AMATISTA | SÉPTIMA PARTE: REMINISCENCIAS


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«Engañar a los hombres de uno en uno es bastante más difícil que engañarlos de mil en mil. Por eso el orador tiene menos mérito que el abogado o el curandero».


— Santiago Rusiñol i Prats

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SÉPTIMA PARTE


REMINISCENCIAS

Una sensación parecida a la brisa de un aliento recorrió mi espalda. Sobre mi cuello había una inquietud imperante que me estrangulaba y me exaltaba en recorridos suspensivos rendidos ante una verdad. Helena no supo cómo responderme, estaba frenada ante las exclamaciones que mi pecho anhelaban.

—Tranquilo mi amor, no te exasperes por favor. —Dijo ella esgrimiendo calma conmigo. —No esperaba que los recuerdos se manifestasen en ti con tal brío, ven conmigo, vayamos al jardín.

Y utilizando sus técnicas persuasivas logró convencerme y la acompañé hacia dicho lugar. Estuve tranquilo en todo momento, yo solo esperaba a que me confesara sobre si de verdad yo tenía una hija y cuál era su paradero. Llegamos al jardín proliferado de orquídeas púrpuras muy hermosas, y nos paramos frente a un gran árbol de tronco retorcido y largo. Bajo los pies de este había un pequeño cumulo de rosas negras y tulipanes dorados, parecían adornar la decrepitud lúgubre de aquel árbol.

Helena lo vislumbró con los ojos entristecidos, mientras yo la observaba a ella, esperaba una respuesta pronta y precisa.

—Aquí es donde yacen los restos de Catalina, bajo las raíces de este gran árbol. —Reveló Helena con la voz casi susurrante. —Mi primo Claudio no tuvo el corazón para transportar su cuerpo mancillado por los nephilims a un terreno de impiedad, por lo que decidió enterrarla aquí mismo, adornando su tumba con las flores preferidas de nuestra casa.

Me quedé observando el sepulcro fijamente, no había nada grabado en el árbol; ni una dedicatoria, ni un nombre que lo identificara, solo una labranza de belleza fúnebre. Pensé en Catalina y la vida que pudo haber llevado. Me identifiqué con ella. «Quizás era como yo», pensé, alguien que había olvidado todo su pasado y hasta su familia también.

—Catalina no se acostumbró a nosotros rápidamente, —prosiguió Helena—, pero pudo recordar con avidez el amor que sentía por Claudio. De allí nació uno de los romances más inspiradores de nuestra casa. Fue gracias a ellos que creí en el amor, aunque en realidad pensaba que eso nunca me ocurriría, hasta que te conocí querido Erasmus.

Helena se acercó a mí. Me rodeó con sus brazos. Recostó su cabeza en mi pecho. Me otorgó de nuevo el poder de su sosiego, de su deseo, de su amor. Por un momento pensé que las lágrimas saldrían desbordadas de sus ojos, como un ser no-muerto hemos perdido esa capacidad. Sin embargo, mi parte humana, la que de verdad sentía, se manifestaba con ardor ante las ansias de Helena. Y cuando correspondí a su abrazo comencé a recordar.

En mi mente reproducía el día en que nos conocimos. Ella llevaba un vestido de seda negro con un sombrero elegante y ancho. La vi por primera vez y llamó mucho mi atención. El viento se llevó su sombrero y yo me apresuraba para recogérselo. Fue en ese momento en que charlamos por primera vez.

Luego, otro recuerdo tan fuerte como ese comenzó a brotar de manera natural. Llevaba a una niña en brazos, paseándola por un parque, era mi hija quien sonreía dichosa por estar junto a mí nuevamente. Ese día se la presenté a Helena, y ambas se llevaron muy bien, fue en ese momento en que me di cuenta de que ella era la mujer de mi vida.

Inmediatamente otra reminiscencia se interpuso, pero esta vez más sombría y dolorosa. Mi hija se encontraba postrada en una cama dentro de una habitación de hospital. Una mujer se encontraba junto a ella; su madre, Diana, quien tomaba mi mano agradecida por haberla acompañado. Me acerqué a mi hija y comencé a llorar, le juré que la sacaría de esa agonía, pero subsiguientemente todo se difuminó y el recuerdo se desvaneció al instante.

Miré a Helena a los ojos casi desorbitados, dándole a entender que ya sabía todo. Mi hija se encontraba enferma por alguna degenerativa enfermedad, ¡necesitaba verla cuanto antes!

—Helena, si de verdad me amas, cúmpleme este deseo. ¡No puedo seguir viviendo un día más sabiendo que tengo una hija que sufre y que además que está tan cerca de mí! ¡Te lo suplico llévame con ella!

Helena se quedó en suspenso, callada por un momento, luego reaccionó e inmediatamente me tomó del rostro y se acercó mirándome fijamente.

—Está bien mi amor. Será esta noche, no quiero que nos vean. Debemos ser discretos ya que no podemos irrumpir en la vida de los humanos. Trata de no impresionarte por las cosas que verás, solo mantén la serenidad en todo momento.

CONTINUARÁ...


Escrito por @universoperdido. 25 de Febrero del 2021


La foto de portada es de mi propiedad, tomada con un celular moto e4 y editada con PhotoScape y Snapseed.

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Publicaciones anteriores de la serie Amatista

PRIMERA PARTE: RESURRECCIÓN
SEGUNDA PARTE: REGNUM
TERCERA PARTE: CONFLICTOS
CUARTA PARTE: OCULORUM
QUINTA PARTE: FAMILIA
SEXTA PARTE: RAMAS


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