El Adiós de un Soldado
Las sombras se apoderaron de la calle tan pronto sonaron las sirenas. Los más precavidos corrieron a esconderse en sus refugios improvisados, los desafortunados deambulaban temerosos por los callejones procurando no llamar la atención de los Hitarachis. Algunos no verían el amanecer a pesar de sus esfuerzos. Cuando colapsó la sociedad, los Hitarachis reclamaron el derecho de gobernar la ciudad con mano de hierro; nadie les opuso resistencia, excepto por valiente pero reducido grupo de los Medurimes…
Una ráfaga de metralleta tomó por sorpresa a Vicente, teniendo que arrojarse bajo los escombros que desde hace días yacían esparcidos por un ataque de los Hitarachis.
Los Medurimes necesitaban apoyo; día a día eran socavados no solo por la fuerza militar, sino por las heridas infringidas a la resistencia, las producidas por la traición de los Infiltrados.
Vicente tuvo un acceso de tos; por fortuna, el ruido de la metralla y maquinaria blindada, lo ocultaron; justo cuando un grupo de Hitarachis corrieron sobre los escombros donde él había logrado esconderse.
Aún la noche no había tomado al día, así que pudo ver la sangre que llenó su boca. El sabor metálico y caliente que tuvo que escupir, le mostró la gravedad de sus heridas.
De repente, sintió que su chamarra se empapaba con un fluido tibio y pegajoso; no sentía dolor, no todavía, pero pudo ver el rojo intenso que escapaba de su hígado.
Sus manos temblaron, no por el miedo, más sí porque la vida se debilitaba, al anunciar su partir.
Sabía que ese tipo de heridas eran fatales, bien les conocía.
Sólo pudo pensar en Amanda, y lamentó no poder cumplir con su promesa de regresar a su lado.
Sin pensarlo, sacó de su bolsillo una pequeña libreta, maltratada por haberle acompañado en un sinfín de enfrentamientos.
Sostuvo un trozo de lápiz; Vicente se recostó e inspiró, para extraer un poco más de coraje, y escribió:
Mi dulce Amanda:
intento despedirme, con tajos
que jamás veré sanar.
con torturas del encierro,
han derribado la Palma de olivo,
entre gritos de un coro vengativo.
perseguidos por fuegos de metralla,
mientras los cantos de sirenas,
azuzan al terror bajo humaredas.
del amanecer; huid de los martirios,
de las entrañas de los Heritachis.
mancillan y depravan a la vida,
pisoteando las dulces flores,
que alguna vez, un colibrí cortejaron.
con el horror de sus sombras, enmohecen.
Deseo cantar por aquellas noches festivas,
cuyos recuerdos se han esfumado,
cuando a tu lado, la virginidad
de la pasión pudo aparecer,
para hoy, a tus pies, perecer.
mi corazón me avisa con sus últimos latidos,
que estoy lejos de ti, dilatando la agonía;
más, logro detener el pesar de mi sufrir,
al vislumbrar el fulgor de un ángel,
hermoso como el expandir de tu sonreír.
causa colmada de honor y justicia;
y heme aquí, amada mía,
cumpliendo mi promesa,
cuando bien presentía,
que te perdería con tristeza.
en este lánguido momento,
para poder con mis últimos suspiros,
mientras mana la esencia
escarlata de mis venas,
dejar en un maltratado papel,
estas temblorosas palabras;
no por el miedo, más sí
por romper nuestros lazos,
en un intento para poder decirte, adiós.
al leer mis palabras,
deja para mí, tu congoja, tu dolor.
tu alegría me ha dado la entereza
para escribir... Espera, el ángel se acerca.
quiere llevarme con él, sin mi piel.
Siento el olor de pastos,
siento el olor del prado,
rociados por lloviznas de verano;
me deleito con el sabor
de caramelos y pasteles,
con las caricias de claveles.
le he preguntado si podré esperarte;
allá, en el Paraíso, con nuestro Padre.
¡Oh!, mi dulce Amanda,
¿hueles las fragancias de lavanda?
Porque él me ha dicho:
“Sí, el Señor así lo manda”.
Dos semanas después, la guerra civil había terminado. Los aliados a los Medurimes derrumbaron la desgastada fuerza que estaba siendo sostenida por la avaricia y las ansias de poder de algunos pocos, pudriéndose los pilares que algunas vez sostuvieron a los tiranos.
Un pastor alemán, encontró el cadáver de Vicente; alertó a su dueño, un sargento de los aliados.
Cuando sacaron el cuerpo de los escombros, el sargento pudo ver la libreta que Vicente sostuvo hasta su último minuto.
Esa misma noche, Amanda leyó las mismas palabras que tú acabas de leer.
Esta es mi participación en el concurso: "Continúa... la historia 16 de abril de 2022."
@freewritehouse
El texto en negrillas es el suministrado para darle continuidad al relato.
ENGLISH
A Soldier's Farewell
The shadows took over the street as soon as the sirens sounded. The most cautious ran to hide in their makeshift shelters, the unlucky ones wandered fearfully through the alleys trying not to attract the attention of the Hitarachis. Some would not see the dawn despite their efforts. When society collapsed, the Hitarachis claimed the right to rule the city with an iron fist; no one resisted them, except for a brave but small group of Medurimes....
A burst of machine gun fire took Vicente by surprise, and he had to throw himself under the rubble that for days had been scattered by an attack of the Hitarachis.
The Medurimes needed support, day by day they were being undermined not only by the military force, but also by the wounds inflicted on the resistance, produced by the betrayal of the Infiltrators.
Vicente had a coughing fit; fortunately, the noise of shrapnel and armored machinery hid him, just as a group of Hitarachis ran over the rubble where he had managed to hide.
Night had not yet taken over the day, and he could see the blood filling his mouth. The hot, metallic taste he had to spit out showed him the severity of his wounds.
Suddenly, he felt his jacket soaked with a warm, sticky fluid; he felt no pain, not yet, but he could see the deep red escaping from his liver.
His hands trembled, not out of fear, but because life was ebbing away, as he announced his departure.
He already knew that such wounds were fatal, he knew them well.
He could only think of Amanda, regretting not being able to fulfill his promise to return to her side.
Without thinking, he took out of his pocket a small notebook, battered from having accompanied him in countless confrontations.
Holding a piece of pencil, Vincent breathed in, to extract a little more courage, and wrote:
My sweet Amanda:
I try to say goodbye, with slashes,
that I will never see heal.
with tortures of confinement,
they have torn down the olive palm
amid shouts of a vengeful choir.
pursued by fires of shrapnel,
while the songs of sirens,
whip terror under smoke.
from the dawn; flee from the martyrdoms,
from the bowels of the Heritachis.
they defile and deprave life,
trampling the sweet flowers,
that once, a hummingbird courted.
With the horror of their shadows, they mildew.
I wish to sing of those festive nights
whose memories have faded,
when by your side, the virginity
of passion could appear,
to perish today at your feet.
my heart warns me with its last beats,
that I am far from you, dilating the agony;
but, I manage to stop the sorrow of my suffering,
when I glimpse the glow of an angel,
beautiful as the expansion of your smile.
a cause full of honor and justice;
and here I am, my beloved,
fulfilling my promise,
when I knew well,
that I would lose you in sorrow.
in this languid moment,
so that I could with my last sighs,
while the essence gushes,
scarlet from my veins,
to leave on a battered paper,
these trembling words;
not for fear, but
to break our ties,
in an attempt to say goodbye to you.
when you read my words,
leave for me, your sorrow, your pain.
your joy has given me the strength
to write... Wait, the angel is coming.
He wants to take me with him, without my skin.
I feel the smell of pastures,
I feel the smell of the meadow,
sprinkled by summer drizzles;
I delight in the taste
of candies and cakes,
with the caresses of carnations.
I asked if I could wait for you;
there, in Paradise, with our Father.
Oh, my sweet Amanda,
do you smell the fragrances of lavender?
For he has told me:
"Yes, the Lord so commands."
Two weeks later, the civil war was over. The allies to the Medurimes collapsed the worn-out force that was being sustained by the greed and lust for power of a few, rotting away the pillars that once supported the tyrants.
It was a German shepherd who found Vincent's corpse, alerting his owner, a sergeant of the Allies.
When they pulled the body from the rubble, the sergeant could see the notebook that Vincent held until his last minute.
That same night, Amanda read the same words you just read.
Here's my entry in the contest, "Continued...the story April 16, 2022."
@freewritehouse
The text in bold is the text supplied to give continuity to the story.
Translated from Spanish to English with DeepL Translator.