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Me gusta el silencio de los domingos. Ese que se equipara al de la medianoche, salvo por las mañanas, ya tarde, en que escucho como los niños arrastran a sus padres a los parques. Me gusta que todos van a misa (aunque yo no lo haga), y ese intento, casi siempre fallido y repetitivo, de ser buenos cristianos, buenas personas, durante la semana que inicia, le da un aire de esperanza y dignidad a la gente, que suele perderse pronto, pero les dura por lo menos el resto del día.
Me gusta la soledad de los domingos. Esa que se esconde en los pensamientos de todos a pesar de estar juntos. Esos soliloquios de los padres mirando a sus hijos correr por el césped. El de las parejas sentadas en las bancas o caminando de la mano, pensando cada uno en su versión del futuro juntos. La de los abuelos que disfrutan a los nietos y a los hijos, y recuerdan sus años dorados, y se lamentan en silencio las decisiones del pasado.
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Me gusta la sobriedad de los domingos. Esa formalidad de vestirse bien, e ir a visitar a los seres queridos, o ir a la iglesia. De darse la oportunidad de divertirse, como si pudiera hacerse solo ese día. Me gusta esa mezcla de celebración y obligación que rodea las actividades del día. Irónicamente la gente usa su día de descanso para ponerse a trabajar en el mantenimiento de sus relaciones familiares y personales, usan el día que les sobra de la semana para lo más importante.
Me gusta la libertad de los domingos. El placer de despertarse tarde, el poder estar todo el día en pijama, si se desea. El poder salir sin preocuparse por el horario. El poder comer fuera, y poder comprar cosas que no se necesitan, solo por el gusto de hacerlo, o por lo menos mirarlas por el cristal del aparador. Me gusta ese aire rebelde de poder hacer lo que se quiera, aunque no sea cierto, o aunque en realidad no se pueda.
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Y me gustan los domingos porque ese día te conocí, aunque tu ni siquiera me vieras por estar viviendo tu domingo como todo el mundo, mientras yo, extraño y ajeno a los convencionalismos del día, pasaba por ahí despreocupadamente, como siempre, limitándome a vivir mi vida, como si esta fuera un eterno domingo, como creo yo que debe ser vivida.
Por ti ajusté mi tiempo al ritmo de los mortales. Por ti finalmente pude comprender el tiempo desde su perspectiva. Y por ti decidí quedarme aquí después de tu partida. Por eso amo los domingos. Porque me recuerdan a ti, y al mí que fui el tiempo que duró tu vida, que fue solo un fragmento de la mía, desafortunadamente.
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Por eso te extraño tanto los domingos, porque extraño al que fui y murió junto a tí. Por eso odio los domingos. Porque el yo que soy hoy, nació en un día así, como este: silencioso, solitario, sobrio y lleno de la nueva libertad que me dio tu partir... la misma libertad que finalmente hoy uso para también irme, y poder regresar a ti.
©bonzopoe, 2021.
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