Jessica, was a middle-aged woman, mother and wife, very intelligent and hardworking. She had a university degree but had decided to stay at home to take care of her family. Thanks to the changing world, globalization and telecommuting, she was able to return to the workforce some time ago, which gave her a sense of accomplishment. In reality, she lacked nothing, she had everything she could possibly need at her disposal, but she still felt she had to do something for herself.
It was Friday night, already close to nine o'clock, and it was the coldest night of the week. But just like that, without saying a word, without taking a coat, without even telling her teenage son that she was going out, she grabbed her cell phone, her car keys and simply left the house.
Never mind that icy cold that chilled you to the bone, never mind that at that hour she had not made dinner for her hungry son. Nor did it matter that he was still in sweaty and somewhat dirty clothes after spending all day doing chores around the house. Jessica, got into her car and for a moment she stood still, her mind was blank, she felt a tightness in her chest, her breathing began to hitch.
Then she clutched the steering wheel tightly, closed her eyes so that no one could force them open again. Suddenly she began to moan and huge teardrops rushed down her cheeks and rolled down her neck.
Again, again, again, it's always the same," she said as she sobbed.
I can't take it anymore, why do I have to suffer like this?
She felt as if her heart was breaking in two, the tightness in her chest was getting stronger. Then she opened her red, tired and soaked eyes and inserted the key into the car switch as if hesitatingly while saying to herself:
I don't deserve this, I can't take it anymore!
Then she picked up her phone again knowing she would find nothing again, not a message, not a missed call from her husband. It was another Friday that she would be alone, not knowing where he was, not knowing what time he would arrive or where he was. But the worst part was that if she called him, he would not answer and if he did, he would tell her he would be home soon, but he would not.
She knew that just like always she would go to sleep very late in the hope of seeing him arrive, but at the slightest noise she would wake up and see that he was still not there. She would look at the time on her phone, get up, look out the window to see if his car was there, go back to bed, until she would finally hear his keys, the opening and closing of the door and nothing else, because he would sleep on the couch.
But I begged him, once again, I begged him before he left for work.
How wretched I am, when did I become like this, she lamented.
And to think that I have no right to complain, that if I do I only get hurt again and again, over and over again, (as she sobbed again).
How many things she had endured during those two decades in which she had decided to stay by his side, hoping that things would change. How many times she had tried to leave him, how many times he had cried for her. Just at that moment she felt like a martyr, as if she was destined to surrender her life to suffering.
But then she thought...
But why, what keeps me here?
Now she understood how those women she had despised, abandon their homes, some even leaving their poor children behind.
I can't go on like this anymore, I can't stay here!" Jessica kept telling herself, as she continued to hold on to the steering wheel and saw her keys stuck in the switch and the key ring with her son's picture waving.
Many images began to pass quickly through her mind, her breathing was still agitated and she was trying to make those images stop and allow her to make a decision, when suddenly, two repeated knocks on the window glass made her jump.
Mom, mom, mom, are you okay?
It was her son who, looking for her all over the house without success, decided to look outside and there she was, clinging to the steering wheel as if about to leave, with her face and blouse soaked in tears.
Jessica, wiped her tears as best she could, rolled down the window and said to him between a sigh:
It's okay son, it's okay.
Come in mommy, it's freezing," said her son.
Jessica got out of the car, leaned on the car door with both hands to close it and stood there for a few moments and said to herself:
Everything is still the same today, but it won't be the same tomorrow!
Jessica, era una mujer de mediana edad, madre y esposa, muy inteligente y trabajadora. Ella tenía un título universitario pero por voluntad propia había decidido quedarse en casa para cuidar de su familia. Gracias al mundo cambiante, la globalización y el teletrabajo, desde hace algún tiempo pudo volver al campo laboral, lo cual la hizo tener un sentido de logro. En realidad, no le faltaba nada, tenía a su disposición todo cuanto podía necesitar, pero aun así sentía que debía hacer algo por sí misma.
Era viernes por la noche, ya cerca de las nueve y era la noche más fría de esa semana. Pero así sin más, sin pronunciar palabra alguna, sin tomar un abrigo, sin siquiera comunicarle a su hijo adolescente que iba a salir, tomó su celular, las llaves de su auto y simplemente salió de casa.
No importaba aquel frío gélido que te helaba hasta los huesos, no importaba que a esa hora no había hecho la cena para su hambriento hijo. Tampoco importaba que aún estuviera con la ropa sudada y algo sucia después de pasar todo el día en los quehaceres de la casa. Jessica, se subió a su auto y por un momento se quedó inmóvil, su mente estaba en blanco, sentía una opresión en el pecho, su respiración comenzó a agitarse.
Entonces ella se aferró al volante fuertemente, cerró los ojos de modo que ni a la fuerza nadie podría abrirlos de nuevo. De repente comenzó a gemir y enormes gotas de lágrimas se apresuraron a bajar por sus mejillas y rodaron por su cuello.
¡Otra vez!, ¡otra vez!, ¡siempre es lo mismo!, decía mientras sollozaba.
¡No aguanto más!, ¿por qué tengo que sufrir así?
Sentía como si su corazón se partía en dos, la opresión en el pecho se hacía más fuerte. Entonces abrió sus rojos, cansados y empapados ojos e introdujo la llave en el interruptor del auto como con indecisión mientras se decía:
¡No me merezco esto!, ¡no aguanto más!
Entonces volvió a tomar su teléfono sabiendo que no encontraría nada otra vez, ni un mensaje, ni una llamada perdida de su esposo. Era otro viernes igual en que ella estaría sola, sin saber dónde estaba él, sin saber a qué hora llegaría ni donde estaba. Pero lo peor, era que si lo llamaba no le respondería y si lo hacía, le diría que pronto llegaría a casa pero no sería así.
Sabía que al igual que siempre ella se dormiría muy tarde con la esperanza de verlo llegar, pero al menor ruido se despertaría y vería que aún él no está. Miraría la hora en su teléfono, se levantaría, miraría por la ventana a ver si su auto estaba allí, volvería a acostarse, hasta que por fin oiría sus llaves, el abrir y cerrar de la puerta y nada más, porque dormiría en el sofá.
¡Pero se lo suplique!, una vez más, se lo suplique antes de irse al trabajo.
¡Qué desdichada soy!, ¿cuándo me convertí en esto?, se lamentaba ella.
Y pensar que ni derecho tengo a reclamar, que si lo hago solo salgo lastimada una y otra vez, una y otra vez, (mientras volvía a sollozar).
Cuántas cosas había soportado durante esas dos décadas en las que había decidido permanecer a su lado, esperando que las cosas cambiaran. Cuántas veces había intentado dejarlo, cuantas veces él le había llorado. Justo en ese momento se sentía una mártir, como si estuviera destinada a entregar su vida al sufrimiento.
Pero entonces pensó…
Pero ¿por qué?, ¿que me mantiene aquí?
Ahora entendía como esas mujeres a las que había despreciado, abandonan sus casas, algunas dejan atrás incluso a sus pobres hijos.
¡No puedo seguir más así!, ¡no puedo seguir aquí! se decía Jessica, mientras seguía aferrándose al volante y veía sus llaves clavadas en el switch y el llavero con la foto de su hijo agitándose.
Muchas imágenes comenzaron a pasar rápidamente por su mente, su respiración seguía agitada y ella trataba de que esas imágenes pararan y le permitieran tomar una decisión, cuando de repente, dos golpes repetidos en el cristal de la ventanilla le hicieron dar un gran salto.
¡Mamá!, ¡mamá! ¿estás bien?
Era su hijo quien al buscarla por toda la casa sin éxito, decidió mirar afuera y allí estaba, aferrada al volante como a punto de partir, con la cara y su blusa empapada en lágrimas.
Jessica, se limpió las lágrimas como pudo, bajó la ventanilla y le dijo entre un suspiro:
No pasa nada hijo, no pasa nada.
Entra mami, que está helando, dijo su hijo.
Jessica bajó del auto, se apoyó en la puerta del auto con sus dos manos para cerrarla y se quedó unos instantes allí y se dijo para sus adentros:
¡Todo sigue igual hoy, pero no será igual mañana!
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