Era invierno y los pocos que se atrevían a salir en la noche, caminaban rápido e iban enfundados con abrigos de lana. Solo el viejo caminaba lento, con la cabeza baja, alisándose la barba como si dentro de ella se acumulara el frío. Con ojos cansados miraba la calle en búsqueda de tesoros comestibles. El viento hacía que, de vez en cuando, con sus propios brazos rodeara su cuerpo en un abrazo cálido.

o0o
Un perro tan famélico como el anciano, lo seguía lentamente. Con su hocico experto también era un buscador de tesoros. De repente, los ojos del anciano se detuvieron ante una caja repleta de vegetales pasados y frutas marchitas. Sus manos frías tomaron con avidez algunas cosas y se las llevó a la boca. El perro también hurgó y se alimentó vorazmente. Entre los dos se repartieron el botín que contenía de todo: tomates, repollos, cáscaras de bananas, restos de piña y trozos de melones.

o0o
El viento hacía que el clima fuera más helado, y tal vez por eso los restos de comida no estaban descompuestos. Luego de saciarse, el hombre siguió su camino con una sonrisa. El animal también hizo lo mismo. Hacía mucho frío y había que buscar refugio. El anciano barbudo vio que el perro temblaba, así que lo tomó y lo abrazó como si fuera un niño. Luego se arrinconó en una esquina y con unos cartones construyó una especie de casa. Afuera la gente caminaba rápido, cada uno, por su lado, pendiente de sus propios asuntos.

_{Esta es mi participación en Cuéntame una historia - 24 de septiembre de 2023. Si quieres participar, aquí te dejo la invitación.}

HASTA UNA PRÓXIMA HISTORIA, AMIGOS