Concurso Paisajes Venezolanos | Playas para bañar al mundo

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     El llanero ve al mar y suspira, pero no porque se cree marinero; no señor, sino porque al mirar esa planicie temblorosa se acuerda de sus sabanas; de sus esteros, y de repente se le vienen a la memoria las letras de las canciones donde se exalta el llano y sus atardeceres; porque si de horizontalidad se trata, el corazón del llanero es más horizontal que el mar.

     Se los digo porque el fin de semana estuve de visita en Chichiriviche; primera vez que viajo con la familia al mar, por eso sería que nos fue tan bien, tanto que lo primero que se me ocurrió fue cantar; imagínense que nunca antes se me había ocurrido soltar en público mi garganta cantarina; pero al estar allí, frente a aquella inmensidad, me sentí como un pájaro; un punto, pues, en aquel espacio inconmensurable al que intentamos llenar con la alegría; al que le agregamos la mirada de asombro de mis sobrinos, la satisfacción de júbilo de mi madre; el regocijo de hallarnos frente a esa otra Venezuela que es el mar.


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     Ante tanta maravilla solo se me ocurrió pedirle al señor que ofrecía serenatas, que tocara, que la primera corría por mi cuenta; y como me salió con un pasaje de Julio Miranda, pues la torié a mi modo; desafinado, pero con pasión. Al siguiente que le cambié la letra de la canción fue a Jorge Guerrero; aunque no me preocupó porque no estaba en un casting, estaba cantando para mí, para que los míos supieran que estaba feliz de andar con ellos.



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     Cantar es bonito aunque uno desafine; cantaban los hombres antes de que existieran instrumentos musicales; cantaban aplaudiendo o golpeando objetos; mucho antes de la invención de la palabra el hombre expresaba sus sentimientos con la melodía que encontraba en la naturaleza y luego en su propia voz; más tarde aprendió a utilizar rudimentarios objetos: huesos, troncos, cañas, conchas; de donde surgieron los primeros sonidos intencionados rítmicamente.

     Pero esto no es una crónica de la música; lo que quería contarles es que las playas de Venezuela son hermosas; hermosas me parecieron las señoras que no descuidaban el aseo; caballeros me parecieron los vendedores que no atosigaban al turista para que les compraran; amenos fueron los señores de seguridad; divertidos los niños con sus juegos; y hermanados fuimos los turistas; al que le sobró pan, le dio al que le sobró relleno; el que se embriagó lo cuidaron los que no bebían y a los que se estuvieran ahogando, les dijimos que les lanzaríamos anzuelos para que, mordida la carnada, los halaríamos hasta la orilla, para que la más bonita de las sirenas le extrajera el agua salada a fuerza de besos.


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     Gracias a Dios nadie quiso ahogarse y las olas se portaron a la altura de mares dulces; suaves y refrescantes. Les digo otra cosa; en Venezuela hay playas para bañar al mundo, y en ellas la gente sabe cómo pasarla bien; todavía hay los enamorados que recogen caracoles; los que creen en el vuelve a la vida y en el poder del chipichipi; quienes anhelan las estrellas de mar; todavía hay una Venezuela pujante dentro de nosotros que no se resiste a la crisis, a los virus, a los malos gobiernos; una Venezuela que mantiene la esperanza en su turismo, en su gente, en sus mares; y que algún día, todos esos tesoros no le pertenecerán a los piratas de la administración estatal, sino a las generaciones que están ansiosas por recuperar a su país.


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Texto y fotografías de @jesuspsoto.

Amigos @elemarg25, @eleazarvo y @franvenezuela; anímense a participar. Aquí las bases

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