Senderos de palabras: La dimensión estética (II)



Composición propia usando imagen de Imagen de Robbert Nooijen en Pixabay


Sobre el asunto que iniciamos en el post anterior,

la dimensión estética,

agregamos unos nuevos pensamientos que consideramos de interés.


El filósofo y teólogo danés del siglo XIX, Sören Kierkegaard, representante fundamental de la heterogénea corriente filosófica conocida como existencialismo, del que suele considerarse su padre, es una autor de un pensamiento complejo que influyó mucho en el siglo XX, incluso hasta nuestros días, con una obra muy amplia. Quizás su libro más popularizado ha sido Diario de un seductor, pero más allá de este destacan títulos como Temor y temblor o El concepto de angustia.

Cuanto mayor es el arte, tanto mayor la interioridad.



Víctor Krebs es un pensador contemporáneo de origen peruano (estuvo como profesor invitado de la Universidad Simón Bolívar, Venezuela, en la década del 90). Aquí publicó un libro que para mí es central: Del Alma y El Arte: Reflexiones sobre la cultura, la imagen y la memoria (1998), pero su labor intelectual es más amplia.

El arte es producto del alma, que solo se manifiesta en la plenitud de la conciencia mediante el contacto íntimo, es decir, mediante la comunión de la inteligencia con las realidades interiores más ricas y profundas.


Prefiero usar el término dimensión estética, en nuestro caso, en lugar de arte, pues da una visión de mayor magnitud y complejidad, como lo es definitivamente. Y como tal puede dar lugar a múltiples ángulos.

Esta vez se trata de la relación con la interioridad. Como se sabe la palabra alma se asocia, en las culturas occidentales, a la palabra psique o pneuma, de origen griego, o anima, de origen latino; aunque pudiera tener relación con el uso religioso que se le suele dar, no se puede reducir a este.

En lo puntualizado por Krebs, alma vendría a ser una conjugación de mente y emoción, es decir, de inteligencia (razón) e interioridad. Y, en consecuencia, la dimensión estética (el arte) se alcanzaría en una concreción física (habla -sea oral o escrita-, música, pintura, escultura, movimiento -danza, teatro, perfomance-, etc.) donde se fusionarían nuestro pensamiento y sensibilidad para ser expresión de la interioridad compleja que somos.

Y allí es donde el aforismo de Kierkegaard adquiere más fuerza, pues la intensidad estética -la contenida en la obra- será la que podrá producir en nosotros esa reverberación interior o transfiguración anímica, en la medida, por supuesto, en que nos conectemos con la expresión artística concreta.

Seguiremos aportando otras ideas con respecto a la dimensión estética en próxima edición.


Gracias por su atención.

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