Le tomó muchos años a la botella llegar hasta la orilla, navegó por turbulentas aguas y chocó con piedras de costas lejanas. Parecía que tenia una destino trazado, llegar hasta los aguas tranquilas de Moisés, allí apartado de todos arribo al encuentro de sus redes.
Para Moisés aquella invasión en su costa, la creía pavosa y de muy mala suerte, interrumpía su trabajo de pesca. Tendría que deshacerse de aquel mal augurio lo más pronto posible.
Alzó su brazo para lanzarla y que se volviera problema de otro. Pero antes que terminara de estirarlo, sus redes simplemente se rajaron; dejando perder su pequeña carga otra vez a las aguas.
Es una señal llego a pensar. Pero no sabía, si aquello le indicaba, que abandonara todo por buscar al dueño de la botella, cumpliendo su voluntad o de verdad la mala suerte había llegado con ella.
Moisés recogió sus rotas redes y su nueva carga, la botella que apareció de la nada.
Se dirigió a su rancho para descubrir que contenía la botella. La suerte estaba echada. Solamente descubriendo su origen y la razón para viajar hasta sus aguas, la mala suerte se alejaría.
Destapó la botella y un dulce aroma impregno toda la habitación, en su fondo; no había nada, ni nota, ni mensaje para leer.
Se imaginó en una conversación de tú a tú con la botella, preguntándole que quería de él. Qué podía hacer para aliviar su pena de aquel que te lanzó al agua, en un momento de desesperación.
Moisés decide emprender un viaje a la parte más alta y desde allí enterrar su problema. Pero la mala suerte seguía hurgando en su vida. Volvió a emprender el viaje y retornar con la botella, al caer muerta su mascota que lo acompaño por 14 años.
Esta vez lo haría bien, se la llevaría al pueblo, el dolor marcaba sus pasos, buscaría al que más sabia de botellas. Allí encontraría quien rompiera el hechizo y alejara a los malos espíritus que rondaban en su cabeza.
Después de dos días de rezos y bebidas a costa de Moisés, la reunión no dio frutos, no tenían la respuesta a su problema. La botella de la nada, no se quería ir.
Moisés tendría que buscar respuestas en otro lugar, su mayor inquietud era alejar la mala suerte que parecía acercarse con aquel objeto.
Ahora lo único que se le ocurría era acudir a los expertos en bebidas. En el pueblo había varios tarantines de bebidas espirituosas. Pero no cualquiera podría dar la información sobre la botella de la nada, evaluar, observarla, descubrir su origen y razón de ser.
Moisés tenia puesto el ojo en uno de sus tíos cercanos que tenia uno de esos puestos. Al acudir con el no guardaba muchas esperanzas de resolver el misterio de la botella.
Aquel tío, olió el contenido de la botella, paso el dedo por sus curvas cristalinas, reviso el fondo verdusco de la botella y sin revelar su fuente, coincidió que no era nada para que preocuparse. Moisés revelo sus inquietudes a su tío, por la mala suerte que traía la botella.
Aquel soltó una sonora carcajada, había oído historias en su bar, pero aquella de la mala suerte superaba sus creencias. Le aseguro a su sobrino que su mala suerte; era solo producto de coincidencias desafortunadas. La falta de mantenimiento en las redes de pescar, la edad avanzada de su perro eran la causa de su mala suerte.
Moisés regreso a su rancho para reparar las redes y en su camino encontró a un cachorro abandonado.
Simplemente no había nada que hacer, agradecer el haber retirado una botella de las aguas, que la nada había tocado a su puerta para dejarle un aprendizaje y un nuevo compañero de viaje.
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