Hace tan sólo una semana tres niños se lanzaban en las claras aguas, que reflejan los azulejos que cubren las paredes de la piscina.
Llegaban hasta el fondo y subían impulsando el cuerpo con los pies y agitando rápidamente sus delgadas piernas en una competencia para ver quién llegaba más rápido a la superficie.
¡Yo gané! Gritaba el más alto levantando su brazo en señal de triunfo mientras su madre sentada en una silla de extensión bajo una sombrilla de franjas multicolores aplaudía frenética a su hijo.
Vamos niños que ya está enfriando, entremos para que se den un baño y cenemos.
¡Pero si ya nos hemos bañado bastante! le responde el más pequeño. Su cabello negro mojado le resbala por la frente. Sus ojos color miel miran a su madre.
Ella amorosa cubre su pequeño cuerpo con una toalla y sonríe de su ocurrencia. El padre también sonríe.
Su hermana corre descalza para ser la primera en entrar a la casa y no dejar que su hermano mayor entre al baño antes que ella.
En unos días la piscina se llenará de hojas. El otoño dará paso al invierno y el agua estará tan fría que ni los sapitos querrán entrar en ella. La casa estará sola, la familia habrá vuelto a su hogar.
Este es solo un lugar donde pasan las vacaciones, donde juegan y ríen y se olvidan de los asuntos "importantes" y "necesarios" de la familia. Allí, alrededor de la piscina han pasado sus momentos más felices.
Volverán verano tras verano a bañarse en las aguas tibias y claras de la piscina que los espera.
El agua está llena de hojas verdes, marrones y rojizas y los sapitos cantan en la noche estrellada. Desde hace muchos años, la casa y su piscina ha dejado de ser visitada por la familia. Pero este año, algo ha cambiado.
Un anciano observa el agua sentado en una silla plegable muy cerca de la orilla. Su nieto lo ha llevado porque él se lo pidió. Lo ha dejado allí bajo el tibio sol de la mañana, sólo con sus pensamientos.
Hace frío y una gruesa manta azul cubre su delgado cuerpo. Sus ojos color miel resaltan en su rostro apergaminado y no dejan de mirar el agua, como si a través de su reflejo, sus más hermosos recuerdos volvieran para hacerse realidad.
Hace un último esfuerzo en levantar su cuerpo que ya no quiere obedecerle , está cansado. Se para y la manta cae al piso. Camina tambaleándose. Al llegar a la piscina se sienta en el borde y suavemente se deja caer.
Las hojas cubren su cuerpo que queda flotando en la superficie pero su alma de niño, liberada, llega hasta el fondo donde el agua ya no es turbia. Los rayos de sol la atraviesan dejándo ver los limpios azulejos.
English Versión
Reflection in the pool
Just a week ago, three children were diving into the clear waters, which reflect the tiles that cover the pool walls.
They would reach the bottom and rise by propelling their bodies with their feet and rapidly flailing their slender legs in a competition to see who could reach the surface the fastest.
I won! Shouted, the tallest one, raised his arm in triumph, while his mother, sitting on an extension chair under an umbrella with multicolored stripes, frantically applauded her son.
*Come on, children!, it's getting cold; let's go inside for a bath and dinner.
*But we've had enough baths," the youngest replied. His wet, black hair slides down his forehead. His honey-colored eyes look at his mother.
She lovingly covers his small body with a towel and smiles at his witticism. Her father smiles, too.
Her sister runs barefoot to be the first to enter the house and not let her older brother enter the bathroom before her.
In a few days, the pool will be filled with leaves. Autumn will give way to winter, and the water will be so cold that not even the little toads will want to enter it. The house will be alone, and and the family will have returned home.
This is just a place where they spend their vacations, where they play, laugh, and forget about "important" and "necessary" family matters. There, around the pool, they have spent their happiest moments.
They will return summer after summer to bathe in the warm, clear waters of the pool that awaits them.
The water is full of green, brown and reddish leaves, and the little toads sing in the starry night. For many years now, the house and its pool have stopped being visited by the family. But this year, something has changed.
An old man watches the water while sitting on a folding chair very close to the shore. His grandson has taken him there because he asked him to. He has left him there in the warm morning sun, alone with his thoughts.
It is cold, and a thick blue blanket covers his thin body. His honey-colored eyes stand out in his parchment-like face, and he keeps looking at the water as if, through his reflection, his most beautiful memories come true again.
He makes a last effort to lift his body, which no longer wants to obey; he is tired. He stands up, and the blanket falls to the floor. Furthermore, he walks staggeringly. When he reaches the pool, he sits on the edge and gently lets himself fall.
The leaves cover his body, which remains floating on the surface, but his liberated child soul reaches the bottom, where the water is no longer murky. The sun's rays pierce it, revealing the clean tiles.
