Debajo de la dantesca noche,
rodeado de una llanura enlutada
de absolutas compañías,
desnudo mi alma de frente
a una luna que se derrite
refractándose en el espejo
estrellado de un triste lago.
Los que merodean acá
lloran de miedo
y yo no soy inmune
al encanto del agua dulce
cuando clama por sus gotas
amargas o saladas.
Los espectros vagan libres,
los veo consumir adrenalinas
ajenas, dormidas y novatas.
Recostado del tronco árbol,
el viento me da un abrazo
y sigue su sendero al soplo
de un agraviado suspiro.
Pierdo el aliento
en forma de vapor.
Hace, siento, frío
y el helado corazón
me eriza la piel
por una presencia
que ya no poseo.
No le temo al silbón
pero sí a mi llorona,
el miedo anda libre
en todos los olvidos,
en el latido extraviado
que se me va apagando
cuando deposito mi fe
por ver al alma
que sí visito.
Le digo al plenilunio
que el silencio del aire
de la fresca verde sabana,
me arrope sin otra
tajante inasistencia,
que pase sin la cruel sospecha
que tiene sembrado el adiós.
Acá vengo a llorar
y tengo de cómplice
a un tronco, a un astro,
a varios temerosos espectros
y a una agua honda
donde fiel deposito
rocíos de la mirada.
Hasta los espantos
se conduelen de mí,
de mi cíclica visita
y en mi ánimo de ánima
no hay un susto
que valga más
que haberse perdido
del resto de un ser
importante.
El fantasma del ayer
que vine a visitar
no vino tampoco hoy,
me siento muerto yo
y algo despavorido.
El presente poema es mi participación en el Concurso Literario Tinta Imaginaria propuesto por la comunidad de @hivecuba @godfish @soloescribe y La Colmena
Imagen de Pete Linforth en Pixabay