El Noctámbulo se metió entre unos matorrales y cuando Benedict los cruzó, no lo vio por ningún lado. Supuso que se había escondido pero cuando se disponía a buscarlo, oyó a lo lejos los gritos desesperados de Wyatt, llamándolo. Giró sobre sus pies y al trote regresó a la calle principal donde permanecía el coche aparcado y Wyatt estaba parado allí con una expresión de angustia, esperándole.

—¿Lo atrapaste? —le preguntó.

—Es obvio que no —dijo Benedict molesto y se subió al carruaje ante la mirada de los curiosos. Wyatt se subió también y cerró la puerta. Ambos se sentaron y Benedict intentaba controlar su agitada respiración.

—Leamos esto —dijo tomando las cartas atadas con cinta negra, comenzando a desatarlas.

—Aún no puedo creer que El Noctambulo haya estado ahí, esperando para dárnoslas —dijo Wyatt refiriéndose a las cartas—, ¿cómo sabía que estaríamos aquí? ¿Cómo se atrevió a salir en pleno día?

—Es obvio —dijo Benedict rasgando uno de los sobres para sacar la carta de adentro—, que tenía a un centinela para vigilar a dónde íbamos y por lo tanto sabía que saldríamos en el carruaje. Todos los coches pasan por esta avenida porque es la principal. ¡Acércate, lee esto conmigo! —dijo el muchacho alisando el papel.

Estaba escrita con tinta roja y con letras grandes y muy toscas, además de los fingidos errores ortográficos de siempre.

Mi eztimado señor Fletcher:

Soy el autor de todos ezoz asecinatos, ¿pensava que me entregariha porque las pezadiyas me atakan por las nochez?.

Si me bienen a aprezar, yo no opondré ninguna resiztensia pero no pienso ir a la comisaría por mi mizmo.

Benedict miró el papel por unos instantes, lo dobló y lo metió en su respectivo sobre, entonces tomó el otro y sacó la hoja para leerla.

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Querido Detective:

Desde ahora prescindiré de mi mala ortografía porque me he cansado de pensar que letra debía ir mal puesta en cada palabra, y ambos sabemos que no creyó en que soy un mal letrado.

La gente ya no sabe ni que decir, hoy en la mañana mientras compraba peras para mi desayuno, escuché a una mujer decir que ya me habían atrapado, pero no me echarán mano todavía, aún les queda un largo camino que recorrer y a mí una larga lista de asesinatos por cometer. No quiero que esto acabe pronto.

Me he reído un montón de los policías corrientes y de usted cuando parecen tan listos diciendo que van tras mi pista, que me pisan los talones o que hacen el doble de su trabajo.

Odio a las mujeres jóvenes y no dejaré de mutilarlas, matarlas, desollarlas o destriparlas hasta que me harte, y dudo mucho que eso pase.

El último fue un trabajo asombroso, la manera como salían las costillas de la espalda de la muchacha era increíble, parecía un angelito o una hermosa ave... Me pregunto... como piensan atraparme.

Me encanta mi trabajo y en cuanto pueda retomaré mi labor, no es que sea cobarde, soy precavido que es diferente. Ya oirá más tarde sobre mí y mis divertidos jueguitos.

Con la última víctima que tuve, debido a que era mucha la sangre que soltaba, tomé un cuenco para recoger un poco de ella. Cuando llegué a casa, vertí un poquito en un tintero vacío que tenía y la demás la guardé. Mi intención era usar ese líquido como tinta, pero al rato se espesó mucho y se coaguló así que no me sirvió, pero la tinta roja funcionó de todos modos, tal vez en el próximo trabajo, le corte los dedos a la señorita y se las envíe a la policía. Ya a usted le tocó la mitad del riñón. ¡Por cierto! ¿se lo comió? Estuvo bueno, ¿verdad?.

Guarde esta carta como evidencia, detective, pero dudo que le sirva de mucho.

Mi daga está que llora por no embarrarse de sangre y yo estoy eufórico por cubrir mis manos y comerme la sangre en ellas.

Le deseo buena suerte a usted y a su «inteligente» compañero.

El Noctámbulo

—¿Se está burlando de mí? —preguntó Wyatt, molesto, refiriéndose a las últimas palabras del asesino en la carta que guardaba Benedict mientras tomaba la otra.

—Eso parece —dijo su compañero desplegando la otra carta.

Querido niño Fletcher y compañía:

Hoy seré un buen cristiano y rezaré por las señoritas que he asesinado, que Dios me perdone los actos que cometí, sobre todo por Kaitlen sin riñón, sin riñón, hasta suena a poema...

Ella estaba sola en su hermoso jardín

No sabía que él la asechaba con frenesí

Era tan presumida y de ascendencia Rusa

Tan presumida que me recordó a Medusa

¡Oh! Kaitlen sin riñón, estás muerta

Hoy nadie te extraña y te hallaron en la huerta...

No se me ha ocurrido nada más, iba a poner: desgraciadas todas las que murieron, pero no hallé nada que combinara o rimara, así que decidí dejarlo tal cual.

Ya si algún día nos conocemos, dele mis más cordiales saludos al niño asiático que lo acompaña, debería sentirse halagado de que yo le preste atención. Adiós, señores.

Hasta la próxima carta o la próxima muerte... El Noctámbulo.

Debido a que ésa era la última carta, Benedict la guardó en su sobre, las ató todas con la cinta negra y se las metió dentro del bolsillo interior de su traje.

—Las interpretaremos en casa, Wyatt, aquí no es prudente, además hemos perdido mucho tiempo —dijo el detective—. Por favor, cochero, siga su camino.

El coche comenzó a moverse de nuevo, pasando por diferentes escenarios hermosos de Londres. Al pasar por el parlamento, Benedict sacó la cabeza por la ventanilla del coche.

—¡Eh, Cochero! —llamó el hombre—, aquí nos quedamos

El carruaje se estacionó en la entrada del puente de Westminster.

—Exactamente, ¿cuál es el plan? —preguntó Wyatt mientras ambos cruzaban la calle.

—El mismo, iremos a la perfumería —dijo Benedict mientras se escurrían por una calle—, ya hemos perdido mucho tiempo.

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La fachada de la perfumería era muy opulenta. Dentro había mucha clientela distinguida y los dependientes les exponían muestras de perfume. En una vitrina estaban unos frascos estilizados de color magenta y la tapa era un sombrero de copa alta del mismo color, todos bajo un letrero grande, también magenta y con letras doradas que rezaban:

Seducción

—Ya veo porqué El Noctámbulo se compró uno —le dijo en un susurro Benedict a Wyatt, señalando las botellas.

Benedict se plantó con Wyatt en el umbral de la puerta de entrada y ambos observaron con detenimiento a todos los presentes. Luego entró y le señaló una chica.

Ambos se dirigieron a ella.

—¡Buenos días, señorita! —saludó Benedict—, ¿se encuentra el dueño de la tienda?

—Sí, pero ¿quién lo busca? —preguntó la muchacha con la intención de que Benedict le diera su nombre.

—Soy Benedict Fletcher, detective —dijo extendiéndole la mano a la muchacha para besársela, posteriormente le mostró su placa—, y él es mi compañero, Wyatt Jones. Necesitamos hablar lo más pronto posible con el dueño, por favor.

—Esperen aquí, voy a buscar a Monsieur François —dijo la joven mientras se perdía tras unas escaleras. Al cabo de un rato ella bajó—. Monsieur François los está esperando en su despacho, si tienen la amabilidad de seguirme.

Ambos detectives siguieron a la mujer hasta llegar a unas puertas dobles. Ella las abrió y les hizo señas para que pasaran. Ambos entraron y un hombre de cabello cano, con rasgos estilizados, los recibió.

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—¡Buenos días, caballegos! —dijo el francés con los brazos abiertos—. Bienvenidos a La Prairie ¿qué se les ofgece? ¿Alguna fgagancia tal vez?

—Algo así —murmuró Benedict—, quería hablar acerca del exitoso perfume Seducción.

—¡Ahhhhh! —exclamó el perfumista con deleite—. Un pegfume magavilloso, la esencia que debeguía llevag todo caballego, ¿quieguen compgagla?

—No —lo cortó Benedict sentándose en una de las sillas que estaban al frente del escritorio de Monsieur François—. Sabrá usted que soy el detective responsable del caso de El Noctámbulo, ¿verdad?

—Desde luego —dijo el hombre con un poco de aspereza.

—Bueno, el caso es que quería saber dos cosas: la primera, ¿es seducción una fragancia de producción nacional o internacional? —Inquirió Benedict.

—Disculpe señog, pego no suelo hablagle a nadie de esos detalles, no quiego sonar ggosego pego... no lo cgeo conveniente —respondió el hombre.

—Entonces... —empezó Wyatt suspirando y sentándose al lado de Benedict—, las preguntas que le hará mi compañero tienen que ver con El Noctámbulo, por lo tanto sería bueno que colaborara. Verá... tampoco queremos ser groseros pero podríamos ir a la estación de policía y buscar una orden de detención para interrogarle; con eso usted sería obligado a hablar y todo Londres se enteraría que ha sido llevado a la estación, creerían que usted es sospechoso, y eso sí que no sería bueno para su perfumería, más aún si simplemente es llevado bajo orden a contestar preguntas que sencillamente podría contestar aquí, en su despacho, lejos de los oídos y vista de la ciudad —concluyó con astucia mientras tamborileaba con los dedos la superficie del escritorio del dueño del negocio.

Benedict miró a Wyatt, maravillado.

—¿Y entonces, Monsieur François? ¿Colaborará? —preguntó Benedict con una ceja alzada.

—Bueno... supongo que... sí —concluyó el francés.

—Entonces conteste a mi pregunta —dijo.

Seducción es un pegfume de mi invención, solo se expende en esta pegfumeguía y únicamente lo vendemos en Londges —explicó François.

—Bien, ¿tiene la lista de las personas que lo han comprado? —preguntó Wyatt.

—Desde luego —dijo el hombre con rostro inescrutable—, supongo que queggán leegla, ¿no?

—Por supuesto —contestó Benedict.

El hombre hurgó en unas gavetas y sacó un libro de tapas rojas donde estaban los nombres de todos los perfumes del inventario y sus compradores.

—¿Cuándo salió a la venta el perfume? —preguntó Wyatt—. Necesitaremos una copia de esta lista elaborada de su puño y letra, firmada además para tenerla como evidencia. Limítese a los compradores de Seducción.

—Salió a la venta hace dos semanas, muchacho —respondió el perfumista mientras elaboraba la copia de la lista requerida.

—Entonces las personas de esta lista —dijo Benedict señalando el libro de tapas rojas—, han comparado el perfume en el transcurso de la semana antepasada, la semana pasada y ayer, ¿no? Porque la lista de hoy está en manos de los empleados, y cuando termine la jornada laboral, supongo que se transcribirá a la de ese libro, que es la general, ¿no es así?

—Así es.

—De acuerdo —concluyó Wyatt mientras el dueño de la perfumería terminaba de escribir los nombres y fechas, en donde evidentemente estaba Wyatt registrado en la hoja de la semana anterior.

—Muchas gracias, Monsieur François, nos ha sido de mucha ayuda —dijo Benedict levantándose de su asiento y tomando la lista que le entregaba el hombre.

—Hasta luego —dijeron los dos a la vez mientras salían de la oficina.

—Tenemos todo lo que necesitábamos. Creo que deberíamos ir a tomar un café —dijo Benedict mientras salían de la tienda—, tanta preocupación y trabajo me tienen cansado.

Ambos hombres fueron a una cafetería, pidieron dos capuchinos, se sentaron en una mesita al lado de la vidriera y se pusieron a revisar la lista de los compradores de Seducción.

—¿Qué de raro estamos buscando en estos nombres? —preguntó Wyatt mirando la lista.

—Un nombre griego, ¿te acuerdas que te dije que posiblemente El Noctámbulo era griego? Pues por eso —dijo Benedict mirando la calle transitada—. Ése sería nuestro primer sospechoso, pero en caso de no ponérnosla tan fácil, tendríamos que investigar a cada persona que aparece en este registro.

—¡Pues aquí está! Adelphos Zabat —dijo Wyatt con entusiasmo. Benedict miró rápidamente a su compañero y luego a la lista, componiendo una expresión de confusión.

—¿Qué pasa? —preguntó Wyatt.

—Cuando ocurrió el segundo asesinato, yo investigué lo de las monedas y descubrí que estaba basado en la leyenda del Hades, ¿la conoces? —preguntó Benedict y Wyatt asintió—, bueno, ahí me di cuenta de que el asesino era griego, tenía parentesco con ellos o era amante de la mitología griega, entonces fui al ayuntamiento a solicitar un registro de los griegos que vivieran aquí en Londres o que hubiesen pasado por la cuidad, pero no lo había, de modo que pedí que se hiciera un registro de los griegos que vinieran a Londres, pero... por lo visto no lo hicieron porque éste es un nombre griego —dijo señalando el nombre escrito en la hoja—. Debemos ir al ayuntamiento a ver qué pasa ahí —dijo Benedict bebiéndose lo que quedaba de su café. Wyatt lo imitó—. Lo más probable es que el asesino sea griego, siento que este nombre de la lista lo confirma. De no haber algún nombre de procedencia griega en la lista, asumiría que igualmente alguno de ellos es culpable, pero que entonces simplemente tiene una fascinación por la cultura de ese país —dijo Benedict mientras paraban un coche para abordarlo.

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Ambos se dirigieron al ayuntamiento y hablaron con el mismísimo alcalde, quien no tuvo respuestas sobre la intromisión de ese tal Adelphos a la ciudad.

—En ese caso —dijo Benedict notablemente molesto—, no tenemos nada que hacer aquí ¡Vámonos, Wyatt!

Salió del lugar como un bólido, seguido de su compañero.

—Quieren que atrape al asesino y ellos mismos no cooperan —rezongó Benedict.

—¿No te parece absurdo que habiendo un asesino suelto y la necesidad de un registro de griegos, nadie de la alcaldía lo hiciese? —le preguntó Wyatt a Benedic.

—Sí, pero he dado paseos nocturnos y me consta que han tomado notas, he visto a policías anotar los nombres de los cocheros y familias que van dentro de los coches y de los que entran a Londres, de hecho el alcalde tiene los registros de los ciudadanos, pero no hay ningún griego, al parecer decidieron hacer una lista no solo de los griegos sino de todo el que entra y sale de Londres, lo que realmente me molesta es que no sepan cómo entró ese tal Adelphos en la ciudad.

En ese momento un muchacho rubio se acercó a ellos corriendo.

—Los estaba buscando, señores, iba a ir a su casa, señor Fletcher.

—¿Qué sucede? —preguntó Wyatt preocupándose.

—Me envió la señorita Horan —dijo el muchacho, pasándose las manos por la cabeza.

—¿Qué pasa? —preguntó Benedict empezando a impacientarse.

—Ayer fue a la mansión Horan el ruso ese... Nicolai Petrov a visitar a la señorita Julieth. El señor y la señora Horan lo recibieron como a un rey, aunque no puedo decir lo mismo de la señorita Julieth. Ella dijo que se sentía mal y su madre la acompañó a su habitación, entonces Petrov empezó a lanzarle cumplidos al señor Horan y a hablarle de sus innumerables posesiones. Déjenme decirles que es muy persuasivo y todo con el fin de pedirle oficialmente la mano en matrimonio de la señorita Horan a su padre. Trabajo en la mansión y la señorita me envió a contárselo para que convenzan a su padre de disolver ese compromiso, teme por su seguridad, no quiere salir de su casa.

—No puede ser —dijo Benedict, llevándose las manos a la cabeza.

—¿Se la concedió? —Preguntó Wyatt.

—¡Oh! Claro que lo hizo —respondió el muchacho—, por eso me envió la joven.

Benedict estaba notablemente molesto y anonadado, Julieth debía permanecer en su casa al lado de su familia hasta que pararan los asesinatos, eso la mantendría segura, eso era lo que él (Benedict) le había recomendado a Dominic Horan, mantener a su hija consigo.

—¡Maldita sea! —exclamó Benedict molesto—. Ese hombre me va a escuchar —dijo. Lo último que quería era una muerte más.

Cruzó la calle para abordar un carruaje y Wyatt lo siguió.

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Esto ha sido todo por el capítulo de hoy, espero que les guste. Poco a poco Benedict y Wyatt se van acercando más al perpetrador y se complican las cosas con Julieth Horan. Esperen el próximo capitulo.

¡Gracias por leer y comentar! (1).jpg

La imagen de portada y despedida son mis diseños, hechos en Canva

Las cartas de El Noctámbulo están basadas den las cartas de Jack el destripador

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