Hermana muerte | Relato

"¿Qué le digo a la muerte, tantas veces llamada a mi lado, que al cabo se ha vuelto mi hermana?”
Silvio Rodríguez

Photo by Dmitry Ermakov on Unsplash

Cuando un sueño se vuelve recurrente, se pierde la noción de cuándo estás dormido y cuándo estás despierto. Mi ojo se ha abierto y ahora, una y otra vez, veo regresar a Azrael en busca de su próximo compañero de viaje.

Tiempo atrás no sabía su nombre, pero ya se había cruzado varias veces en mi camino en acontecimientos que siempre terminaban con la muerte de alguien; pero no fue sino hasta el día en que estuve al borde de la muerte que lo vi parado cerca de mí y, mientras un escalofrío recorría mi cuerpo, escuché una voz que me decía: “tranquilo, soy Azrael, tú me conoces”; me sonrió y con un gesto en su cabeza se desvaneció.

No supe más de él, hasta que una noche que habían suspendido el servicio eléctrico, estando en casa de mi amigo Jesús, lo vi entrar en la habitación en medio de la oscuridad; lo tomó por el hombro, pero como mi amigo no estaba preparado para recibirlo se resistió, prolongando su agonía. Sin embargo él, implacable y decidido, no lo soltó hasta que sus fuerzas se agotaron y partió con la angustia de haber abandonado a su abnegada madre.

Distinto fue cuando se le apareció a mi amigo Eduardo, pues sabía que más temprano que tarde él vendría a buscarlo, y más que esperarlo prácticamente lo añoraba, pues había vivido bastante y su condición actual no era satisfactoria; así que, cuando llegó el día, simplemente extendió su mano y lo acompaño directo hacia el pasillo de luz.

Dos amigos que parten el mismo año, y yo parado junto a ellos presenciando los hechos como si estuviera viendo a través de un cristal empañado. El sueño se repite con diferentes personajes y yo comienzo a acostumbrarme al rostro duro pero sereno del misterioso hombre que reclama las almas de seres cercanos a mí, que pareciesen tener marcada en su frente la fecha y hora de su partida.

La noche del segundo día del nuevo año, sucedieron dos extraños acontecimientos a los que no les presté mayor atención. La vela que alumbra el pequeño altar en la sala de la casa se apagó poco después de haber sido encendida; luego, al pasar junto a la biblioteca algunos libros cayeron sin haberlos tropezado siquiera. Pero mi mente ocupada por terminar los quehaceres hizo que no le diera importancia, aunque sí me dejó algo inquieto.

Nuevamente me sumerjo en mi cama y, cual si me envolviera una mortaja, traspaso esta dimensión apareciendo en el cuarto de la tía Lucila. Mi corazón se acelera y presiento lo que se avecina.

Una vez más veo regresar a Azrael en busca de su próximo compañero de viaje. Parado junto a su cama, la mira fijamente al rostro hasta que despierta. Le sonríe y extiende su mano mientras ella exhala la última bocanada de aire.

Lucila no luchó, ni trató de recuperar el aliento; simplemente se fue apagando como la llama de una vela que ha consumido todo su combustible. Mientras la hija intenta detectar sus signos vitales inmersa en un estado de confusión, ella extiende su mano y acepta la invitación del ángel que la espera pacientemente.

Despierto y corro a la sala donde está mi madre. ¿Qué está pasándome? ¿por qué estoy teniendo estas perturbadoras visiones? La llamo para contarle, pero está ensimismada y no me presta atención, así que me quedo observándola en silencio desde la biblioteca mientras ella, sentada frente al altar intenta encender una vela que se le apaga.

Por fin logra encender la vela y comienza a rezar un “Padre Nuestro”; toma un retrato de la mesa y hace la señal de la santa cruz sobre él. Sintiendo su tristeza me acerco para ver qué la acongoja y veo mi foto entre sus manos. De un salto retrocedo tropezando los libros de la biblioteca que caen al suelo.

Las luces se apagan y a la luz de la vela diviso a Azrael acercándose a mí con su brazo extendido.

--Texto de mi autoría E.Rivera--

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