NEWTON


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NEWTON

     ¡Ah, pues, se me volvió a perder el muchachito!, lloriqueaba entre asustada y rabiosa la señora Hannah echando ojos por todas partes. Y a los pocos segundos la voz de la anciana Margery le anunciaba: Aquí está, mujer. ¿Dónde, mamá?, seguía Hannah vuelta un mar de nervios. En estos pliegues de la sábana, mija, ¿que no lo ves?, explicaba la buena Margery sacando al bebé y acunándoselo en el regazo.
     Entonces, al tener nuevamente al hijo entre sus brazos a la madre le volvía la tranquilidad. Es que a cada rato Isaac se le perdía. ¿No ven que el bebecito, como había nacido prematuro, era una miseria de gente tan pequeñajo que se perdía en cualquier huequito?
     Nadie, absolutamente nadie, apostaría medio penique por la sobrevivencia de él. Allá en Woolsthorpe, que era una pequeña aldea en el condado de Lincolnshire, donde recién había nacido el pasado 25 de diciembre de 1642, habría seguramente muy buen clima y lindos paisajes y todo lo que usted quiera; pero no me negará que era un lugar apropiado tan solo para los agricultores. Y, además, su padre había desocupado este mundo tres meses antes de que él lo ocupara y, por lo tanto, el recién llegado dependía solamente de su madre Hannah Ayscough y de su abuelita Margery Ayscough.
     Pero mire usted como son las cosas de los genios. Esos nacieron para sorprender al mundo y no para dejarse sorprender. Esos desde que nacen saben hacia dónde les queda el norte, aunque nazcan sietemesinos.
     Cuando su madre se volvió a casar él no opinó nada porque apenas tenía tres años de edad y no le hubieran hecho caso; pero como no le gustaba el padrastro, se quedó a vivir con la abuela.
     Cuando su madre se empeñó en que se ocupara de la agricultura que era una actividad bien bonita, él picó los cabos, agarró cuaderno y lápiz y se fue a la escuela a instruirse para no ser analfabeto como su padre, que en paz descanse.
     Y desde ese momento aquel cerebrote se abrió a punto de reventar por tanta información y tantas genialidades que pugnaban por salir al exterior.
     No había cumplido aún los diecinueve cuando ingresó al Trinity College, en Cambridge, a cursar sus estudios superiores y cuatro años más tarde no estaba recibiendo clases, sino dándolas.
     Ya se había convertido en el genial Isaac Newton, nada menos, y era maestro de matemáticas, física, óptica, astronomía, alquimia y astrología.
     Ahí comenzó a perfeccionar sus ideas de mecánica que tuvo desde muchacho y que años después publicó como leyes aseverando que todos los movimientos se atenían a una ley de inercia, a una relación entre fuerza y aceleración, y a una ley de acción y reacción.
     En el año 1666 descubrió que la luz solar no era el chorro de claridad blanca que los ignorantes creemos que es, sino que es una composición de siete colores que van desde el rojo al violeta. Este descubrimiento puso a bailar en una pata a los astrónomos que no cabían de contento porque ahora sí tenían base para analizar la composición química de las estrellas.
     Pero ese año se apareció la peste allá en Cambridge, como una loca, tocando en todas las puertas y llevándose a la gente como si fueran de ella. Y la Universidad cerró las puertas y las ventanas para que no se les metiera.
     —Tun-tun.
     —¿Quién es?
     —La peste bubónica.
     —¿Qué quiere?
     —Llevarme aunque sea a uno solito.
     Y mire. La gente ni boba ni perezosa echaba a correr, porque esta peste se venía echando al pico a mucha gente.
     Y ahí fue cuando Isaac Newton se dijo: paticas para qué las tengo, a mí esa peste me agarrará si tiene mañas. Y de un solo carrerón se fue para su granja allá en Woolsthorpe. Y allá siguió piensa que piensa.
     Y cuando la peste después de arrasar con una cuarta parte de la población se fue, a finales del año 1667, Isaac Newton regresó a su Universidad.
     Y ahí comenzó a vaciar todo aquel bagaje de conocimientos que traía en el seso.
     Aseveraba que todos los objetos se atraen unos a otros con una fuerza directamente proporcional al producto de sus masas e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que separa sus centros, ¿cómo la ve?
     Y dos decenios más tarde, el 5 de julio de 1687, asombró al mundo científico cuando dio a luz su obra maestra, el libro titulado Philosophiae naturalis principia mathematica (mejor conocido como Principia matemática), en el cual explica con pelos y señales la ley de Gravitación Universal y tal y qué sé yo.
     El 31 de marzo se 1727, aquejado de gota, emprendió su vuelo a la inmortalidad.


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Imagen y texto de Tomás Jurado Zabala
Gracias por sus amables lecturas

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