El pardo - Relato (Final)

Extrañado, metió los dedos y extrajo el rubí. Se quedó petrificado. La gema resplandecía con un intenso fulgor escarlata, ¡y latía en su palma como un pequeño corazón! Retiró la mano, instintivamente, y la piedra se precipitó al fondo de la embarcación.

Nuño ahogó un grito y se lanzó violentamente a por ella. El bote tembló y se balanceó con brusquedad. El candil se golpeó contra la borda y se apagó, y la pértiga cayó al agua. Pero el hombre ni siquiera se dio cuenta. Se había agazapado en el fondo, cubriendo la gema con sus dedos crispados, como un gato que acaba de atrapar a su presa. Le atenazaba una angustia irracional.

La barca siguió su rumbo hasta salir del canal. Y entonces empezó a virar muy despacio.

Nuño levantó las manos. El brillo de la gema se reflejaba en la niebla y lo teñía todo de tétricas tonalidades rojizas. Tardó un buen rato en calmarse. Solo entonces se dio cuenta de la gravedad de la situación, de que se había apagado el candil y había perdido la pértiga. Y de que había cambiado de dirección. Pero sentía que había algo más que no iba bien. En ese momento, la barca volvió a cambiar de dirección, hacia el norte: ahora ascendía a contracorriente.

Contuvo la respiración. No era posible. La barca avanzaba sola, contra natura, como si tirase de ella una fuerza invisible.

-Dios bendito, Dios bendito, Dios bendito…

Aterrado, Nuño intentó maniobrar con las manos, se balanceó sobre la borda para tratar de girar la barca. Fue en vano. Ahora era ella la que elegía el camino.

Lo rodeaba un extraño silencio. Al poco, una luz se empezó a colar entre las brumas, frente a la proa. Le llegaron los ecos de unas voces lejanas. Y, de repente, la niebla desapareció.

Nuño se encontró atravesando una gran laguna rodeada de paredes neblinosas que se perdían en las alturas. En el cielo nublado, se había abierto un extraño claro circular por donde se colaba el brillo de las estrellas. Las presidía un lucero que centelleaba con una tonalidad ligeramente carmesí. Justo debajo, en el centro de la laguna, se perfilaba el contorno de una pequeña isla frondosa que resplandecía a la luz de una hoguera. La embarcación se dirigía directamente hacia ella.

Ahora podía escuchar con mayor nitidez los gritos y los cánticos. También empezó a distinguir unas figuras que se movían alrededor del fuego. El pardo palpó en el fondo del bote hasta encontrar el cayado. Conforme se acercaba, la velocidad de la barca iba menguando. Hasta que se detuvo del todo a poco más de veinte varas de la isla.


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No daba crédito a lo que veían sus ojos. Ante él se desarrollaba una escena de pesadilla. Hombres y mujeres bailaban desnudos alrededor de la hoguera. Saltaban y cantaban en una especie de danza diabólica. Sus cuerpos estaban marcados con dibujos extraños y algunos llevaban máscaras horrendas. El pardo rezó para que fuesen máscaras.

En el centro, presidiendo aquel baile quimérico, el humo negro de la hoguera se fundía en la forma de una gigantesca criatura de contorno humanoide, cornuda y monstruosa, que movía sus brazos descomunales alentando aquel desenfreno. Sus ojos refulgían con un brillo carmesí. Un aura malévola bañaba toda la escena.

«Cuando anochece, los diablos salen de caza.»

Se le heló la sangre al recordar de nuevo aquellas palabras. Miró, desesperado, a un lado y a otro. Quería escapar, pero tenía miedo de saltar y ser engullido por el cieno. El pardo bajó los ojos, juntó las manos y se encomendó a san Martín.

Entonces los cantos cesaron, de súbito, y un silencio pavoroso lo inundó todo. Nuño alzó lentamente los ojos. Vio que nadie bailaba ahora; todos se habían vuelto hacia él. Se sintió desfallecer: en el pecho de cada uno de los danzantes refulgía un rubí idéntico al que tenía delante. Notaba una creciente opresión que le dificultaba respirar.

Hombres y mujeres señalaron a Nuño con el dedo y comenzaron una lúgubre letanía. Un viento surgido de ninguna parte comenzó a soplar con fuerza, y una repentina marejada zarandeó el bote con fuerza. En la hoguera, la enorme sombra cornuda se sumergió en el interior de las llamas. La barca se sacudía cada vez con más violencia y amenazaba con volcarse.

Entonces emergió ante él, grande como un buey. Un horror de piel oscura y viscosa que exhalaba malignidad; una vil criatura que desafiaba cualquier descripción. Su odiosa cabeza estaba coronada por una multitud de cuernos, y donde debía estar la barbilla colgaba una cosa larga y negra. Todo era oscuridad en aquel ser, salvo sus ojos. Dos ojos enormes, redondos y saltones, de un encendido rojo sangre.

Con el rostro desencajado, Nuño dio un paso atrás. Y cayó al agua.

Trató de volver a la superficie. Movía los brazos y las piernas con desesperación, pero solo conseguía enredarse entre las algas. Algo le apresó el pie; unas garras diminutas le aferraron con gran fuerza y tiraron de él hacia el fondo. El aire lo abandonó en un torrente de burbujas. Y lo último que vio, mientras se hundía sin remedio en aquella tumba de aguas oscuras, fue la ominosa mirada de aquellos ojos brillantes como carbones al rojo.

FIN

Autor: Javier G. Alcaraván (@iaberius)

Muchas gracias por tener la paciencia de seguir este relato por entregas. Espero que lo hayáis disfrutado. Saludos.

La ilustración digital que acompaña al texto es un trabajo propio.

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